A las diez de la noche, el sauna
de vapor en el Xtreme Body Gym & Spa, en Collique Sur, solo tiene dos
ocupantes: un fisicoculturista trigueño de baja estatura y Christian, quien
comienza a mirarlo de reojo al inicio y luego con un descaro total, al punto
que sus ojos poco o nada disimulan el interés que ha puesto en la rasurada
entrepierna del musculoso. Y éste tampoco parece estar incómodo con la revisión
visual a pesar de la penumbra, pero no intenta nada más. De pronto, la puerta
se abre e ingresa un sujeto de contextura normal pero músculos más marcados que
masivos.
“¿Qué hay, esteves”, saluda a
Christian. “¿Qué dice la noche brava?”
“¿Qué hay, García?”
El recién llegado se sienta entre
Christian y el musculoso.
“Bien aquí, relajándome tras una
semana de escritos, diligencias, declaraciones… en fin, tanta chamba”.
“¿Hace cuánto asumiste? ¿Ya estás
como titular o sigues como provisional?”
“Dos meses, huevón; provisional
todavía. De todos modos daré el examen en octubre a ver si agarro una titular.
¿Tú sigues lamiéndole el culo a los Rodríguez?”, García se sonríe.
“Tratando de que las cosas sigan
en orden”, responde Christian.
“Lástima lo de Manolo… era tan…”
Christian le topa el muslo a
García con el suyo.
“¿Y qué te pasó anteanoche,
esteves? ¿Cierto lo del venezolano?”
“¿De qué hablas, García? ¿Hay
algún atestado con mi nombre?”
“No, y me pregunto por qué no
existirá”, le responde mientras comienza a manosearle el pene y los testículos
desparramados entre sus dos muslos.
“Ten cuidado que el monstruo
puede despertarse”, sonríe Christian.
“No me digas que tienes pánico
escénico”.
Entonces García palmea
sinvergüenza el muslo del fisicoculturista.
“Buenas piernas, amigo. ¿Cómo te
llamas?”
“Ehh… César. Me llamo César”,
responde el otro muchacho con cierto nerviosismo.
“¿Nuevo por acá, no? ¿Eres de
Collique?”
“ehh… sí, vivo cerca; lo que pasa
es que recién empecé esta semana”.
“¿Y vienes por relajo o piensas
competir… César?”
“Si encuentro sponsor, claro, me gustaría competir”.
García lleva su mano a los
genitales del chico:
“Yo ssé que prepararse cuesta un
culo de plata, y a veces es jodido hallarla”.
“Sí, es jodido”, sella César
mientras abre un poco más sus voluminosas piernas.
Por su parte, el pene de
Christian, con tanta manipulación, ya está duro, así que García, sin inhibición
alguna, se agacha para chuparlo.
“Aguanta, huevón”, intenta
detenerle el abogado, pero la cálida boca ya se está tragando el miembro.
“Hay un cuarto de descanso
privado atrás”, informa César.
Christian lo mira con la poca luz
que entra: el fisicoculturista está masturbándose.
“Tengo una mejor idea”, dice el
abogado.
Las cuentas vuelven a cuadrar sin
problemas en el AMW. Tito y Owen están sentados en el escritorio de la entrada,
mientras al fondo, Adán está a mitad de sesión de piernas.
“¿Tiempo de entrenar?”, consulta
el instructor.
“Pero no desnudos”, responde el
gladiador haciendo un gesto hacia su primo, quien viste su enterizo alicrado y
zapatillas.
“A él no molestar”, anima Owen.
Tito sonríe:
“¿qué nos pasó anoche, Owen? ¿Qué
nos pasó ayer en la mañana?”
“Apaguemos luces”, responde el
apelado sin ocultar sus blancos dientes. Tito se pone de pie.
“¿Tú saber que los chakras ser?”
“Ni idea. ¿Tú?”
“Para los antiguos indios, chakra ser un centro de energía.
Nosotros tener más de doscientos en todo el cuerpo, pero haber siete
principales: arriba de cabeza, aquí sobre tus cejas, la garganta, en medio de
pecho, donde ustedes llamar boca de estómago, debajo de ombligo, y entre tus
bolas y ano. El de arriba cabeza ser siete, y el detrás de bolas ser el uno”.
“O sea el de las bolas es el más
importante”, comenta Tito.
“No”, aclara Owen. “Los números
no expresar importancia pero orden. Y cuando haber orden, haber balance.
Entonces, la función de chakras es
mantener nuestra energía física, mental y espiritual balanceada. Si un chakra no estarlo, el ser no tener
armonía”.
“¿Y por qué tuvimos sexo?”
“El chakra uno ser el chakra raíz de todo nuestro ser. Ahí comenzar todo:
la vida, la energía, la creatividad, la trascendencia. Antiguos indios llamarlo
muladara y ser el primer centro de
energía”. Entonces, cuando tú tenerlo bloqueado, tu energía no fluir, quedar
acumulada, y cuando acumular energía, poder manifestar en una forma violenta”.
“¿Por eso tuvimos sexo?”
“Tú llamarte guerrero, y todo
guerrero necesitar esa energía para saber cómo responder los retos de la vida,
y saber elegir qué retos tomar. Antiguos pueblos de acá sospecharlo; por eso,
organizar torneos de combate no para matar contendor
pero recanalizar energía. El combate siempre es perdido por el que no tiene
energía balanceada, y sexo conseguirlo. Por eso, vencedores tomaban sus penes en ano de vencidos, no como castigo pero rebalance”.
