A la mañana siguiente, me levanté temprano. Miré la imagen de la Virgen colgar en la puerta de mi habitación, me conmoví. La imagen de la virgen siempre había evocado en mí gran devoción. Me paré delante de la imagen y recité una Salve.
Me vestí con el buzo, tomé mi reproductor MP3 y coloqué música electrónica. Me eché a trotar por la manzana.
Poco a poco iba acelerando la marcha, veía a los escolares ir con sus padres a sus colegios. Recordaba el tiempo en que Papá nos había llevado a mi hermana y a mí al colegio. Realmente fueron tiempos felices. Empecé a sentir cansancio, “solo un poco más” me dije.
De regreso a casa, me topé con una compañera de universidad. “Hola Tavito” me saludó entusiasmada, también regresaba de correr. “Hola Mariana” le respondí, sin el mismo entusiasmo que ella había mostrado al saludarme. Por alguna razón yo pensaba gustarle a Mariana, sin embargo era hasta ese momento solo un pensamiento. Llegué a casa, tomé una ducha y bajé a desayunar listo para ir a la universidad. Salí de casa y tomé un taxi. Tenía un curso aburridísimo, la sola presencia de la profesora era aburrida, sin embargo no era aquello lo que más me aburría de su apestoso curso, sino la forma cucufata de pensar que pretendía inculcarnos. Aunque no era materia de su curso, tocaba temas referidos a la drogadicción, a la prostitución, al consumo de alcohol, y siempre nosotros, los estudiantes de mi generación, éramos unos perdidos, unos demonios, y en fin, una serie de apelativos negativos. Aquella mañana no sería la excepción.
“Hoy, mientras venía de camino a la universidad, me topé con una ingrata sorpresa”, empezó a decir la profesora, con su modo peculiar de hablar, arrastrando las palabras, en una suerte de susurro casi inaudible. “Vi a dos jovencitos – ambos varones- tomados de la mano, dispuestos a tomar un taxi” exclamó con un tono de repudio. “Esa es una de las razones por las que nuestra sociedad está como está”, seguía diciendo. Cada vez su discurso se llenaba de más repudio, de más odio. “Son unos enfermos, eso no es normal, se nos creó hombre y mujer. Así que si alguno de ustedes atraviesa por esas confusiones, está aún a tiempo de ir a un psiquiatra para que los cure, porque ser homosexual es una enfermedad curable”. Y dicho esto clavó la mirada en un muchacho de aspecto humilde, al que todos nosotros respetábamos por ser sumamente inteligente. Que sea afeminado jamás fue un obstáculo para que la lucidez de su pensamiento se manifieste. Jerónimo, así se llamaba el chico, tomó sus cosas y se fue del salón casi corriendo. Al ver esto, la profesora esbozó una sonrisa macabra. No contuve mis impulsos y me paré, y apretando los puños dije: “Profesora”, casi gritando. La profesora regresó a mirar con un gesto desafiante, que dejaba ver que aunque no lo dijera, le sorprendía que yo gritase de esa manera. “Dígame Señor Lazarte” me dijo, a lo que sin más, y temblando de miedo por dentro, proferí: “Creo yo, que esta vez usted se ha excedido, como ya lo hace bastante. Habla usted de temas que sinceramente no le competen”. “Creo yo que usted está equivocado Sr. Lazarte, mi labor como docente no se extingue en el mero hecho de brindar conocimientos técnicos…” se defendió. “Creo que si está equivocada” dije defendiéndome, con una pasión que me embargaba cada vez más, quizá por la injusticia, quizá porque también me había sentido agredido. “Su labor es educar, y educarnos en nuestra carrera. Para saber lo que está bien y lo que está mal ya hemos tenido buen tiempo en casa y en el colegio. Si sus creencias son tales, creo que usted no debe pretender obligarnos a creer de esa manera. Yo soy católico y como tal creo en Dios y se de lo que está bien y mal, pero no por ello juzgo, que para juez nuestro, solo Dios”.
