Christian pisa el acelerador y
pasa de largo La Luna. Un poco del ocre atardecer está justo frente a sus ojos,
así que enciende las luces altas para ver por dónde va, sin importarle si
encandila a los esporádicos vehículos que vienen en contra por el otro carril. No
pasan un par de kilómetros cuando frena en seco sobre el asfalto haciendo
chirriar los neumáticos maniobrando para no caer al canal. Un tronco de zapote
bloquea justo el carril derecho, por donde le toca ir. El abogado mira a ambos
lados y por el retrovisor. Va a retroceder para evadir el leño. Pone las luces
bajas y al mover la palanca de cambios, nota que en la superficie del mismo una
mancha roja destaca como si se tratara de pintura fluorescente. Comienza a
respirar agitado, abre su guantera y saca una pistola nueve milímetros que pone
a su costado. ¿Bajarse a investigar? Ni loco. Pone primera y se aproxima al
tronco poco a poco hasta que distingue la forma de la mancha. Parece que quiere
hiperventilarse, gira la cabeza a ambos lados; por fin pone reversa, mira que
no tenga vehículos al costado, vuelve a poner primera, tuerce el timón y pisa
el acelerador a fondo, mientras su memoria rescata una imagen de ese lunes.
“Negro reconchatumadre, me las
vas a pagar hijo de una negra puta”, refunfuña mientras suda frío.
¿Qué significa esa G4G pintada en
vivo rojo sobre aquel tronco, el mismo tronco de la tarde cuando viajó por
última vez en esa misma camioneta con Manolo?
Tras entrenar en el AMW, y de
regreso en su casa, Frank pone seguro a la puerta de su dormitorio pues recién
ha terminado de bañarse. Se quita la toalla y busca la ropa con la que irá a
cubrir su turno nocturno de vigilancia: una camiseta, otro jean, medias
gruesas, un bikini de tiras algo delgadas. El problema es que todo eso no
parece combinar con su chaqueta, así que abre la otra mitad del armario y busca
algo más cómodo para llevar considerando que hace frío y hará la ruta en su
motocicleta. Saca una chompa gruesa y otra cae al suelo del cubículo. Al
levantarla, se topa con una caja pequeña, tan pequeña, que puede cogerla y
aprisionarla con una sola mano. Al abrirla, halla una tanga hilo dental negra
con una luna blanca bordada justo donde pene y testículos hacen bulto.
“¿De dónde la sacaste?”, se
intriga Carlos cuando Frank le muestra el hallazgo en la caseta de vigilancia
justo después de llegar a la finca.
“¿La reconoces, no?”
“Aún se estira”, sonríe el
capataz alargando las tiras de la prenda.
“Aunque lo que no recordaba era
esto”, menciona Carlos sacando una tarjetita donde aparecen cuatro varones
luciendo esas prendas, músculos al por mayor y el título “LA Estirpe En La
Luna… ¡Este fin de semana!”.
“Tito, Adán, Christian y yo… esto
debe tener diez años”.
“Yo tenía nueve, ¿recuerdas? Te
descubrí ensayando tu coreografía en la casa y me dijiste que esa noche sería
especial porque te retirarías de bailarín y comenzarías otro empleo: éste”.
“A ti te queda mejor que a mí
ahora”, Carlos guarda la prenda en la caja.
“¿Ésta es la que buscabas la
noche que me contrataron para la despedida de soltera, tío?”
“Sí, y no aparecía por ninguna
parte”, sonríe el cuarentón. “Yo era Charlie,
Tito era Joey, Adán era Édgar y
Christian era simplemente Chris”.
“Yo recuerdo que ese domingo, te
acercaste a mi cuarto y me la diste; me dijiste que la guardara porque cerrabas
una etapa, bueno algo así”.
Carlos sonríe:
“Te dije, sobrino, que tú ya
estabas creciendo y yo ya debía dejarme de ciertas cosas. Cuando me descubriste
bailando y me dijiste que la tanga era para maricones, como que me remeció la
cabeza, no porque me dijeras maricón sino porque no sabía hasta entonces si te
estaba dando un buen o un mal ejemplo”.
“Lo que me intriga es la tarjeta,
tío. Entre ayer y hoy han pasado una serie de cosas que me han sacado de
cuadro, desde que me revelaron eso de la estirpe hasta lo de Flor, y la manera
cómo la gente está comentando lo de ella… creo que esta tarjeta es la clave”.
“¿Por qué, Frank?”
“Porque creo que no me has dicho
toda la verdad sobre la tal estirpe, mejor dicho sobre La Estirpe, así con
mayúsculas; y ya que no tenemos secretos ahora, quiero saber”.
Carlos guarda la cajita en su
dormitorio y camina con Frank hasta la casa grande.
“Cuando fui al servicio militar,
hace dieciocho años, tú recién tenías uno de nacido. Mi hermana necesitaba
apoyo, así que mi plan fue darle toda la propina que dan, para ti. Tú ya sabes
por qué. Mi sorpresa fue que en la oficina de reclutamiento estaba Tito. Yo
estaba saliendo de las drogas, él estaba saliendo de las pandillas. De hecho,
se lo trajeron de Collique porque hasta lo habían amenazado de muerte, y el
sitio más seguro para que no le hicieran nada en ese entonces era el cuartel.
