sábado, 26 de junio de 2021

La hermandad de la luna 4.5

En la caseta de vigilancia, Carlos acaricia por enésima vez la brillante tarjeta de presentación. Una década después, La Estirpe en La Luna sigue conservando su encanto.


 

En Collique Sur, tres hombres entran a una sala a oscuras.

“Recuerden que mientras más silenciosos, mejor”, advierte Christian en voz baja.

Mientras él camina con cuidado hasta el otro extremo, el hombre más delgado se junta al más bajo y musculado, e intenta besarlo.

“No me gusta”, le susurra.

“El auspicio viene con servicio completo”, le advierte el otro.

El fisicoculturista se conforma y deja que los labios de su ‘benefactor’ saboreen los suyos sin gracia, mientras que siente una mano acariciarle el paquete. Christian regresa y se les acerca de nuevo:

“Sigan la luz”, habla bajito.

Tras avanzar con cuidado, llegan a un dormitorio iluminado. Christian cierra la puerta, y puede ver a García quitándose la ropa. César parece no estar muy a gusto.

“¿Todo bien?”, le consulta el abogado.

“Sí”, responde César secamente, y comienza a quitarse la ropa.

El trasero de García no es voluminoso como el de sus otros dos compañeros sexuales. Podría decirse que, aunque pequeño, firme, lampiño y pecoso, era un culito cumplidor, fácil de estimular a lengüetazos como Christian lo conocía de sobra. Lo nuevo era saber cómo excitar a un nervioso César, quien básicamente se limita a meter sus gruesos catorce centímetros en la boca del instigador de ese trío. Trata de durar tanto como puede, pero no lo consigue. En solo cinco minutos se la llena con su semen. Christian, por su parte, busca un preservativo, se lo calza y mete sus diecinueve centímetros dentro del ano de su amigo. El fisicoculturista, si alguien le hubiese preguntado por su deseo, solo quiere salir de ahí, pero no lo logrará hasta media hora después.

“No has perdido el toque, Chris”, le comenta García mientras se pone la ropa de nuevo. “Como en tus viejas épocas de La Luna. ¿Qué fue de La Estirpe?”.

“Siguen trabajando en la finca… veremos hasta cuándo”.

“¿Y ya no bailan ni dan servicios?”

“Ni idea; tendrías que buscarlos en Santa Cruz para tirar con ellos”.

César se pone más nervioso aún conforme sigue vistiéndose.

“¿Vamos a tomar algo al G4G?”, propone García.

“Ni me lo menciones”, casi salta Christian. “No pienso aparecer por ahí en un largo tiempo”.

“”¿Sabes cómo se llama el venezolano o dónde puedo ubicarlo? Podemos revisar su registro migratorio”.

“Déjalo ahí, García.  Quizás en dos semanas, el G4G sea otro de mis lejanos recuerdos, como La Luna… como las dos La Luna, como La Estirpe… como miles de huevadas que hice acá”.

García y César miran a Christian con un gran signo de interrogación en sus cabezas. Cuando los dos bajan en el ascensor, César prende su celular y responde algunos mensajes que le han llegado desde las ocho de la noche cuando comenzó a entrenar en el Extreme.

“´¿No te vacilan los tríos, cierto?”, pregunta García.

“ehh… yo… yo ni siquiera tiro con… con patas”.

“¿Y lo del sauna?”

“ehhh… no sé… no… sé”.

“Te jalo a tu casa, ¿te parece? Solo tenemos que caminar al gimnasio para ver mi carro”.

“Ehh… Puedo tomar un taxi acá”.

“Quiero conocer tu casa, quiero saber todo de ti, César”.

El fisicoculturista se alarma. Apenas se abre la puerta del ascensor en el primer piso, por alguna razón, le entra el pánico y usa sus dos poderosas piernas para salir corriendo a toda la velocidad que le es posible.

“¡¡Oye, César!!”, grita García, pero se contiene al ver al portero del edificio.

“¿Todo bien, señor?”

García pasa de largo y prefiere usar su derecho a guardar silencio.

 


En La Luna, Carlos trata de mantener la vista atenta a las imágenes que le llegan de las cámaras de seguridad mientras Frank está a mitad de segunda ronda, la que evidentemente comenzó un poco más tarde tras el show privado que había dado una hora antes. Por ratos relee los mensajes que le acaban de llegar. En las imágenes de la laptop, su sobrino aparece avanzando en un universo pintado en tonos de verde debido a la función de visión nocturna de las cámaras en alta definición.

“Sector paltos, en orden”, avisa por la radio.

“Sector paltos en orden, enterado”, le confirma Carlos.

“Ti…”, habla Carlos y la comunicación se corta.

