¿Cuándo
mi mejor amigo se convirtió en uno de mis objetos sexuales? No sé si desde la
primera vez cuando lo conocí hace unos seis años. Casi de inmediato me comenzó
a gustar todo de él, y conforme han pasado los meses, y el tiempo nos ha
comenzado a maltratar tanto como hemos
entrado o vamos rumbo a los cuarenta, muchas cosas suyas me gustan, desde lo
intelectual hasta lo físico, aunque intelectualmente no es Platón pero tiene
muchos menos traumas, ni aunque físicamente sea un Bob Paris aunque abiertamente
haya defendido al colectivo gay y salir casi sin rasguños.
Y en ese caso, no sé si también me gusta el
hecho de que aunque siempre se ha definido como heterosexual, nunca ha cerrado
la puerta a las experiencias homosexuales (que no le signifiquen sentir dolor,
como que le metan el pene por el culo), algo que otros hombres, especialmente
quienes ya cruzaron la línea cuando el alcohol les ha jugado malas pasadas,
jamás de los jamases darían por probable aunque hace rato ya fue posible.
Lo que sí tengo claro es que en nuestro caso,
lo sexual puede ser muy carnal en lo teórico, pero en la práctica, está altamente
cargado de simbolismos enmarcados por el
cariño o la lealtad que nos profesamos. Sin embargo, ¿desde cuándo la
probabilidad de un acercamiento sexual comenzó a transformarse en posibilidad? Yo diría desde los pocos meses después de
conocernos, cuando él tenía un juego que externamente me daba terror porque
podríamos terminar desplomados en el suelo, pero que internamente me encantaba
mucho.
Aprovechando que soy más bajo que él en estatura, me levantaba en peso
pegándome a su cuerpo por unos segundos. Aparte de terminar como dos sacos de
papas en el piso, mi otro temor es que alguien subiera (porque siempre sucedía
en el segundo piso de mi casa, donde acostumbro estar solo) y viera la escena.
¿qué habríamos dicho? ¿Una nueva forma de pesar a la persona? ¡Qué ingenuo!
En una ocasión, una de esas cargadas terminó
con él dejándome echado sobre el sofá de mi sala, con su cuerpo casi encima del
mío y nuestras caras muy cerca. ¿Robarle un beso? Me hubiese gustado, pero
estaba lidiando con la impresión, porque siempre era todo repentino, y su
reacción. Eventualmente me dijo que era un juego, y a veces ahora lo repetimos
aunque con una connotación mucho más erótica. ¿Lo del beso? Por lo menos yo, es
una probabilidad que no descarto: él sabe bien que para mí, el beso es el
prólogo y letra capital de cualquier encuentro sexual, aunque, claro, depende
mucho de quién te lo dé, cómo te lo dé y por qué te lo da.
Si bien solemos hablar de sexo más a un nivel
puramente teórico, casi enciclopédico, ha sido apenas en los últimos tres o
cuatro años cuando hemos comenzado a hablar de qué pasaría si ambos se nos
ocurriera ir a la cama no en plan descanso, como ya había pasado antes, sino a
tirar. Siempre hemos evadido la escena con bromas y hasta yo llegué a decirle
que lo más que pasaría es que terminemos desnudos chismeando de todo el mundo o
haciendo chistes de las cosas más
estúpidas solo como para no hacer brumosa la atmósfera del momento. Mas, como
ambos decimos, nunca hay que decir nunca.
Una vez que salimos de viaje, yo me sentí mal
por algo que comí y que me hizo mala interacción con una medicina. Parecía
tener fiebre, así que me quité la ropa y me acosté en la cama. Él insistía que
quería salir a bailar, pero honestamente yo no tenía ánimos, así que asumo
pensó que me hacía el enfermo porque, súbitamente, sentí todo su peso encima de
mi cuerpo. ¡No jodas! Intenté abrazarlo pero me dijo que no porque tenía una
máquina deafeitar y podía cortarme accidentalmente. Se levantó y se metió al
baño. Estaba en calzoncillo.
