Escrito por N-Ass
Luego de esa primera noche juntos, pasamos una de las primeras pruebas.
Como él había dejado currículums en Piura, tuvo que regresarse a su casa, lejos.
Otra vez el teléfono sería nuestro método de contacto.
Todas las noches, inevitablemente, hablábamos. Eran horas de horas pegados al auricular hablando de todo, diciéndonos cuánto nos queríamos, hasta escuchando música por la línea.
Seguía de posada en casa de su amiga. Los intentos por regresar a su casa fueron vanos, en parte, por la estrechez de mente de su padre, quien considera que la homosexualidad es una enfermedad. Incluso quería buscarle un especialista “para que lo cure”.
De hecho que hubo tentaciones.
Su ex de entonces le lloró para regresar y no perdió oportunidad para invitarlo a salir o para descalificarme. Incluso le lloró en plena calle pidiéndole regresar.
Por acá, como entrenaba en un gym, el cuerpo del instructor cuando te ayudaba a hacer algunos ejercicios fácil que te la ponía parada; pero lo evitaba. Lo que sí tengo que confesar es que una vez, mientras me ayudaba en un ejercicio de espalda, se sentó detrás de mí en la banca, y se la sentí dura.
Pero, por alguna razón, ambos reaccionábamos, y hacíamos de lado esas tentaciones.
Lo nuestro era superior.
Añorábamos el momento en reencontrarnos.
No sé si él, pero de mi parte claro que hubo dudas: ¿valía la pena todo este sacrificio?
Una voz interior me decía que sí, que si pasábamos esta primera prueba, era probable que nuestro amor fuera a prueba de balas.
Ya habíamos sido amigos por teléfono, sólo que a tu amigo nunca le dices “mi amor”.
Entonces, me nació decírcelo, pero del corazón, y él se emocionó. Yo también, ¿para qué negarlo?
“Todas las noches rezo por ti”, me decía. Aunque no era mi fuerte, la fe era nuestra mayor fortaleza.
Esa primera semana aprendí que, entonces, el amor es un acto de fe.
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