“Frank… ¿Frank, cambio?”

En la pantalla el joven aparece congelado al igual que todo el entorno. La única respuesta que se recibe es estática.

“Frank… ¿Frank? ¡Cambio!”

El capataz se asusta, abre un armario y saca una segunda escopeta, toma otro radio portátil y sale a la zona donde están las plantas de palta.

“¿Frank? Responde. ¿Cambio?”

Más estática. De pronto se oye un disparo.

“¡¡Frank, sobrino!!”

Carlos prende la linterna y corre hasta donde ha escuchado el balazo. Una luz amarilla se mueve errática entre las plantas.

“¡Alto ahí, carajo!”

Carlos reconoce la voz nerviosa de su sobrino:

“¡Soy yo, tu tío!”

El capataz da alcance al joven y lo encuentra nervioso y agitado.

“¿Qué fue eso, tío?”, tiembla.

“¿La viste, ¿no? ¿La viste, Frank?”

El muchacho no sabe qué responder.


 

En Santa Cruz, algo lejos del episodio tenso, Tito descubre que puede meter en la misma ducha a dos hombres más de su contextura y, aunque están algo apretados, pueden disfrutar la experiencia sensual de librarse del sudor, llenarse de un aroma más agradable, quedar limpios mientras intercambian besos y caricias, mientras sienten todos sus cuerpos firmes rozarse con suma facilidad, mientras sienten sus penes erectos moverse como resortes sin temor de un delante, un detrás, un activo o un pasivo. No hay etiquetas cuando el verdadero placer surge entre dos, tres o más personas que aceptan libremente las reglas del juego. Y a pesar de la excitación, no están tensos, no se sienten agotados, no sienten nada más que el momento. Así es cómo Adán logra introducir su pene erecto dentro del ano de Owen, y en lugar de hacer el típico movimiento hacia el frente y hacia atrás, construye un sutil baile meneando sus caderas con variaciones que apenas marcan unos milímetros.

“¿Tú gustar?”, pregunta Owen a Tito.

“Es enorme. ¿Cuánto te mide?”

“Voltear… el tamaño no importar””.

Tito gira como puede, respira hondo y lento como le enseñó el instructor, relaja todo su cuerpo –que de por sí ya lo tiene relajado—y levanta un poco las nalgas concentrando su energía en un punto justo al medio de su entrepierna.

“Ya”, avisa.

Las manos de Owen acarician las caderas de Tito hasta moverse hacia su pene, el que masajea suave y lentamente.

“Danza, Tito”.

El gladiador comienza a mover su cadera casi imperceptiblemente, y siente que algo invade su ano.

“Resppirar lento… no desenfocar”.

Tito percibe la intrusión pero no siente dolor. Gime al igual que los otros dos varones, mientras mantiene el ritmo ralentizado y profundo del aire oxigenando cada célula de su cuerpo.

“Ve a tu lugar mágico”, susurra Owen.

Tito cierra los ojos y se transporta hasta su temprana adolescencia en Shacshapampa, un valle verde de grandes árboles, cultivos fértiles, altas cordilleras que le sirven como protección, el lugar donde se jugaba subiendo y bajando las laderas, retozando en la quebrada, recolectando dulces frutos, oyendo e imitando el trinar armonioso de las aves, gozando el cielo azul con las nubes cual copos de algodón, bebiendo leche recién ordeñada, comiendo rico jamón con maíz y queso, siendo feliz, intensamente, inmensamente feliz.

Gira, escucha el susurro en su mente.

Tito ya no siente la opresión en su ano; da media vuelta y, sin abrir sus ojos, mete su pene a Owen, quien hace lo mismo con Adán, cuyo lugar ideal es esa playa donde pasó sus vacaciones apenas cuando había cumplido dieciocho años, en La Santitta, corriendo por la arena, animándose a nadar en el tranquilo mar, pescando algo en los roquedales que podían ingresar sin ser arrastrados, pasando tiempo con un joven tan atlético como él con quien solía patear pelota.

“Este sitio es místico”, le dijo alguna vez.

“¿Por qué?” le respondió el Adán postadolescente.

“¿Ves ese montículo cerca al mar?”

“¿El que parece de barro?”

“Ajá. No es natural”.

Haciendo elipsis mental, se coloca con su amigo en la base del montículo. Es grande, quizás como una casa de dos pisos.

“¿Lo subimos?”

“Claro”, le dice su amigo, “pero antes tenemos que hacer el rito de los guerreros”.

“¿Cuáles guerreros?”

“Los antiguos guerreros de la Luna”.

Su amigo ya está totalmente desnudo para ese momento.

“¿Por qué te calateas, huevón?”

“Porque el rito se hace calato”.