Cierta tarde que vino de hacer unos papeleos,
se sentó conmigo a conversar en el mueble, y por joderlo comencé a palmearle la
espalda baja burlándome de un polo chiquito que se había puesto. Cuando se
sentaba y se inclinaba hacia adelante, el polo se le recogía y revelaba su
lampiña y tersa –porque tiene una piel tersa—zona lumbar. Entonces noté algo
inusual: donde debía estar la pretina de su ropa interior, no había nada. Se lo
observé y me admitió lo increiblemente cachondo: no llevaba ninguna.
Por joder, comencé a darle manacitos en la
cadera, la espalda baja y amenazaba con meter mi mano dentro de su jean
apretado, como suele usarlos. Cuando se despidió, como siempre por iniciativa
mía, solemos abrazarnos. Mientras me pegaba a su cuerpo, se me ocurrió darle
una nalgada. Él me lo reclamó sin agresividad, pero hizo algo que a mí me sorprendió
y excitó al mismo tiempo: tomó mis manos, se las metió dentro de la pretina de
su pantalón e hizo que le acariciara sus nalgas.
¡No jodas! No es el culo formado de algún chico
de gimnasio, como los que he tenido suerte de ver o tocar; es mas bien redondito,
suave, lampiño en principio. Casi jadeando, tuve mis manos ahí. Él se sonreía
pendejamente, no sé si por su acción o por mi cara de arrecho.
Yo, de puro pendejo, saqué una de mis manos y
le toqué la braguetta. Él entonces se aflojó un poco el pantalón e hizo que le
tocara su pene. Estaba más flácido que erecto. Claro que en ese momento asumí
que ése era su tamaño mínimo ya que no tenía más referencias sobre él, excepto
por su testimonio verbal y lo que una vez pude sentir cuando ocurrían las
cargadas.
Por lo menos, en ese momento, lo asumimos como
otro jueguito, aunque luego, entre broma y serio, me dijo por chat que yo era
un aprovechado. Momento, le dije. Yo admito que estaba jodiendo, pero quien me
metió las manos dentro de su ropa fue él por decisión propia. Y aunque el
asunto pasó por alto, lo que yo comencé a temer es que él comenzara a alejarse,
más aún sabiendo que lo que no tiene en físico, le sobra en coquetería y
seducción. Ahí lo dejo.
Las cosas siguieron mejorando entre ambos, como
amigos quiero decir, hasta que fuimos de campamento y entre las cervezas y el
vino que nos tomamos, decidimos darnos un baño en la quebrada que corría al
lado nuestro. Como era medianoche, por seguridad, nadé abrazado junto a él. Y
como era medianoche, nos bañamos desnudos. Por un momento, nadar rozando su
cadera desnuda con la mía, o anclando mis piernas con las suyas mientras por
ratos sentía su pene fue una experiencia por demás alucinante.
Al año siguiente, justo el pasado, mientras lo
ayudaba a hacer unas tareas en mi computadora, decidimos tomar un receso y
terminamos en un portal de videos porno. Le pasé los datos de unas películas
antiguas, y le comencé a contar cómo era el asunto del cine porno, cómo son los
códigos de comportamiento y toda la nota. Le expliqué cómo los patas comenzaban
a tocarte la pinga, y eventualmente terminé tocándole la suya, pero encima de
su ropa. Entonces me di cuenta que a cada intento, su miembro crecía y se ponía
rígido más y más, hasta que erectó por completo. No aguanté. Casi sin su
autorización, y subrayo el casi, metí mi mano y pude tocar ese pedazo de carne,
ni grandote ni insignificante. Me recuerda mucho al mío en dimensiones.
Desde entonces, los tocamientos entre debidos e
indebidos se fueron repitiendo más de mi parte, lo acepto. Él siempre trató de
limitarme, de no ir más allá. Acepté jugar con sus reglas, pero en algún
momento del partido lograba avanzar usando las mías.
