El domingo de
esa semana por la mañana, Escalante luce muy deprimido, rehusándose a rasurar
su cara: la barba ya le sombrea sus mejillas ahora sin hinchazón. Entra el
técnico de enfermería:
“Aquí está”,
le indica a alguien.
Tras él, Evandro
ingresa vestido como si fuese a practicar taichí, gorra en la cabeza incluída.
El rostro de Escalante se ilumina:
“Me dijeron
que no quieres comer ni mierda, huevón”.
“Viniste”,
sonríe el enfermo.
“¿Cómo te
sientes hoy?”
“Pensando en
lo que me espera cuando salga de aquí: ya tengo dos muertos en mi haber, a uno
lo dejé sin herramienta de trabajo, y ahora con toda esa información fuera de
mi control…”
Escalante
solloza.
“Y se suponía
que tenías todo bajo control: no era cierto”.
“¿Vas a
demandarme?”
Evandro
sonríe:
“Ya tengo mis
propias paltas… Tu información se cotizó relativamente bien en el mercado
negro; somos la comidilla de esta ciudad de mierda”.
“Si te
refieres a la foto de Osmar conmigo, déjame decirte que Osmar no es ningún
santo como tú crees”.
“No, Arnold,
nadie es santo; pero nadie es tan demoníaco como tú eres”.
“¿Me vas a
demandar, Evandro?”
“Ya te dije que
tengo mis propias paltas ahora… Laura me pidió que deje la casa… pero no te
alegres: Voto de Castidad no será
parte de tu salvataje, y menos yo”.
Escalante
mira a Evandro con sorpresa.
“¿qué mierda
quieres decir, Cruzado?”
“Todos en
algún momento tenemos que pagar nuestros errores”, prosigue el joven actor. “Y
ahora, por fin, te tocará pagar a ti”.
Escalante cambia su expresión lastimera a una de genuino enojo…
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