Adán se da cuenta que también está completamente desnudo. Su amigo, entonces, se le aproxima, lo abraza, le da un beso en la boca y pega su pene tan fuerte como puede al otro pene.

“Éstas son mariconadas”, protesta Adán sin mucha convicción.

“La tienes bien parada, huevón”, le sonríe su amigo, quien de inmediato se arrodilla para chupársela. Mira alrededor: están solos. Una vez que termina la mamada, su amigo se voltea y se pone en cuatro patas.

“Cáchame”, le pide.

Adán obedece. Y gime, jadea, disfruta, experimenta por primera vez la calidez del agujero de otro varón.

“Sigue así. Poséeme”. Siempre vas a encontrarme junto al mar… recuerda que siempre vas a encontrarme junto al mar”.

Alguien le pide a Adán que gire, y él obedece.

Quedan atrás sus recuerdos de la playa, y su presente está dentro de esa reducida ducha junto a su primo y a Owen.

“Hacer triángulo”, pide el instructor.

Los tres se abrazan, se besan indistintamente, siguen moviendo sus caderas haciendo chocar sus penes erectos.

“Venir ahora… venir”.

Los tres dejan de contener la energía que tienen en la entrepierna y comienzan a liberarla sin importar si cae en la ingle, los muslos, el suelo húmedo, la oscuridad de esa noche de viernes, cuando el cuarto creciente trata de iluminar el cielo parcialmente nublado.

 

viernes, 18 de junio de 2021

La hermandad de la luna 4.4

A las diez de la noche, el sauna de vapor en el Xtreme Body Gym & Spa, en Collique Sur, solo tiene dos ocupantes: un fisicoculturista trigueño de baja estatura y Christian, quien comienza a mirarlo de reojo al inicio y luego con un descaro total, al punto que sus ojos poco o nada disimulan el interés que ha puesto en la rasurada entrepierna del musculoso. Y éste tampoco parece estar incómodo con la revisión visual a pesar de la penumbra, pero no intenta nada más. De pronto, la puerta se abre e ingresa un sujeto de contextura normal pero músculos más marcados que masivos.

“¿Qué hay, esteves”, saluda a Christian. “¿Qué dice la noche brava?”

“¿Qué hay, García?”

El recién llegado se sienta entre Christian y el musculoso.

“Bien aquí, relajándome tras una semana de escritos, diligencias, declaraciones… en fin, tanta chamba”.

“¿Hace cuánto asumiste? ¿Ya estás como titular o sigues como provisional?”

“Dos meses, huevón; provisional todavía. De todos modos daré el examen en octubre a ver si agarro una titular. ¿Tú sigues lamiéndole el culo a los Rodríguez?”, García se sonríe.

“Tratando de que las cosas sigan en orden”, responde Christian.

“Lástima lo de Manolo… era tan…”

Christian le topa el muslo a García con el suyo.

“¿Y qué te pasó anteanoche, esteves? ¿Cierto lo del venezolano?”

“¿De qué hablas, García? ¿Hay algún atestado con mi nombre?”

“No, y me pregunto por qué no existirá”, le responde mientras comienza a manosearle el pene y los testículos desparramados entre sus dos muslos.

“Ten cuidado que el monstruo puede despertarse”, sonríe Christian.

“No me digas que tienes pánico escénico”.

Entonces García palmea sinvergüenza el muslo del fisicoculturista.

“Buenas piernas, amigo. ¿Cómo te llamas?”

“Ehh… César. Me llamo César”, responde el otro muchacho con cierto nerviosismo.

“¿Nuevo por acá, no? ¿Eres de Collique?”

“ehh… sí, vivo cerca; lo que pasa es que recién empecé esta semana”.

“¿Y vienes por relajo o piensas competir… César?”

“Si encuentro sponsor, claro, me gustaría competir”.

García lleva su mano a los genitales del chico:

“Yo ssé que prepararse cuesta un culo de plata, y a veces es jodido hallarla”.

“Sí, es jodido”, sella César mientras abre un poco más sus voluminosas piernas.

Por su parte, el pene de Christian, con tanta manipulación, ya está duro, así que García, sin inhibición alguna, se agacha para chuparlo.

“Aguanta, huevón”, intenta detenerle el abogado, pero la cálida boca ya se está tragando el miembro.

“Hay un cuarto de descanso privado atrás”, informa César.

Christian lo mira con la poca luz que entra: el fisicoculturista está masturbándose.

“Tengo una mejor idea”, dice el abogado.


 

Las cuentas vuelven a cuadrar sin problemas en el AMW. Tito y Owen están sentados en el escritorio de la entrada, mientras al fondo, Adán está a mitad de sesión de piernas.