“Pero nosotros no combatimos ayer
ni anoche”.
“Tú fluir mal tu energía, y tu
energía no estar balanceada. Anoche traté tu energía fluir mejor. ¿Cómo sentir
hoy?”
“Curiosamente mejor que ayer”.
“Ahora, ver esto”.
Owen sonríe y avanza hasta donde
está Adán, quien descansa entre series de sentadillas. Bajo la única luz
fluorescente encendida, le toma la espalda media. Adán lo mira, le sonríe, se
voltea hasta quedar frente a él, lo abraza –lo que es correspondido—y lo besa
en la boca. Tito se queda boquiabierto. Owen toma las tiras del enterizo de
Adán, que descansan sobre ambos trapecios, y comienza a bajarlas, desnudando
progresivamente y por completo el cuerpo de luchador, quien hasta ayuda
moviendo las piernas para que la prenda empapada en sudor abandone por completo
su cuerpo. Adán espera a que Owen se ponga en pie para quitarle la camiseta
manga cero y el short, dejándolo también completamente desnudo. Ambos se
sonríen y miran a Tito.
“¿Qué esperar?”
El gladiador se les acerca.
Mientras Adán lo libera de la camiseta, Owen lo libera del short; luego, ambos
toman cada lado del microbóxer y lo dejan como Dios lo trajo al mundo. Aunque,
a decir verdad, lo único que los tres traen puestas son sus zapatillas.
En el dormitorio lateral de la
casa grande, Flor trabaja en su laptop, y se detiene un momento. Se estira en
la silla, suspira. De pronto tocan su puerta. La chica se pone de pie.
“¡Ya voy, tío Carlos!”
Pero, al abrir la puerta.
“Hola, muñeca”.
Frank está vestido con un mono y
gorra blancos que tienen bordada una Luna cuarto creciente en hilos negros
brillantes; calza unas botas negras para lluvia.
“No solicité servicio a la
habitación, joven”, sonríe la chica.
“Es cortesía de la casa”,
responde el galán y activa su celular. Una melodía interpretada con un saxofón
suena desde alguno de sus bolsillos. El muchacho ingresa al dormitorio y
comienza a moverse muy lento y muy sexy. La chica sonríe y se sienta en la cama
para apreciar mejor el espectáculo privado. Frank agarra la gorra y se la saca,
la sostiene con sus dientes y, sin dejar
de bailar y dar vueltas, toma la cremallera del mono y se lo baja, descubriendo
su pecho velludo y musculado, así como sus abdominales bien definidos, y por
supuesto esos brazos cuyos bíceps y tríceps parecen olas. El elástico de la
cintura impide que el resto de la prenda caiga, lo que será imposible si
primero no se deshace de las botas, las que quedan a un lado de la cama. Sigue
bailando y esta vez toma el elástico, lo expande y empuja el resto del mono
hacia el suelo. Flor no puede creer que debajo, el chico luzca una tanga negra
hilo dental con una Luna blanca bordada justo ahí adelante. A pesar que no
tiene sus nalgas depiladas, el hecho de que sean grandes lo perdona todo.
Entonces, el mozo se acerca a la chica, libera la gorra que sigue entre sus
dientes, se la pone a la altura del paquete y mueve sus caderas. Ella entiende
el mensaje: toma las tiras de la tanga y comienza a bajarlas dejando que se
deslice piernas abajo. Con una patada,
Frank tira la prenda más allá y baila sin quitar la gorra de sus partes
íntimas; lo que sí no deja a la imaginación es su gran trasero. Cuando la
música acaba, se coloca delante de Flor:
“La gorra es suya, señorita”.
La joven ríe algo atontada, pero
no alarga el momento más: quita la gorra y se la pone a la cabeza.
“No vale con trampa”, reclama
ella al ver que Frank usa sus manos para tapar su pene y sus testículos.
“¿Sabes abrir puertas?”
“Todas, Frank. Todas”.
Flor toma ambas manos con las
suyas, las retira. Él toma los hombros de ella, la pone de pie, la abraza y la
besa con dulzura en los labios. Comienza a desnudarla por completo. Por fin,
ese chico y esa chica pueden expresarse el deseo que hace meses los invade. Él
por fin puede besarle el cuello, los senos turgentes, los pezones duros, la delgada
y suave cintura, paladearle la intimidad que la chica le ha guardado mientras
acaricia sus piernas, y ella gime y jadea sin censura, tanto que, en
compensación, le hace el mismo recorrido al hombre, a quien termina por
succionar los dieciseis centímetros con un glande más grande que el resto del
tronco, lamiendo unas ricas pelotas tapizadas de fino vello. Frank se pone un
preservativo, y mientras se acuesta sobre la chica, le introduce poco a poco su
peculiar falo. Las cosquillas que ambos sienten los transportan de un lado al
otro de la cama, arrugan las sábanas y cobijas, hacen que la laptop pase a
hibernación descuidando que su ojo electrónico mire cómo dos almas libres hacen
el amor con intensidad y romance, cómo Flor se sienta sobre Frank demostrándole
que ella también tiene tanto control, o quizás más que él, que el mejor momento
para llegar al clímax es acostándose de lado y dándose un beso que parece
eterno, viendo cómo poco a poco los dos amantes recobran la conciencia y se
asustan al darse cuenta de un detalle que termina por generarles risa:
“Nos olvidamos cerrar la puerta”.
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