El asunto es que allí dentro conocimos a Manolo, mejor dicho el cabo Rodríguez.
Recién estaba saliendo de la Escuela de Oficiales y su primera misión fue manejarnos
como tropa. Aunque nos sacaban la mierda, Manolo comenzó a hacer más amistad
con nosotros. Comenzamos a salir los fines de semana. El entrenamiento nos
había sacado buenos físicos, y en los sitios que íbamos, no solo las chicas
sino también los patas se nos quedaban mirando. No les hacíamos caso, hasta que
una noche de borrachera, Tito, Manolo y yo… bueno, fue mi primer trío porque la
primera vez que yo había estado con un hombre fue en el colegio a los catorce
por un poco de pasta. Había descubierto que la cocaína podía hacer que duraras
hasta una hora metiendo pinga. Regresando al cuartel, tras ese trío, nos
quedamos cojudos los tres. Manolo y Tito confesaron que también le habían
entrado desde chibolos. Desde la semana siguiente, nos dimos cuenta que eso
podía generarnos plata, así que los tres comenzamos a cobrar por tener sexo.
Luego, un estilista hizo su fiesta de cumpleaños y nos dijo que quería
bailarines exóticos, que si podíamos, y le dijimos que sí. Como la cosa se
repitió las semanas y meses siguientes, cuando nos licenciamos al año
siguiente, Manolo decidió que no nos separáramos y fundamos La Estirpe a raíz
de todo lo que él había leído sobre los pueblos preincas de esta zona”.
“¿O sea que lo del linaje era
mentira, tío?”
“No. Cuando Manolo siguió
profundizando, halló documentos y resulta que nuestra familia sí tiene relación
con esos grandes señores. No sé cómo estableció el linaje, pero recuerda que yo
soy Zavala Namuche, y la cosa venía por el lado de mi mamá. Manolo decía que la
terminación ‘che’ era típica de esta zona. Así rescatamos el culto, los ritos,
en fin, todo lo que te conté la vez pasada”.
“¿Y cómo se integraron Adán y Christian?”
Adán se dio cuenta que su primo
ganaba plata haciendo algo inexplicable los fines de semana, así que un día,
como tú, lo descubrió ensayando. Al inicio lo chantajeaba exigiéndole cebiches
y eso, pero cuando ya teníamos un año de haber dejado el cuartel, él se nos
integró. Y Christian lo mismo: fue reclutado en el cuartel apenas entró. La
vaina fue que Manolo se había hartado de la vida militar, pero tampoco tenía
cómo engancharse si se iba de civil, aparte que ya estaba casado y abían nacido
sus hijos. Fue ahorrando, ahorrando. Primero compró un bar de mala muerte y lo
transformó en La Luna. Fue uno de los primeros clubes gay de Collique. Nosotros
trabajábamos allí atendiendo, haciendo presentaciones, cachando con los
clientes. Eso fue hace quince años más o menos. Imagina que la Luna al mes
equivalía a otro sueldo de Manolo. Claro que allí íbamos a trabajar por las
noches, porque por el día chambeábamos en la naviera que administraba su
esposa, Esmeralda. La Luna y la naviera nacieron casi al mismo tiempo. Todo iba
bien hasta que por alguna razón, la mujer descubrió la doble vida de su marido,
le exigió el divorcio, él terminó mandando la vida militar a la mierda, salió y
como quería tener algo para sí mismo, compró este fundo. La historia en adelante
ya la conoces”.
“¿Todavía existe La Luna, el club
gay?”
“No. Según me contó, la cosa ya
no funcionaba igual y solo mantuvo el negocio para pagar la carrera de
Christian, así que apenas él se graduó, lo vendió. No sé qué habrá sido del
local. Dicen que el nuevo dueño no le cambió el giro, solo el nombre”.
“Y nunca nadie les hizo problemas
en La Luna, el club?”
“No que yo recuerde, sobrino.
Aunque siempre nos intrigó saber cómo la señora Esmeralda llegó a descubrirlo
todo porque tuvimos mucho cuidado”.
“¿¿Y por qué Manolo le puso el
mismo nombre del club al fundo?”
“Te lo conté la otra vez: los
antiguos pobladores no tenían al Sol como su dios máximo sino a la Luna, porque
la consideraban dadora de fertilidad, y la fertilidad está ligada a lo sexual,
y en los antiguos pueblos se practicaba mucha homosexualidad ritual. Además,
así Manolo aisló las propiedades del matrimonio. De hecho, ahora que lo
recuerdo, inicialmente la finca y el club no estaban a nombre de él sino de
Tito”, pero cuando se divorció, rehicieron los papeles y aparecieron a nombre
de Manolo otra vez”. Creo que la única propiedad que dejó a nombre de Tito es
la de Santa Cruz, donde está su casa y el gimnasio”.
“Entonces, ¿quién era el hombre
de confianza del señor Manolo: tú o Tito?”
“En La Estirpe aprendimos que
todos somos sus hombres de confianza. Adán también tiene cosas a su nombre”.
“¿Y tú, tío?”
“No, yo solo administro la finca,
sobrino; pero, ¿qué tiene que ver todo eso con lo que le pasó a Flor?”
Frank se rasca la cabeza
amenazando estropear su peinado en montañita.
“Ni idea, tío, pero vamos a
averiguarlo”.
Y así, entre broma y serio, acaba
la primera ronda de esa noche.
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