“¿Tiempo de entrenar?”, consulta el instructor.

“Pero no desnudos”, responde el gladiador haciendo un gesto hacia su primo, quien viste su enterizo alicrado y zapatillas.

“A él no molestar”, anima Owen.

Tito sonríe:

“¿qué nos pasó anoche, Owen? ¿Qué nos pasó ayer en la mañana?”

“Apaguemos luces”, responde el apelado sin ocultar sus blancos dientes. Tito se pone de pie.

“¿Tú saber que los chakras ser?”

“Ni idea. ¿Tú?”

“Para los antiguos indios, chakra ser un centro de energía. Nosotros tener más de doscientos en todo el cuerpo, pero haber siete principales: arriba de cabeza, aquí sobre tus cejas, la garganta, en medio de pecho, donde ustedes llamar boca de estómago, debajo de ombligo, y entre tus bolas y ano. El de arriba cabeza ser siete, y el detrás de bolas ser el uno”.

“O sea el de las bolas es el más importante”, comenta Tito.

“No”, aclara Owen. “Los números no expresar importancia pero orden. Y cuando haber orden, haber balance. Entonces, la función de chakras es mantener nuestra energía física, mental y espiritual balanceada. Si un chakra no estarlo, el ser no tener armonía”.

“¿Y por qué tuvimos sexo?”

“El chakra uno ser el chakra  raíz de todo nuestro ser. Ahí comenzar todo: la vida, la energía, la creatividad, la trascendencia. Antiguos indios llamarlo muladara y ser el primer centro de energía”. Entonces, cuando tú tenerlo bloqueado, tu energía no fluir, quedar acumulada, y cuando acumular energía, poder manifestar en una forma violenta”.

“¿Por eso tuvimos sexo?”

“Tú llamarte guerrero, y todo guerrero necesitar esa energía para saber cómo responder los retos de la vida, y saber elegir qué retos tomar. Antiguos pueblos de acá sospecharlo; por eso, organizar torneos de combate no para matar contendor pero recanalizar energía. El combate siempre es perdido por el que no tiene energía balanceada, y sexo conseguirlo. Por eso, vencedores tomaban sus penes en ano de vencidos, no como castigo pero rebalance”.

“Pero nosotros no combatimos ayer ni anoche”.

“Tú fluir mal tu energía, y tu energía no estar balanceada. Anoche traté tu energía fluir mejor. ¿Cómo sentir hoy?”

“Curiosamente mejor que ayer”.

“Ahora, ver esto”.

Owen sonríe y avanza hasta donde está Adán, quien descansa entre series de sentadillas. Bajo la única luz fluorescente encendida, le toma la espalda media. Adán lo mira, le sonríe, se voltea hasta quedar frente a él, lo abraza –lo que es correspondido—y lo besa en la boca. Tito se queda boquiabierto. Owen toma las tiras del enterizo de Adán, que descansan sobre ambos trapecios, y comienza a bajarlas, desnudando progresivamente y por completo el cuerpo de luchador, quien hasta ayuda moviendo las piernas para que la prenda empapada en sudor abandone por completo su cuerpo. Adán espera a que Owen se ponga en pie para quitarle la camiseta manga cero y el short, dejándolo también completamente desnudo. Ambos se sonríen y miran a Tito.

“¿Qué esperar?”

El gladiador se les acerca. Mientras Adán lo libera de la camiseta, Owen lo libera del short; luego, ambos toman cada lado del microbóxer y lo dejan como Dios lo trajo al mundo. Aunque, a decir verdad, lo único que los tres traen puestas son sus zapatillas.


 

En el dormitorio lateral de la casa grande, Flor trabaja en su laptop, y se detiene un momento. Se estira en la silla, suspira. De pronto tocan su puerta. La chica se pone de pie.

“¡Ya voy, tío Carlos!”

Pero, al abrir la puerta.

“Hola, muñeca”.

Frank está vestido con un mono y gorra blancos que tienen bordada una Luna cuarto creciente en hilos negros brillantes; calza unas botas negras para lluvia.

“No solicité servicio a la habitación, joven”, sonríe la chica.

