A veinte kilómetros de ahí, en el
lado sur de Collique, Christian entretiene la vista con los bailes cimbreantes
de un go-gó vestido solo con un hilo dental negro y borceguíes militares
mientras bebe un cuba libre. No hay mucha gente en el G4G, un club gay
discreto, debido a que es mitad de semana.
“Rico culo”, dice alguien en su
oreja izquierda.
Christian gira y se encuentra con
un joven tan alto como él, de rostro tan agradable como el suyo, vestido en un
raro traje que le recuerda a algún superhéroe y que revela un bien trabajado
cuerpo como el suyo, que huele agradable como él… pero que, incluso con esa
pobre luz, se nota más blanco que él.
“¡Edú!”, lo reconoce, choca las
manos y le da un abrazo.
“El mismo”, le confirma el chico
con un marcado acento venezolano.
“Pensé que te habías ido a la
capital”.
“Mis planes no salieron como
esperaba, pero seguiré intentando”.
“Y… ¿qué sabes de tu amiguito, el
Tito?”
Edú sonríe y mira al go-gó:
“Debe seguirme odiando, pero no
es mi culpa: yo le dije bien claro qué buscaba y él confundió gimnasia con
magnesia”.
“O tubérculo con ver tu culo”.
Ambos jóvenes ríen.
“Algo así, pana”.
“Tito odia a todos los
venezolanos, en realidad; pero… ¿qué puedes esperar de un tipejo inculto de
aldea, que solo fue al servicio militar porque no tenía más opciones?”
“Tampoco lo batees así, chamo.
Tito es buena persona; solo que confunde las cosas, eso es todo”.
“¿Y sigues solo, Edú?”
“¿Depende de para qué”.
Christian sonríe, y en cuestión
de minutos ambos ingresan a un privado del club, donde se sientan, abrazan y
besan con locura. Edú desabotona la camisa del abogado y comienza a chuparle
ambas tetillas, lamerle por en medio de los pectorales y abdominales mientras
que con la mano derecha acaricia el paquete hasta ponerlo duro; baja la
bragueta y libera el pene de diecinueve centímetros, grueso, erecto y
lubricado. Sin que se lo pidan, Edú lo chupa tratando de tragárselo. Christian acaricia la espalda del chico y
trata de alcanzar sus nalgas; siguen duras y levantadas. Mete su mano por la
pretina del pantalón y descubre que el chico no lleva ropa interior, así que lo
siguiente será estimular cuidadosamente el ano con su dedo.
“La gran puta, la mamas riquísimo”,
masculla en medio de su excitación. “Arrodíllate en el mueble”.
Edú hace caso y se pone en cuatro
patas. El abogado baja el pantalón y
descubre los lampiños glúteos, en medio de los que un ano deliberadamente
pulsante está listo para que lo asalte con su lengua.
“Así, chamo. Cómeme bien el culo,
vale”.
Christian se baja su pantalón y
bóxer y coloca su glande en el esfínter ya dilatado; comienza a empujar. Edú
toca el falo a punto de penetrarlo.
“Ponte condón, vale”, alcanza a
pedir.
“No jodas, no tengo nada”.
“No importa, chamo; prefiero con
capuchita”.
“OK”, responde Christian algo
fastidiado, y se levanta el pantalón.
“No pienso moverme de aquí hasta
que me la claves, pero con condón”, dice Edú quien sigue en cuatro patas, el
ano latiendo deliberadamente. Christian se tranquiliza, y sin abotonarse la
camisa sale del privado, camina hasta el baño de la zona VIP y busca la máquina
expendedora de preservativos. Cuando está recogiendo el paquetito, algo llama
su atención en el espejo: un hombre joven desnudo (solo tiene muñequeras
doradas), negro, anatomía de fisicoculturista, bien dotado, lo mira con una
sonrisa desafiante en el vidrio. El abogado se molesta y camina hasta donde se
supone que se generó el reflejo, pero no encuentra a nadie. Sale del baño.
Nadie tampoco. Va a su privado.
“¡¿Vino aquí?!”, pregunta casi
fuera de sí. “¿¡¡¿Vino aquí?!!”
Edú gime y jadea solo, con mucha
intensidad, no le hace caso, las nalgas bien abiertas, el ano muy dilatado.
Christian deja caer el paquete de preservativos al suelo, siente que el aire se
le acaba, y se desvanece ahí mismo. Cuando despierta, una luz blanca intensa
parece encandilarlo y un olor característico llega a su perfilada nariz. Cierra
los ojos otra vez. Escucha un murmullo de gente. Abre sus ojos otra vez y mira
hacia lo que sería abajo, aunque en realidad es adelante porque está acostado
en una camilla. Un policía uniformado está dormido en una silla con el cuerpo
apoyado en la pared. Christian intenta incorporarse pero siente que la cabeza
va a explotarle; suspira, y el efectivo se despierta, poniéndose de pie. Se le
acerca.
“¿Se siente bien?”
“Zapata… ¿dónde estoy?”
“Me reconoce… buena señal”.
El policía da media vuelta.
“¿A dónde vas?”
Zapata se detiene y gira:
“A buscar a la técnica de
enfermería”.
“¿En qué hospital estoy?”
“Apoyo Collique Sur, doctor”.
“¿Quién me trajo aquí?”
Zapata toma su libreta que está
en una de las mesitas plegables, revisa sus notas:
“Dos empleados de un local
nocturno llamado Ge Cuatro Ge; lo hallaron desmayad…”
“Ya…”
“¿Ya recuerda algo?”
“¿Quién inventó semejante
huevada?”
“Afirman que estaba en un privado
con un varón, quizás veinticinco, apariencia de venezolano quien salió huyendo
del lugar. ¿Le dice algo?”
“Sí… que alguien quiere dañar mi
reputación”.
Zapata se acerca un poco más a la
camilla:
“Ese Ge Cuatro Ge es un local
para…”
“Escucha: no me interesa qué te
haya dicho quien me trajo, pero ese atestado no va a decir nada de un Ge Cuatro
Ge, ni Cuatro ge, ni Tres De…”
“Pero, doctor…”
“Saldrá como yo diga.
¿Entendiste, Zapata? Como yo diga”.
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