Al poco rato estábamos
en mi cuarto. No es que fuera el sitio más detalladamente ordenado de mi casa,
pero sí era el más seguro. Seguro mientras el pestillo estuviera presionado,
digo.
Calatear a Miguel no
fue tan complicado como pensé. entre besos y abrazos, toda su ropa quedó regada
por el suelo de mi habitación. Yo solo tenía que sacarme mi short y listo.
Para ser un chico que
nunca fue a un gimnasio, sus músculos estaban con volumen aunque sin marca. Su
abdomen era normal aunque sin marca. Apenas si tenía vello en el pubis
(evidentemente nunca recortado o rasurado) y algo en las piernas. Nuestras
pingas estaban apretándose, erectas del todo. Me separé a vérsela y
masajeársela.
"¿Sabes cuánto
mide ésto, Miguel?"
"Nunca la he
medido... ¿Cuánto le calculas?"
"17, 18... tranquilamente".
"Parece que
fuera del mismo tamaño que la tuya", me dijo.
Tomé mi pinga y la
puse encima de la suya. Iguales. La diferencia era que la suya era más cabezona
y alguito estrecha en la base. Por cierto, tenía ricos huevos, ¡grandes! Era
obvio que ese bulto en el pantalón no era finta.
"Tú te afeitas
los pendejos", me dijo sonriendo.
"Así es más rico
para mí", le dije.
Volví a besarlo en la
boca, luego en el cuello, chupé sus tetillas, bajé por el abdomen y me
arrodillé hasta que mi cara estuvo a la altura de su miembro. Lo masajeé un
poco con mi mano y me lo metí a mi boca.
"¡Mierda!",
exclamó Miguel. "Qué rico", suspiraba una y otra vez.
Yo succionaba y
succionaba mientras mis manos le acariciaban sus bolotas y luego sus nalgotas,
y luego sus muslotes.
él no cesaba de
suspirar diciendo que se sentía rico.
Para ser un supuesto
primerizo, se dejó acariciar allí donde otros supuestos activos te sacan las
manos. Mis dedos traviesos trataron de abrirse paso entre sus nalgas, pero las
tenía tan comprimidas, que apenas pude masajearlas.
Ya acostado sobre mi
cama, le puse un condón, lo unté con mucho lubricante, y me senté encima de su
pene.
A pesar que yo estaba
recontraexcitado,no había conseguido dilatar bien mi ano, así que tuve algo de
dificultad en lograr meterme su garrote. Fui haciéndolo poco a poco.
Conforme me metía
cada centímetro más, la cara de Miguel era una arrechura completa. Imagínense
cuando mi culo se había tragado todo su bate.
Comencé a rebotar.
Cuando estaba seguro que ese pedazo de carne no se me iba a ssalir, me incliné
para besarlo en la boca.
"Muévete,
pappi", le suspiré. "Disfruta mi culo".
"Lo tienes
apretadito, mierda".
"¿Te gusta
así?"
"Me
encanta".
Comenzó a bombearme
cada vez mas rápido. Yo me alocaba. Mientras tanto, mi pinga dura golpeaba su
abdomen ddejando pequeños rastros brillantes de mi líquido preseminal.
De pronto, él se
ladeó y me puso debajo de su cuerpo. Con sus fuertes brazos levantó mis piernas
tanto como pudo y siguió metiéndomela y sacándomela más rápido y más rápido
cada vez.
Jadeaba fuerte, y ese
jadeo se incrementó hasta que hizo rechinar sus dientes y rugió despacio, como
para que solo lo escuchara yo. entonces sentí como su pinga latía dentro de mi
ano.
Cuando él volvió en
sí, tenía la frente con gotitas de sudor.
"Las di",
suspiró aliviado y satisfecho, Miguel.
Se acostó a mi lado,
aún calato, y se puso a darme piquitos en la boca.
"Qué rico,
Nino".
"¿Te
gustó?", sonreí más por autoconvencerme de que ese muchacho o era el típico
pata reprimido caleta, o que en serio había experimentado por primera vez.
¿Pero alguien que lo hace por primera vez contigo en su vida se queda a darte
piquitos luego de venirse? No me pareció prudente preguntárselo. Iba a joder
todo el momento.
"A mí también me
encantó", le dije acariciando su mejilla.
"Pero no duré
mucho... creo que menos de diez minutos".
"Éso es lo de
menoss, Miguel. Yo valoro la calidad, no la cantidad".
"¿Quieres decir
que estuve...?"
"Del uno al
diez... nueve punto seis".
Ambos reímos.
Entonces oí unos
tacos fuera de la puerta de mi cuarto. Me quedé helado. Miguel lo mismo:
petrificado.