“Es cortesía de la casa”, responde el galán y activa su celular. Una melodía interpretada con un saxofón suena desde alguno de sus bolsillos. El muchacho ingresa al dormitorio y comienza a moverse muy lento y muy sexy. La chica sonríe y se sienta en la cama para apreciar mejor el espectáculo privado. Frank agarra la gorra y se la saca, la sostiene con sus dientes  y, sin dejar de bailar y dar vueltas, toma la cremallera del mono y se lo baja, descubriendo su pecho velludo y musculado, así como sus abdominales bien definidos, y por supuesto esos brazos cuyos bíceps y tríceps parecen olas. El elástico de la cintura impide que el resto de la prenda caiga, lo que será imposible si primero no se deshace de las botas, las que quedan a un lado de la cama. Sigue bailando y esta vez toma el elástico, lo expande y empuja el resto del mono hacia el suelo. Flor no puede creer que debajo, el chico luzca una tanga negra hilo dental con una Luna blanca bordada justo ahí adelante. A pesar que no tiene sus nalgas depiladas, el hecho de que sean grandes lo perdona todo. Entonces, el mozo se acerca a la chica, libera la gorra que sigue entre sus dientes, se la pone a la altura del paquete y mueve sus caderas. Ella entiende el mensaje: toma las tiras de la tanga y comienza a bajarlas dejando que se deslice piernas abajo. Con una patada,  Frank tira la prenda más allá y baila sin quitar la gorra de sus partes íntimas; lo que sí no deja a la imaginación es su gran trasero. Cuando la música acaba, se coloca delante de Flor:

“La gorra es suya, señorita”.

La joven ríe algo atontada, pero no alarga el momento más: quita la gorra y se la pone a la cabeza.

“No vale con trampa”, reclama ella al ver que Frank usa sus manos para tapar su pene y sus testículos.

“¿Sabes abrir puertas?”

“Todas, Frank. Todas”.

Flor toma ambas manos con las suyas, las retira. Él toma los hombros de ella, la pone de pie, la abraza y la besa con dulzura en los labios. Comienza a desnudarla por completo. Por fin, ese chico y esa chica pueden expresarse el deseo que hace meses los invade. Él por fin puede besarle el cuello, los senos turgentes, los pezones duros, la delgada y suave cintura, paladearle la intimidad que la chica le ha guardado mientras acaricia sus piernas, y ella gime y jadea sin censura, tanto que, en compensación, le hace el mismo recorrido al hombre, a quien termina por succionar los dieciseis centímetros con un glande más grande que el resto del tronco, lamiendo unas ricas pelotas tapizadas de fino vello. Frank se pone un preservativo, y mientras se acuesta sobre la chica, le introduce poco a poco su peculiar falo. Las cosquillas que ambos sienten los transportan de un lado al otro de la cama, arrugan las sábanas y cobijas, hacen que la laptop pase a hibernación descuidando que su ojo electrónico mire cómo dos almas libres hacen el amor con intensidad y romance, cómo Flor se sienta sobre Frank demostrándole que ella también tiene tanto control, o quizás más que él, que el mejor momento para llegar al clímax es acostándose de lado y dándose un beso que parece eterno, viendo cómo poco a poco los dos amantes recobran la conciencia y se asustan al darse cuenta de un detalle que termina por generarles risa:

“Nos olvidamos cerrar la puerta”.

 

viernes, 11 de junio de 2021

La hermandad de la luna 4.3

Christian pisa el acelerador y pasa de largo La Luna. Un poco del ocre atardecer está justo frente a sus ojos, así que enciende las luces altas para ver por dónde va, sin importarle si encandila a los esporádicos vehículos que vienen en contra por el otro carril. No pasan un par de kilómetros cuando frena en seco sobre el asfalto haciendo chirriar los neumáticos maniobrando para no caer al canal. Un tronco de zapote bloquea justo el carril derecho, por donde le toca ir. El abogado mira a ambos lados y por el retrovisor. Va a retroceder para evadir el leño. Pone las luces bajas y al mover la palanca de cambios, nota que en la superficie del mismo una mancha roja destaca como si se tratara de pintura fluorescente. Comienza a respirar agitado, abre su guantera y saca una pistola nueve milímetros que pone a su costado. ¿Bajarse a investigar? Ni loco. Pone primera y se aproxima al tronco poco a poco hasta que distingue la forma de la mancha. Parece que quiere hiperventilarse, gira la cabeza a ambos lados; por fin pone reversa, mira que no tenga vehículos al costado, vuelve a poner primera, tuerce el timón y pisa el acelerador a fondo, mientras su memoria rescata una imagen de ese lunes.

“Negro reconchatumadre, me las vas a pagar hijo de una negra puta”, refunfuña mientras suda frío.

¿Qué significa esa G4G pintada en vivo rojo sobre aquel tronco, el mismo tronco de la tarde cuando viajó por última vez en esa misma camioneta con Manolo?