Una noche que vino de estudiar, estábamos
comiendo unos dulces y por casualidad unos rodaron detrás de mi espalda, en el
sofá en el que estábamos sentados viendo televisión. Mi amigo, con una agilidad
felina, se puso de pie, se sentó en mis muslos y prácticamente me abrazó. ¡Dios
mío! ¡Eso no podía ser cierto! ¿Era lo que pensaba que era? Puso sus dos manos
en mi espalda baja, y luego regresó a sentarse en su lugar: había rescatado los
dulces que yo había protegido con mi cuerpo. Bueno, definitivamente parecía ser
amor al chicharrón.
Otra noche después de Navidad, prácticamente
terminamos sentados frente a frente haciendo una postura de sexo tántrico en la
escalera externa de mi casa. Como hay rejas gruesas, y está algo oscuro, no nos
palteó mucho si alguien veía desde la calle.
Una tarde que nos dejaron solos en casa y él
estaba buscando unos documentos en mi máquina, nos pusimos a tomar agua y
revisar el lugar. Nos metimos a uno de los cuartos y se sentó a mi lado en la
cama. Como es verano, vino con short. Se acostó. Mientras hablábamos, me acosté
a su lado y puse mi cabeza en su pecho, que por cierto, sin hacer tanto
ejercicio lo tiene formadito. Hubiese deseado que se me acostara encima, pero
no sé cómo terminé poniendo sus dos piernas sobre las mías. Me preguntó por qué
hice eso y mas bien le pregunté si le incomodaba; me dijo que no. No sé cómo,
la vaina es que luego yo terminé simulando un piernas al hombro sobre esa cama,
ambos con ropa, con él empujando mi cabeza como para que le chupara el pene
mientras simulaba meterle el mío. Yo no
erecté en ese momento, pero juraría que cuando él me dijo que parara porque le
dolían sus pantorrillas, le toqué el paquete: estaba duro.
Luego, volvió a mi máquina y cuando estaba
sentado, simulamos que yo se la chupaba. A propósito, choqué mi cara contra su
miembro, bueno, contra la tela de su shortt en todo caso.
Otra tarde que vino a pasar el tiempo,,
estábamos en la azotea. Como hay un muro de seguridad, mientras
probábamos un equipo y él se hacía una selfie, me arrodillé detrás suyo, y rocé
mi cara con el medio de sus dos nalgas luego de un intento frustrado de simular
una fellatio. No me aguanté, y antes de irse, le besé su pene, siempre protegido
con su ropa, tras una sesión de “acaríciame mis piernas”, que a mi opinión parecen
de futbolista esporádico, ya saben, ni tan masivo que cada músculo necesite dos
manos para ser acariciado, ni tan pequeño que todo se pierda en una sola
superficie.
Lo último que pasó ayer simplemente sobrepasó
incluso mis propias fantasías con él, en las que estamos abrazados y desnudos
bajo una fina sábana mientras nos rozamos y besamos, pero no llegamos a más.
Como siempre, vino por la tarde a ver unos
formatos. Honestamente yo traté de controlarme, traté de distraerme hablando de
cosas que son más útiles y que sí nos importan, pero entre puñetitos y
palmaditas, no pude. Entonces, él se despidió. Nos pusimos de pie, y lo abracé
como suelo hacer, aunque deliberadamente traté de que nuestros penes se
juntaran. Estaban flácidos. Él me observó que ese rroce lo hacía sentir raro,
no mal pero raro. Entonces de pronto me preguntó cómo era una guerra de
espadas, y comenzó a menear su cadera: nuestros paquetes estaban golpeándose
con cierto cuidado. Pero como yo soy más bajo que él, como que no sentía el
punto de contacto justo en el propio miembro, hasta que graciosamente se agachó
un poco y comenzó a hacerlo. Me excité. Y como yo estaba sin ropa interior, ya
pues, se me notó.