Cuando terminé tenía a la mitad del salón mirándome. Todos susurraban. Pero lo que más me impactó y hasta atemorizó fue la mirada llena de ira que la profesora tenía hacia mí. Empezó a hablar, pero los oídos me zumbaban, la vista se me nubló. Tomé mis cosas y me fui del salón.
Caminé hasta la puerta de la universidad, y luego hasta mi casa. No podía entender por qué había actuado de esa manera, era contradictorio. Cada vez que pensaba en que yo era homosexual, la piel se me ponía de gallina, me daba miedo pensar que me fuese a condenar. Me daba miedo también la reacción de mis padres, de mi hermana al saber que yo era homosexual. A veces pensaba que todo se me pasaría algún día, que de repente a cierta edad me casaría y fundaría una familia. Pensaba que todo sería pasajero. ¡Qué equivocado estaba!
Pero la forma en como trataron a Jerónimo me pareció injusta. Él era un estudiante brillante. Yo era bueno, pero el era brillante y además era becado, y eso era realmente admirable.
Caminé hasta mi casa. Me sentía agotado. Me desnudé y al quitarme el pantalón, vi caer un papel al suelo. Lo recogí, era el correo electrónico de Adrián, sonreí.
Me senté frente a mi escritorio, abrí mi laptop y entré a mi correo electrónico. Añadí a Adrián a mis contactos y de inmediato apareció conectado. “Hola” me dijo. Ante su saludo, por alguna manera, me quedé helado, me sentí emocionado. La piel se me puso como de gallina. “Hola” le respondí. Conversamos bastante, realmente disfrutaba mucho conversar con él. Me hacía reír con sus pavadas. Lo dejé porque tenía que ir a almorzar y luego de un rato a entrenar en la piscina. Pero quedamos de vernos a las 7 en su departamento.
Salí de casa con un entusiasmo que pocas veces sentía. Llegué a la piscina. Me desnudé en los camerinos como de costumbre. Me coloqué el apretado slip de natación, la gorra y sobre ella los lentes. Salí a la piscina propiamente dicha. Hice calentamiento y luego me clavé en ella. Nadaba por espacio de 20 minutos y descansaba 5 y así lo hice hasta completar una hora en el agua. Salí, me sequé, me puse la misma ropa ligera con la que había ido a nadar esa tarde y regresé a mi casa.
Me sentía entusiasmado. No sé si era el solo hecho que me iba a volver a ver con Adrián, o, si era la tácita invitación a volver a tener sexo con él, lo que hacía que me entusiasme y emocione. Llegué a casa nuevamente, tiré mi mochila sobre la cama, me desnudé y me metí a la ducha. Cantaba mientras me duchaba. La verga la tenía dura a más no poder, y aunque tenía ganas, decidí no masturbarme.
Me vestí, y me marché. Tomé un taxi y me dirigí al departamento de Adrián. Me bajé del taxi y en cuestión de unos pocos minutos estuve delante de su casa. Toqué el timbre del intercomunicador y casi de inmediato una voz ronca y varonil respondió: ¿Quién es? Preguntó, “Yo, ¿quién más?, respondí riéndome. “¿Quién es yo?” Replicó, en un tono juguetón. “Adrián apúrate ¿quieres?, Soy yo, Gustavo”, respondí riéndome pero sintiéndome secretamente incomodo por su broma. “Ah, Ahora sí”, dijo, y finalmente abrió la puerta.
(CONTINUARÁ...)
© 2013 Gonzalo Martínez. © 2013 Hunks of Piura Entertainment. Esta es una obra de ficción: cualquier parecido con nombres, lugares o situaciones es pura coincidencia. Escribe a hunks.piura@gmail.com o comenta aquí.
Texto producido con el Método Writting Fitness. Más información aquí.
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