Si existe un atractivo culinario de Santa Cruz, ése es el
estofado de pollo que solo sabe preparar Flor. Ella misma selecciona la papa,
sancocha y guisa el pollo, sabe cómo las arvejas pueden hallar ese punto entre
tierno y firme, y el graneado del arroz es casi una receta secreta, al punto
que cuando lo prepara no quiere que ni su padre la ayude. El sabor ni se diga.
Cuando está en casa, Tito suele pedir repetición cada vez que lo prepara. Volviendo
a ese presente, Flor escucha que tocan la puerta del fondo en la casa, y al
abrirla, aparece Owen luciendo ropa deportiva nueva.
“What a
handsome guy wearing those clothes!”
“Thank you.
Your dad and you are wonderful.”
Owen luce una camiseta sin mangas y otro short que la chica
había comprado horas antes en el mercado por encargo de Tito. No son de marca,
pero al menos permitirán que el instructor no repita la misma indumentaria
todos los días.
“Do you
like them? I feared not matching your size”
“Yeah!
They’re so comfortable. After lunch, I’ll do some laundry with my other clothes.”
Ambos pasan al comedor y se sientan a disfrutar del
almuerzo.
“Manolo
Rodríguez created a scholarship, exclusive for me. My undergraduate is paid at
all. Once I graduate, I’ll go to work at La Luna, the estate where my dad
works. But since Don Manolo was murdered, I don’t know what is going to
happen.”
“Any idea
‘bout the murder?”
“Any. And
by the way, there are two strange things I’m wondering about – first, the
Police seems not to have any clue or running investigation, and second, my daddy
and his friends loved Manolo a lot, but I didn’t see them to mourn.”
Mourning is
quite different according to the people, it’s a very personal experience. Have
you cried Manolo’s death?”
Yes, I
have.”
“So have
they, maybe. Don’t judge the way how the people mourn. Perhaps, they prefer to
work still for avoiding the pain.”
“Yes,
you’re right, Owen. So… what about your investigation?”
Owen sonríe
más aún:
“Something
frustrating. There’s no much related information. But I’ll insist.”
“What will
you do when it finishes?”
“Get back
home. Write down a huge essay, then publishing.”
“In… Jamaica?”
Owen muestra sus dientes blancos:
“No.
England. My home’s england.”
Entonces, se escucha que un auto se detiene afuera, y en
segundos alguien toca la puerta de la calle. Flor abre y dos tipos altos y de
contextura atlética están en su vereda.
“¿El señor José Alberto Carrillo, por favor?”
Flor se percata que el logotipo de Cruz Dorada se luce en la
puerta de la camioneta que está detrás de los sujetos, así que deduce no se
trata de una visita cordial.
“¿De parte de quién?”, contesta con voz firme y seria.
“Unos amigos, señorita; queremos conversar con él”.
“¿Amigos?”, sonríe Flor. “él no se encuentra. ¿Quieren
dejarme su recado?”
Señorita, no lo niegue, por favor. Dígale que queremos
hablar con él”.
Flor comienza a perder la paciencia.
“Perdonen ustedes, ¿y desde cuándo yo tengo que dar cuentas
sobre quién está o no está en mi casa?”
“Señorita, no se meta en problemas, por favor”, le dice uno
de ellos, quien intenta adelantarse y cuando está a punto de embestir a la
chica, se para en seco, con el rostro aterrado, y sin poder articular palabra.
Su compañero lo mira y mira a la puerta. La misma reacción. Flor se extraña, pero no se deja impresionar:
podría ser una treta. De inmediato, ambos hombres caen fulminados a la acera y
uno de ellos comienza a sangrar del lado izquierdo de la cabeza. Flor se les aproxima, los patea. ¡Grita! Esa
herida no es ninguna treta.
“Owen! Owen! Come on!”
En la habitación del puesto de vigilancia en La Luna, Carlos
termina de masajear a Frank. El muchacho descansa desnudo, boca arriba, sobre
la cama. Su tío retira el excedente de crema y frotación muscular que ha
utilizado, la que deja un aroma alcanforado muy agradable en el cuarto.
“Pensé que iba a violarme”, repite Frank.
Carlos sonríe.
“No iba a hacerlo. Pudo hacerlo pero no iba a hacerlo.
Recuerda que el honor está de por medio”.
Frank se incorpora.
“Descansa un rato”, sugiere Carlos.
“No, tío. Mejor vamos a almorzar”.
“Bueno, pensemos en tu segunda oportunidad para pasar el
reto”.
Frank sacude su microbóxer y se lo comienza a poner:
“no habrá segunda oportunidad; ésta ha sido la primera y la
última”.
“¿Vas a renunciar así tan fácil?”
“Ay, tío. Se acaba mi contrato y me largo de Santa Cruz.
Esta huevada de la estirpe no es más que cuento para que ustedes se metan
huevo. OK, háganlo, pero no cuenten conmigo”.
Unos pasos acelerados se oyen afuera, y luego unos toques en
la puerta. Carlos se alarma y sale. Frank termina de vestirse y hace lo mismo.
“¿qué pasó?”, pregunta.
“Parece que quisieron atacar a Flor”, responde el capataz.
Su sobrino no escucha el resto y sale disparado, arranca su
motocicleta y va como un rayo al pueblo. En el camino da alcance a Tito y Adán,
quienes van en sus bicicletas. Se detiene.
“¡Sube!”, le exhorta a quien fuera su contrincante hace solo
menos de una hora.
El gladiador se baja de su vehículo y se pone justo detrás
de Frank. Al diablo si su abultado paquete roza el abultado trasero del
muchacho.
Al llegar a casa, la camioneta de Cruz Dorada sigue allí
estacionada. Frank y Tito se miran alarmados e ingresan al hogar. Flor está
temblando como una hoja mientras Owen le da a beber agua con azúcar disuelta.
“¿Qué te hicieron?”, pregunta el padre, desesperado.
“Nada”, musita Flor. “Preguntaron por ti”.
“¿Por mí?”, se extraña Tito.
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