"¿Ninito?",
me llamaba la aguda voz femenina.
Como pude me puse un
polo y el bendito short, sin nada debajo, y salí de mi cuarto cerrando la puerta
de golpe.
"Hola
mami", saludé tratando de disimular mi nerviosismo tanto como me fuera
posible. "¿Ya terminaste tus trámites?"
"Ni comienzo,
hijito: resulta que me olvidé mi DNI".
Inmediatamente pensé
que la llegada de mamá sería muy breve, y éso me alivió un poco. Mamá se metió
a su cuarto y yo me quedé allí dispuesto a interponerme entre cualquier
persona, energía o elemento y la puerta de mi cuarto.
Mamá salió.
"¡Lo había
dejado en mi mesa de noche!"
"Al menos lo
hallaste", le comenté sonriendo nerviosamente.
"Bueno, hijito,
me voy. Vengo para hacer el almuerzo".
"Ya, mami. Nos
vemos".
Mamá comenzó a
caminar el pasillo y tomar la sala. Contaba los segundos para escuchar cómo la
puerta de la sala se cerraba.
"¡Ah, Nino! De
veras. ¿Y ese maletín y esos folletos?"
Sudé frío. ¡La
evidencia de un intruso en la sala de mi casa! Por la arrechura se me había
olvidado. Traté de pensar rápido.
"Eeeee... es de
un alumno, mami... Me lo dejó encargado porque está viendo a alguien por
acá".
"¿Así?", me
dijo desde la sala.
"Sí; de aquí lo
viene a ver".
"Bueno",
replicó ella.
Por fin escuché que
se abría la puerta de la sala y se cerraba.
Casi en puntillas
avancé por el pasadizo y me asomé poquito a poquito a la sala de mi casa:
ninguna mora en la costa. No al menos por ese momento. Regresé a mi cuarto,
saqué la llave que tenía en un bolsillito de mi short y abrí la puerta. Cuando
vi a la cama, Miguel ya no estaba. Su ropa tampoco estaba regada en el suelo, y
menos sus zapatos. ¿Cómo se había esfumado? Mi ventana es amplia, pero
difícilmente alguien podría salir o entrar por allí, excepto el viento; además,
afuera habían unos cardos que dan unas lindas florecitas fucsias redondas.
Entonces opté por llamarlo: "¿Miguel, Miguel?"
Me asusté cuando un
chico moreno, desnudo, salía por debajo de mi cama, con cara de aterrado.
"¿Se fue?"
Tras reponerse (o
sea, ir al baño un toque), regresó a mi cama, donde yo estaba recostado. Él se
había puesto su bóxer y su pantalón. Recién eran las diez de la mañana.
"Creo que me
voy", me dijo.
Lo miré. Entendí.
Me levanté de la cama
y me le acerqué para besarlo en la boca. Me correspondió.
"No sé qué
decirte", me indicó.
"No digas
nada", pedí. "Todo está bien".
"¿Puedo
preguntarte algo?"
"¿Algo más?
Claro".
"¿Te dolió mi
pene cuando te lo metiste... en tu...? Tú sabes".
Yo me sonreí.
"Sí, un poco;
pero lo disfruté".
Nos volvimos a besar.
"Y... ¿duele
mucho cuando lo meten la primera vez?"
"Depende",
le dije. "Todo está en cómo te estimulen".
Lo besé en la boca de
nuevo.
"Así se
comienza", le susurré.
Miguel sonrió.
"¿Sabes?",
me dijo. "No sé qué te parecerá, pero.... me... me gustaría... quisiera...
¿Qué pasaría si... si me lo metes?"
¿Meterte mi pinga en
tu culo?", le pregunté, tratando de confirmar.
"Sí", me
dijo tímido. "¿Éso es malo?"
"No, para
nada".
Volvimos a besarnos
con pasión y a quitarnos la ropa de nuevo. Mucho antes de que me lo pidiera, ya
la tenía al palo.
Nos acostamos en la
cama y tras revolcarnos y frotarnos nuestras vergas duras, hice que se pusiera
boca abajo, y lentamente comencé a besarlo y lamerlo desde la nuca, yendo a lo
largo de su espina y acariciando su espalda con mis manos, hasta que llegué a
sus enormes nalgas, redondas, lampiñitas. Las comencé a besar y a morder con
cariño, a lo que él respondió con suspiros de arrechura. Lo mismo cuando
comencé a lamerlas. Pasé mi lengua por la raja de su culo, y fui separando sus
glúteos hasta dejar al descubierto el orificio de su ano, que estaba cerradito.