 

Tras entrenar en el AMW, y de regreso en su casa, Frank pone seguro a la puerta de su dormitorio pues recién ha terminado de bañarse. Se quita la toalla y busca la ropa con la que irá a cubrir su turno nocturno de vigilancia: una camiseta, otro jean, medias gruesas, un bikini de tiras algo delgadas. El problema es que todo eso no parece combinar con su chaqueta, así que abre la otra mitad del armario y busca algo más cómodo para llevar considerando que hace frío y hará la ruta en su motocicleta. Saca una chompa gruesa y otra cae al suelo del cubículo. Al levantarla, se topa con una caja pequeña, tan pequeña, que puede cogerla y aprisionarla con una sola mano. Al abrirla, halla una tanga hilo dental negra con una luna blanca bordada justo donde pene y testículos hacen bulto.


 

“¿De dónde la sacaste?”, se intriga Carlos cuando Frank le muestra el hallazgo en la caseta de vigilancia justo después de llegar a la finca.

“¿La reconoces, no?”

“Aún se estira”, sonríe el capataz alargando las tiras de la prenda.

“Aunque lo que no recordaba era esto”, menciona Carlos sacando una tarjetita donde aparecen cuatro varones luciendo esas prendas, músculos al por mayor y el título “LA Estirpe En La Luna… ¡Este fin de semana!”.

“Tito, Adán, Christian y yo… esto debe tener diez años”.

“Yo tenía nueve, ¿recuerdas? Te descubrí ensayando tu coreografía en la casa y me dijiste que esa noche sería especial porque te retirarías de bailarín y comenzarías otro empleo: éste”.

“A ti te queda mejor que a mí ahora”, Carlos guarda la prenda en la caja.

“¿Ésta es la que buscabas la noche que me contrataron para la despedida de soltera, tío?”

“Sí, y no aparecía por ninguna parte”, sonríe el cuarentón. “Yo era Charlie, Tito era Joey, Adán era Édgar y Christian era simplemente Chris”.

“Yo recuerdo que ese domingo, te acercaste a mi cuarto y me la diste; me dijiste que la guardara porque cerrabas una etapa, bueno algo así”.

Carlos sonríe:

“Te dije, sobrino, que tú ya estabas creciendo y yo ya debía dejarme de ciertas cosas. Cuando me descubriste bailando y me dijiste que la tanga era para maricones, como que me remeció la cabeza, no porque me dijeras maricón sino porque no sabía hasta entonces si te estaba dando un buen o un mal ejemplo”.

“Lo que me intriga es la tarjeta, tío. Entre ayer y hoy han pasado una serie de cosas que me han sacado de cuadro, desde que me revelaron eso de la estirpe hasta lo de Flor, y la manera cómo la gente está comentando lo de ella… creo que esta tarjeta es la clave”.

“¿Por qué, Frank?”

“Porque creo que no me has dicho toda la verdad sobre la tal estirpe, mejor dicho sobre La Estirpe, así con mayúsculas; y ya que no tenemos secretos ahora, quiero saber”.

Carlos guarda la cajita en su dormitorio y camina con Frank hasta la casa grande.

“Cuando fui al servicio militar, hace dieciocho años, tú recién tenías uno de nacido. Mi hermana necesitaba apoyo, así que mi plan fue darle toda la propina que dan, para ti. Tú ya sabes por qué. Mi sorpresa fue que en la oficina de reclutamiento estaba Tito. Yo estaba saliendo de las drogas, él estaba saliendo de las pandillas. De hecho, se lo trajeron de Collique porque hasta lo habían amenazado de muerte, y el sitio más seguro para que no le hicieran nada en ese entonces era el cuartel. El asunto es que allí dentro conocimos a Manolo, mejor dicho el cabo Rodríguez. Recién estaba saliendo de la Escuela de Oficiales y su primera misión fue manejarnos como tropa. Aunque nos sacaban la mierda, Manolo comenzó a hacer más amistad con nosotros. Comenzamos a salir los fines de semana. El entrenamiento nos había sacado buenos físicos, y en los sitios que íbamos, no solo las chicas sino también los patas se nos quedaban mirando. No les hacíamos caso, hasta que una noche de borrachera, Tito, Manolo y yo… bueno, fue mi primer trío porque la primera vez que yo había estado con un hombre fue en el colegio a los catorce por un poco de pasta. Había descubierto que la cocaína podía hacer que duraras hasta una hora metiendo pinga. Regresando al cuartel, tras ese trío, nos quedamos cojudos los tres. Manolo y Tito confesaron que también le habían entrado desde chibolos. Desde la semana siguiente, nos dimos cuenta que eso podía generarnos plata, así que los tres comenzamos a cobrar por tener sexo. Luego, un estilista hizo su fiesta de cumpleaños y nos dijo que quería bailarines exóticos, que si podíamos, y le dijimos que sí. Como la cosa se repitió las semanas y meses siguientes, cuando nos licenciamos al año siguiente, Manolo decidió que no nos separáramos y fundamos La Estirpe a raíz de todo lo que él había leído sobre los pueblos preincas de esta zona”.

