viernes, 11 de junio de 2021

La hermandad de la luna 4.3

Christian pisa el acelerador y pasa de largo La Luna. Un poco del ocre atardecer está justo frente a sus ojos, así que enciende las luces altas para ver por dónde va, sin importarle si encandila a los esporádicos vehículos que vienen en contra por el otro carril. No pasan un par de kilómetros cuando frena en seco sobre el asfalto haciendo chirriar los neumáticos maniobrando para no caer al canal. Un tronco de zapote bloquea justo el carril derecho, por donde le toca ir. El abogado mira a ambos lados y por el retrovisor. Va a retroceder para evadir el leño. Pone las luces bajas y al mover la palanca de cambios, nota que en la superficie del mismo una mancha roja destaca como si se tratara de pintura fluorescente. Comienza a respirar agitado, abre su guantera y saca una pistola nueve milímetros que pone a su costado. ¿Bajarse a investigar? Ni loco. Pone primera y se aproxima al tronco poco a poco hasta que distingue la forma de la mancha. Parece que quiere hiperventilarse, gira la cabeza a ambos lados; por fin pone reversa, mira que no tenga vehículos al costado, vuelve a poner primera, tuerce el timón y pisa el acelerador a fondo, mientras su memoria rescata una imagen de ese lunes.

“Negro reconchatumadre, me las vas a pagar hijo de una negra puta”, refunfuña mientras suda frío.

¿Qué significa esa G4G pintada en vivo rojo sobre aquel tronco, el mismo tronco de la tarde cuando viajó por última vez en esa misma camioneta con Manolo?


 

Tras entrenar en el AMW, y de regreso en su casa, Frank pone seguro a la puerta de su dormitorio pues recién ha terminado de bañarse. Se quita la toalla y busca la ropa con la que irá a cubrir su turno nocturno de vigilancia: una camiseta, otro jean, medias gruesas, un bikini de tiras algo delgadas. El problema es que todo eso no parece combinar con su chaqueta, así que abre la otra mitad del armario y busca algo más cómodo para llevar considerando que hace frío y hará la ruta en su motocicleta. Saca una chompa gruesa y otra cae al suelo del cubículo. Al levantarla, se topa con una caja pequeña, tan pequeña, que puede cogerla y aprisionarla con una sola mano. Al abrirla, halla una tanga hilo dental negra con una luna blanca bordada justo donde pene y testículos hacen bulto.


 

“¿De dónde la sacaste?”, se intriga Carlos cuando Frank le muestra el hallazgo en la caseta de vigilancia justo después de llegar a la finca.

“¿La reconoces, no?”

“Aún se estira”, sonríe el capataz alargando las tiras de la prenda.

“Aunque lo que no recordaba era esto”, menciona Carlos sacando una tarjetita donde aparecen cuatro varones luciendo esas prendas, músculos al por mayor y el título “LA Estirpe En La Luna… ¡Este fin de semana!”.

“Tito, Adán, Christian y yo… esto debe tener diez años”.

“Yo tenía nueve, ¿recuerdas? Te descubrí ensayando tu coreografía en la casa y me dijiste que esa noche sería especial porque te retirarías de bailarín y comenzarías otro empleo: éste”.

“A ti te queda mejor que a mí ahora”, Carlos guarda la prenda en la caja.

“¿Ésta es la que buscabas la noche que me contrataron para la despedida de soltera, tío?”

“Sí, y no aparecía por ninguna parte”, sonríe el cuarentón. “Yo era Charlie, Tito era Joey, Adán era Édgar y Christian era simplemente Chris”.

“Yo recuerdo que ese domingo, te acercaste a mi cuarto y me la diste; me dijiste que la guardara porque cerrabas una etapa, bueno algo así”.

Carlos sonríe:

“Te dije, sobrino, que tú ya estabas creciendo y yo ya debía dejarme de ciertas cosas. Cuando me descubriste bailando y me dijiste que la tanga era para maricones, como que me remeció la cabeza, no porque me dijeras maricón sino porque no sabía hasta entonces si te estaba dando un buen o un mal ejemplo”.

“Lo que me intriga es la tarjeta, tío. Entre ayer y hoy han pasado una serie de cosas que me han sacado de cuadro, desde que me revelaron eso de la estirpe hasta lo de Flor, y la manera cómo la gente está comentando lo de ella… creo que esta tarjeta es la clave”.

“¿Por qué, Frank?”

“Porque creo que no me has dicho toda la verdad sobre la tal estirpe, mejor dicho sobre La Estirpe, así con mayúsculas; y ya que no tenemos secretos ahora, quiero saber”.

Carlos guarda la cajita en su dormitorio y camina con Frank hasta la casa grande.