Lo besé primero, a lo que el gimió, y luego lo comencé a lamer. Él gimió más
aún. Tenía ese ano húmedo con mi saliva, a lo que comenzó a ceder, fue
dilatando alguito. Suavemente usé mi dedo índice para estimularlo más. Me puse
un condón, le unté con lubricante toda la entrada y también mi miembro. Hice
que se ponga en cuatro para exponer más su huequito y le coloqué la cabeza de
mi pene. Comencé a empujar lento, dándole tiempo para que su ano se
acostumbrara a la penetración. Sabía que iba a tomarme tiempo, pero valía la
pena. Apenas había entrado la mitad de mi glande, cuando él comenzó a quejarse.
"Respira
hondo", le dije.
Lo hizo.
empujé más. Toda la
cabecita por fin estaba dentro. ¡Tenían que ver como su ano se había expandido
de ser un puntito entre sus nalgas! ¿El seguía quejándose, aunque por ratos me
parecía que también eran gemidos de placer. empujé un poco más mi pinga dentro
de su ano, lentamente, poquito a poquito, despacito. Lo que quería era que lo
disfrutara, no que le agarrara temor a la penetración. él seguía quejándose,
aunque en menor grado, jadeando, gimiendo.
"¿Te
duele?", le pregunté por si acaso.
"Un poco",
me respondió suspirando.
"¿Sigo?"
"Sí".
El primer tercio de
mi pene ya estaba dentro de él. Seguí metiendo. Sabía que no debía
desesperarme, solo disfrutar. Comencé a bombear un poco para sentir el
cosquilleo en mi glande; pero su hueco estaba tan apretado que el resto de mi
miembro no se deslizaba en absoluto como pasaba con otros patas. Bueno, tampoco
me puedo quejar: apretadito es más rico.
Gracias al bombeo,
logró entrar hasta la mitad de mis 18 centímetros. Miguel seguía jadeando de
placer. Yo también comencé a jadear y gemir un poco. El ver cómo la mitad de mi
pene estaba en medio de esas dos poderosas nalgas lampiñas era toda una delicia
que no vería ni en la mejor peli porno. Decidí disfrutar tanto como me era
posible porque después de ese día quién sabe cuándo tendría la oportunidad de
encontrar algo y a alguien así. Y ese pensamiento comenzó a excitarme más y
más, más y más, tanto que comencé a bombear más fuerte y poquito a poquito más
profundo. Miguel comenzaba a quejarse de nuevo. Y tanto me movía que en una de
esas, todo mi falo entró de golpe.
"¡¡Auuu,
mierda!!", se quejó él.
"Perdona",
dije entre jadeos. Junté mi pubis tanto como pude a sus nalgas, esperé que se
le pasara un poco el dolor y comencé a bombear de nuevo, ya a mis anchas, cada
vez más rápido y más rápido, hasta que comencé a chasquearle y ese sonido de
piel con piel chocando se mezcló con los quejidos, los jadeos, los gemidos, los
pedidos...
"Así mueve tu
culo", le decía yo.
Miguel, como podía,
movía sus caderas.
Ya todo estaba
desenfrenado, yo estaba ya en trance. Jadeé más fuerte y me entregué al
orgasmo. Mi leche se disparó dentro del condón. Poco a poco fui recobrando la
calma. Cuando saqué mi miembro, toda la punta del jebe estaba recontrallena de
mi fluído blanco, mientras que su ano estaba recontradilatado mostrando el
efecto del roce.
Miguel seguía
jadeando, aunque lentamente.
"¿Eyaculaste?",
me preguntó cansado.
También cansado le
afirmé con la cabeza.
Tras darnos un
duchazo, regresamos al cuarto a cambiarnos.
"¿A dónde irás
ahora?", curioseé.
"Creo que a mi
casa", me dijo mientras se vestía.
No quise hurgar más.
Si era cierto que se trataba de su primera vez, quizás querría pensar. Aún así,
quise asegurarme de algo.
"¿Cómo te
sientes?", repregunté.
Miguel me miró, y me
sonrió dulcemente.
"Tranquilo, todo
bien conmigo". Se puso de pie. "Y contigo también". Se me acercó
y me besó en la boca; le correspondí aunque sentía que era un beso rígido.
Entonces vi mi
celular: eran 10 y 42. Salimos a la sala.
Miguel metió en
silencio sus folletos, cerró su maletín, se acomodó la ropa.
"¿Puedo verte
otra vez?", me sonrió.
"¡Claro! Sería
chévere".
Abrió al toque su
maletín, sacó un folleto y me lo dio.
"Nino, para que no
me olvides", me dijo.
"Imposible
olvidarte", le sonreí, mientras tomaba el impreso a todo color.
Se acercó de nuevo y
me abrazó, besándome en la boca otra vez. Justo en ese momento, se abrió la
puerta de la calle.
No hay comentarios:
Publicar un comentario