No sé por qué me separé de él, pero cuando regresé,
se había bajado su short y calzoncillo hasta medio muslo… aguanta… yo me bajé
mi bermuda, e intenté reahcer la guerra de espadas, pero él no me permitió. A
cambio, dejó sus nalgas al descubierto, e hizo que se las acariciara. Me apoyé
en su cuerpo y aprovechando que ya estaba oscuro, comencé a hacerlo en círculos
con las yemas de mis dedos, pero con una torpeza única, como si estuviese
acariciando un material demasiado delicado, no con rudeza, no con seguridad.
Fue la primera vez que me percaté que en la base de sus dos glúteos, es apenas
velludito.
Estuvimos así unos segundos, y luego se levantó
el short.
“¿Sigues erecto?”, curioseó al sentir mi
entrepierna en su muslo.
“No, ya no”. Efectivamente, se me había bajado
un poco.
Otra despedida. Volvió a bajarse el short y
pedir que le acaricie las nalgas. Volví a hacerlo con menos inseguridad pero
con un temor subyacente, ya saben, ¿estaré haciendo lo correcto o estaré
cagando una relación hermosa de amistad? Aunque, por otro lado, era ahora o
nunca. Me arrodillé, me puse tras suyo, le dije que confiara en mí, y comencé
primero a besarle las nalgas y casi en medio de ellas, donde se le concentra
más vello; entonces, se las mordisqueé.
Me moría por lamérselas, por empezar en una,
seguir en otra, ir por el medio de su raja. Llegar a su ano. Otros chicos me
han dicho que hago buenos besos negros. ¿Cómo habría reaccionado mi amigo? ¿Se
habría excitado, como lo estaba mientras le besaba sus dos cachetes traseros y
le tocaba su pene? El problema era que la posición cómo se había parado, yo no
podía hacer mucho.
Si él estaba sorprendido, yo estaba alucinando.
Se levantó el short y me puse de pie. Volví a abrazarlo juntando nuestros
paquetes suaves.
“Te haré una pregunta y quiero que seas bien
sincero conmigo”, me emplazó. “¿Llegarías a tener sexo con tu amigo?”
“Solo si mi amigo me lo pide”, le respondí.
Sonrió.
“Eres un aprovechado”, me reclamó
amistosamente. “Yo te dejo acariciar mis nalgas y tú te pasas: si te doy el
caramelo, no quieras comerte toda la torta”.
Un chorro de lucidez llegó a mi cabeza, y
comprendí el asunto de respetar las reglas, porque hasta en el juego sexual,
por el puro hecho de ser juego, hay reglas.
“Te prometo que si me das el caramelo, solo me
comeré el caramelo”.
“está bien”, volvió a sonreírse. Nos abrazamos.
De nuevo, otra despedida.
Súbitamente, me tomó por los dorsales, me abrió
de piernas y simuló tirar conmigo de pie, con gemiditos incluídos. Yo comencé a
jadear. ¡Dios! Eso estaba mejor que mis fantasías. Imagínense si hubiésemos
estado desnudos y él con su pene erecto. ¡Qué rico hubiese sido sentir cómo me
lo metía por mi culo! ¿Qué no habría hecho yo?
“¿Qué viene luego?”, sonrió. “Ser esposos?”
“No quiero ser tu esposo”, respondí divertido…
aunque… no sé si realmente sea buena idea si bien suena lógico, pero quién sabe
porque nadie ha regresado del futuro para decir qué tal es.