“Cuando fui al servicio militar, hace dieciocho años, tú recién tenías uno de nacido. Mi hermana necesitaba apoyo, así que mi plan fue darle toda la propina que dan, para ti. Tú ya sabes por qué. Mi sorpresa fue que en la oficina de reclutamiento estaba Tito. Yo estaba saliendo de las drogas, él estaba saliendo de las pandillas. De hecho, se lo trajeron de Collique porque hasta lo habían amenazado de muerte, y el sitio más seguro para que no le hicieran nada en ese entonces era el cuartel. El asunto es que allí dentro conocimos a Manolo, mejor dicho el cabo Rodríguez. Recién estaba saliendo de la Escuela de Oficiales y su primera misión fue manejarnos como tropa. Aunque nos sacaban la mierda, Manolo comenzó a hacer más amistad con nosotros. Comenzamos a salir los fines de semana. El entrenamiento nos había sacado buenos físicos, y en los sitios que íbamos, no solo las chicas sino también los patas se nos quedaban mirando. No les hacíamos caso, hasta que una noche de borrachera, Tito, Manolo y yo… bueno, fue mi primer trío porque la primera vez que yo había estado con un hombre fue en el colegio a los catorce por un poco de pasta. Había descubierto que la cocaína podía hacer que duraras hasta una hora metiendo pinga. Regresando al cuartel, tras ese trío, nos quedamos cojudos los tres. Manolo y Tito confesaron que también le habían entrado desde chibolos. Desde la semana siguiente, nos dimos cuenta que eso podía generarnos plata, así que los tres comenzamos a cobrar por tener sexo. Luego, un estilista hizo su fiesta de cumpleaños y nos dijo que quería bailarines exóticos, que si podíamos, y le dijimos que sí. Como la cosa se repitió las semanas y meses siguientes, cuando nos licenciamos al año siguiente, Manolo decidió que no nos separáramos y fundamos La Estirpe a raíz de todo lo que él había leído sobre los pueblos preincas de esta zona”.

“¿O sea que lo del linaje era mentira, tío?”

“No. Cuando Manolo siguió profundizando, halló documentos y resulta que nuestra familia sí tiene relación con esos grandes señores. No sé cómo estableció el linaje, pero recuerda que yo soy Zavala Namuche, y la cosa venía por el lado de mi mamá. Manolo decía que la terminación ‘che’ era típica de esta zona. Así rescatamos el culto, los ritos, en fin, todo lo que te conté la vez pasada”.

“¿Y cómo se integraron Adán y Christian?”

Adán se dio cuenta que su primo ganaba plata haciendo algo inexplicable los fines de semana, así que un día, como tú, lo descubrió ensayando. Al inicio lo chantajeaba exigiéndole cebiches y eso, pero cuando ya teníamos un año de haber dejado el cuartel, él se nos integró. Y Christian lo mismo: fue reclutado en el cuartel apenas entró. La vaina fue que Manolo se había hartado de la vida militar, pero tampoco tenía cómo engancharse si se iba de civil, aparte que ya estaba casado y abían nacido sus hijos. Fue ahorrando, ahorrando. Primero compró un bar de mala muerte y lo transformó en La Luna. Fue uno de los primeros clubes gay de Collique. Nosotros trabajábamos allí atendiendo, haciendo presentaciones, cachando con los clientes. Eso fue hace quince años más o menos. Imagina que la Luna al mes equivalía a otro sueldo de Manolo. Claro que allí íbamos a trabajar por las noches, porque por el día chambeábamos en la naviera que administraba su esposa, Esmeralda. La Luna y la naviera nacieron casi al mismo tiempo. Todo iba bien hasta que por alguna razón, la mujer descubrió la doble vida de su marido, le exigió el divorcio, él terminó mandando la vida militar a la mierda, salió y como quería tener algo para sí mismo, compró este fundo. La historia en adelante ya la conoces”.

“¿Todavía existe La Luna, el club gay?”

“No. Según me contó, la cosa ya no funcionaba igual y solo mantuvo el negocio para pagar la carrera de Christian, así que apenas él se graduó, lo vendió. No sé qué habrá sido del local. Dicen que el nuevo dueño no le cambió el giro, solo el nombre”.

“Y nunca nadie les hizo problemas en La Luna, el club?”

“No que yo recuerde, sobrino. Aunque siempre nos intrigó saber cómo la señora Esmeralda llegó a descubrirlo todo porque tuvimos mucho cuidado”.

“¿¿Y por qué Manolo le puso el mismo nombre del club al fundo?”

“Te lo conté la otra vez: los antiguos pobladores no tenían al Sol como su dios máximo sino a la Luna, porque la consideraban dadora de fertilidad, y la fertilidad está ligada a lo sexual, y en los antiguos pueblos se practicaba mucha homosexualidad ritual. Además, así Manolo aisló las propiedades del matrimonio. De hecho, ahora que lo recuerdo, inicialmente la finca y el club no estaban a nombre de él sino de Tito”, pero cuando se divorció, rehicieron los papeles y aparecieron a nombre de Manolo otra vez”. Creo que la única propiedad que dejó a nombre de Tito es la de Santa Cruz, donde está su casa y el gimnasio”.

“Entonces, ¿quién era el hombre de confianza del señor Manolo: tú o Tito?”

“En La Estirpe aprendimos que todos somos sus hombres de confianza. Adán también tiene cosas a su nombre”.

“¿Y tú, tío?”

“No, yo solo administro la finca, sobrino; pero, ¿qué tiene que ver todo eso con lo que le pasó a Flor?”

Frank se rasca la cabeza amenazando estropear su peinado en montañita.

“Ni idea, tío, pero vamos a averiguarlo”.

Y así, entre broma y serio, acaba la primera ronda de esa noche.

 

 

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