“¿O sea que lo del linaje era mentira, tío?”

“No. Cuando Manolo siguió profundizando, halló documentos y resulta que nuestra familia sí tiene relación con esos grandes señores. No sé cómo estableció el linaje, pero recuerda que yo soy Zavala Namuche, y la cosa venía por el lado de mi mamá. Manolo decía que la terminación ‘che’ era típica de esta zona. Así rescatamos el culto, los ritos, en fin, todo lo que te conté la vez pasada”.

“¿Y cómo se integraron Adán y Christian?”

Adán se dio cuenta que su primo ganaba plata haciendo algo inexplicable los fines de semana, así que un día, como tú, lo descubrió ensayando. Al inicio lo chantajeaba exigiéndole cebiches y eso, pero cuando ya teníamos un año de haber dejado el cuartel, él se nos integró. Y Christian lo mismo: fue reclutado en el cuartel apenas entró. La vaina fue que Manolo se había hartado de la vida militar, pero tampoco tenía cómo engancharse si se iba de civil, aparte que ya estaba casado y abían nacido sus hijos. Fue ahorrando, ahorrando. Primero compró un bar de mala muerte y lo transformó en La Luna. Fue uno de los primeros clubes gay de Collique. Nosotros trabajábamos allí atendiendo, haciendo presentaciones, cachando con los clientes. Eso fue hace quince años más o menos. Imagina que la Luna al mes equivalía a otro sueldo de Manolo. Claro que allí íbamos a trabajar por las noches, porque por el día chambeábamos en la naviera que administraba su esposa, Esmeralda. La Luna y la naviera nacieron casi al mismo tiempo. Todo iba bien hasta que por alguna razón, la mujer descubrió la doble vida de su marido, le exigió el divorcio, él terminó mandando la vida militar a la mierda, salió y como quería tener algo para sí mismo, compró este fundo. La historia en adelante ya la conoces”.

“¿Todavía existe La Luna, el club gay?”

“No. Según me contó, la cosa ya no funcionaba igual y solo mantuvo el negocio para pagar la carrera de Christian, así que apenas él se graduó, lo vendió. No sé qué habrá sido del local. Dicen que el nuevo dueño no le cambió el giro, solo el nombre”.

“Y nunca nadie les hizo problemas en La Luna, el club?”

“No que yo recuerde, sobrino. Aunque siempre nos intrigó saber cómo la señora Esmeralda llegó a descubrirlo todo porque tuvimos mucho cuidado”.

“¿¿Y por qué Manolo le puso el mismo nombre del club al fundo?”

“Te lo conté la otra vez: los antiguos pobladores no tenían al Sol como su dios máximo sino a la Luna, porque la consideraban dadora de fertilidad, y la fertilidad está ligada a lo sexual, y en los antiguos pueblos se practicaba mucha homosexualidad ritual. Además, así Manolo aisló las propiedades del matrimonio. De hecho, ahora que lo recuerdo, inicialmente la finca y el club no estaban a nombre de él sino de Tito”, pero cuando se divorció, rehicieron los papeles y aparecieron a nombre de Manolo otra vez”. Creo que la única propiedad que dejó a nombre de Tito es la de Santa Cruz, donde está su casa y el gimnasio”.

“Entonces, ¿quién era el hombre de confianza del señor Manolo: tú o Tito?”

“En La Estirpe aprendimos que todos somos sus hombres de confianza. Adán también tiene cosas a su nombre”.

“¿Y tú, tío?”

“No, yo solo administro la finca, sobrino; pero, ¿qué tiene que ver todo eso con lo que le pasó a Flor?”

Frank se rasca la cabeza amenazando estropear su peinado en montañita.

“Ni idea, tío, pero vamos a averiguarlo”.

Y así, entre broma y serio, acaba la primera ronda de esa noche.

 

viernes, 4 de junio de 2021

La hermandad de la luna 4.2

Salvando el tráfico de la hora punta, la camioneta llega veinte minutos después a La Luna.

“¿Por qué no bajas un momento, Christian?”

“Ehhh, no Carlos. Para otra vez será. Mas bien, ¿dónde está Tito? Quiero que me dé detalles a ver si hará falta algún patrocinio legal”.

“Papá iba a estar en casa hoy, doctor Esteves”, le informa Flor con mucha seriedad.

Ella y Carlos bajan del vehículo, el que arranca y continúa un par de kilómetros más allá. Mientras la chica va hasta su habitación en la casa grande, Adán, quien abrió la puertecilla del gran portón de acceso inquiere a Carlos con la mirada:

“No tiene idea aún”.