Estuvimos abrazados, filosofando a pene pegado un
ratito, y volvió a bajarse el short. Yo sentí que donde estábamos era incómodo,
así que lo jalé a una pared de la sala y ahí seguimos. Como que él perdió el
ritmo, pero luego hice que se apoyara en mi cuerpo, y le acaricié el culo con
un poquito más de lascivia, aunque no toda la que hubiese querido. Aproveché
para besarle el cuello con sumo cuidado de no dejarle marca alguna: no solo me
excitaba el morbo de estar haciendo todo eso con mi mejor amigo, sino el hecho
de que, al margen de la incomodidad del momento, la confianza que tenía en su
propio cuerpo lo pintaba como un gran amante, uno de ésos a quien no le importa
rol, orientación o lo que fuera excepto sentir, ¡y qué rico se sentía!
. Volví a jadear. Esta vez no me conformé solo
con el glúteo, exploré por encima de su raja y honestamente me quedé con ganas
de separárselas y jugar con su ano a ver qué pasaba; no meterle el dedo porque
eso es recontraincómodo, sino masajeárselo, dilatarlo, jugar.
Luego, él me llevó mis manos hacia adelante, se
bajó del todo el short y por primera vez desde que lo conozco, me pidió
masturbarlo. Le acaricié las bolas, parte del vello púbico que, como nunca, se
lo había dejado crecer, pero no logré que se le parara porque de pronto le
entraron dos llamadas importantes. Y realmente sí que lo eran. Como que eso ya
rompió la atmósfera, aunque me quedé con las ganas de volver a sentir ese rico
pene erecto, recto, perfecto, y llevarlo hasta el punto de un casi orgasmo tras
lo que dejaría que se le bajara y masturbarlo suavemente aprovechando el montón
de líquido preseminal que emana; o quien sabe, llevarlo hasta un final feliz y
probar su semen, un fetiche que a él le encanta, porque hasta de cuál es el
método más adecuado para mamárselo a él, hemos hablado varias veces. Ojalá haya
el momento y el espacio suficientes para hacer un taller personalizado
intensivo.
. Volvimos a despedirnos, y esta vez sí fue la definitiva.
Cuando llegamos a la calle, me dijo que le
encantaría ver la experiencia en una historia escrita pero no lo tomé en serio
hasta que hoy volvió a insistírmelo por chat. Dice que quiere analizar las
cosas desde mi experiencia, y honestamente (como sé que también leerá esto), lo
que tengo que decir es que, quizás no es lo que la pornografía te muestra como
una secuencia predecible de excitación-erección-eyaculación, pero el truco en
estos casos es no esperar nada más que vivir el momento, la experiencia, la
oportunidad, la complicidad, entender ese adagio que ambos compartimos: el sexo
es otra forma de comunicación eficaz entre dos personas que, al menos, se
simpatizan, y donde lo impredecible siempre será lo óptimo.
Claro que en su nomenclatura, a esto le llamó
“experimentación”; pero como yo le dije, lo mejor será no etiquetar nada, y en
todo caso quedarnos con el solo hecho, la sola experiencia.
¿Repetirlo? Pues… sí, ¿por qué no? No sé si de
nuevo aquí, o esta vez en otra parte; pero creo que con más tiempo y menos
tensión. Y definitivamente con más tiempo y menos ropa o sin ella, porque esa
piel sí amerita recorrerla con manos, lengua, crema, con lo que sea. Aunque,
claro, todo dependerá de que ambos así lo queramos. Por lo menos, hay algo que
podría jugar a nuestro favor: mi amigo me confesó que tras esta última
experiencia, definitivamente ya no puede etiquetarse como puramente
heterosexual. A mí no me importa eso. A mí me importa que nos sintamos libres,
plenos y sin culpa si comenzácemos a hacer el amor con todas las de la ley.
Por lo menos en mi nueva fantasía tras lo de
ayer, hay muchos más recursos que el simple abrazo, beso en la boca o el roce
genital; hay todo un repertorio sexual que me encantaría ambos interpretemos a
discreción.
Si no llegara a pasar, permanece la amistad, y
todo lo que allí he conseguido junto a él, nunca lo pondré ni en hipoteca ni en
subasta. Me costó cada hora y cada día construir algo hermoso, y eso está fuera
de cualquier discusión.
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