“Ese huevón no me da buena espina, Carlos”.

“¿Crees que terminará vendiendo la finca?”

“Creo que va a joder a Tito”.


 

Cinco minutos después, Christian estaciona la camioneta que pertenecía a Manolo en la entrada del AMW. Baja e ingresa. Lo primero que le llama la atención es la concurrencia; lo segundo, que las tres fotografías de gran formato sigan allí al fondo como si se tratase de un altar dedicado a la perfección física masculina: Tito, Manolo y Adán; tercero, que Frank le dé la bienvenida.

“¿Y Tito?”

“Ya sale”, le informa el más joven. “Creo que entró al baño”.

“Oye, y… ¿cierto que un negro quiso abusar de su hija?”

Frank enciende sus alarmas, pero no tiene tiempo de preguntar más porque Tito le palmea el hombro.

“¿Terminaste la bicicleta?”

“Ni comienzo”.

“Anda, yo atiendo al doctor”.

Frank camina hasta la zona de calentamiento. Tito y Christian se miran frente a frente. El gladiador invita al abogado para entrar a su casa.

“Supe lo de tu hija y quiero saber si necesitas algo”.

“¿Ya sabes también que se está quedando en la casa grande? Todos ahora sospechamos que Cruz Dorada está detrás del asesinato de Manolo, y tú eres el hombre de las leyes”.

Christian  tose y carraspea.

“Necesitamos pruebas, Tito. Tú sabes que no puedo acusar sin tener al menos un documento que conecte la muerte de Manolo con esa empresa; y aunque hubiese, no puedo poner a Cruz Dorada en el banquillo de los acusados. Tengo que individualizar responsabilidades”.

Tito se levanta, va a una cómoda de la sala y saca una linterna. Invita a Christian a salir por la otra puerta a la calle, la oficial por así decirlo. Enciende la luz y la dirige a la vereda.

“La Policía nunca vio o no quiso ver eso”.

Christian agita su respiración al notar la mancha roja seca y amorfa sobre el concreto.

“¿No es pintura?”, dice con cierto nerviosismo.

“Pintura de venas”, le responde el gladiador.

Christian se incomoda, carraspea otra vez.

“Tengo que regresar a Collique; quiero ver si consigo a uno de Criminalística para que vea esto. No barras ni laves la vereda”.

“No lo haremos”, asegura Tito.

Christian prefiere no volver por la entrada del gimnasio y bordea la esquina hasta subir a la camioneta. Tito nota que antes de partir, el abogado habla con alguien por su celular. De pronto, gira su cabeza hacia el pequeño jardín en su fachada y nota una bolsita plástica con algo adentro.

“Gente de mierda que bota su basura”.

Se mete con cuidado, alarga su mano y lo que rescata lo deja confundido: un estuche de preservativos sin usar y un papel roto donde se lee G4G en tinta negra. La bolsa está sellada con un nudo bien apretado.

 


Mientras tanto, en el salón del AMW, Frank termina su calentamiento amenazando con romper los pedales de la bicicleta. Al bajarse, casi patea a una mujer, quien logra esquivarlo.

“¿Qué tienes Frankcito?”, aspaventea la dama en sus treintas.

El muchacho reacciona y reconoce a doña Carmen, la enfermera de la posta.

“Perdone, estaba distraído. ¿Sí, señito?”

“Ay, muchacho. Casi me haces mastectomía radical doble con la planta de tu zapatilla”, sonríe ella.

Frank frunce el ceño por ignorancia. La mujer casi lo abraza, pues le arrima su cuerpo sin mayor inhibición:

“Ibas a dejarme sin las dos tetas”, le traduce.

Ambos se ríen. ¡Y vaya que es un buen par de tetas!  Frank va a pedirle permiso para avanzar a otro ejercicio, pero antes quiere salir de dudas.

“Señito”, se le aproxima otra vez. “¿Qué sabe usted de los dos patas que entraron ayer como a la hora del almuerzo?”

“¿Los de Cruz Dorada?”

“Sí. Nos dijeron que habían declarado a la Policía”.

“Me imagino que habrán declarado en Collique, Frankcito, porque acá no lo hicieron”.

“¿Cómo que no lo hicieron, señora Carmen? Si hasta acusaron a Owen…”

“Ay, hijito, no sé si eso habrán hecho cuando los llevaron a la ciudad, porque acá entraron y salieron de la posta tan inconscientes que hasta podías haberles dibujado muñequitos en su cara y no se daban cuenta”.

La enfermera toca la mejilla del muchacho, quien se queda cual estatua en medio del movimiento, como encantado. Solo Owen lo saca del trance quién sabe aparecido de dónde.

“¿Listo para rutina de bíceps y tríceps?”