Medio año después, un fibrado y ralamente velludo Keith entra con una tabla hawaiana en un búngalo a la orilla de la playa. Apenas viste una bermuda turquesa húmeda que le marca el culo, el grueso paquete y las anchas piernas. Tras sí, ingresa Alexis, vistiendo una tanga de baño blanca también húmeda.
“Parece que
la reparación de casas te deja buena plata”, dice el segundo viendo la
habitación construída y amoblada en pura madera y palma.
“Ahorro es
progreso”, replica Keith dejando la tabla en la pared y abriendo un poco la
ventana mientras de fondo se oye al mar romper.
“No eras así
en la secundaria”.
“Cuando
migras, el mundo cambia: si sigues dilapidando, te jodes”.
Alexis
sonríe:
“Lindo
lugar”.
“Lindo
cuerpo”.
“Gracias”,
sonríe el velludo y atlético en tanga.
“¿Quieres un
trago? Tengo chela solamente”.
“No, gracias;
quiero regresar sobrio a mi hotel”.
Keith sonríe.
“Te puedo
dejar en la puerta de tu cuarto. ¿Recuerdas ese campamento en quinto?”
“Nos
embriagamos con ron”.
“¿Recuerdas
lo que pasó después?”
“Prefiero no
recordar… ya te dije por qué”.
Los dos
varones se miran fijamente por algunos segundos. Entonces, Keith se aproxima,
toma la mejilla y besa en la boca a Alexis, quien le corresponde pero luego
parece arrepentirse:
“No
deberíamos…”
“Aquí estamos
solos tú y yo”.
“Nos miran”.
“Deja que nos
miren”.
Keith abraza
y besa profundo a Alexis mientras le quita el bañador y lo deja desnudo. La
marca de bronceado magnifica las ya grandes nalgas respecto a todo el musculado
físico. En retribución, Alexis afloja el velcro de la bermuda y se la baja,
dejando también desnudo a Keith. Ya libres, ambos se acarician. Sus penes se
ponen erectos. Parece que con el surfista se cumple la regla ésa de que cuanto
más delgados, más aventajados.
Alexis se
arrodilla y comienza a chupársela tratando de tragársela tanto como pueda. Keith
mira la acción.
Tras algunos
minutos, el surfista hace que su compañero sexual se ponga de pie, lo apoya en
un mueble y se arrodilla tras sus nalgas velludas a hacerle un beso negro mientras
se las acaricia, palmea y le arranca gemidos.
Luego de cierto tiempo, escupe directo al ano, se pone
de pie, va en busca de algo y regresa abriendo un paquetito del que saca un
preservativo que extiende por todo su falo, se encoge ligeramente de rodillas y
comienza a penetrarlo. Bombea
gentilmente. Simultáneamente, Alexis se
masturba. Los dos gimen y jadean
despacio.
Minutos más
tarde, Keith llega al orgasmo: saca su pene, tira el condón quién sabe dónde, se
masturba y dispara su semen entre las nalgas de Alexis. Finalmente se arrodilla
y le lame su propia lefa.
“Y… corten”,
ordena Giaccomo desde el otro lado de la habitación.
A su costado,
César deja de grabar en la cámara mientras se acomoda su pene erecto bajo su
bermuda en tanto Alejandro aprovecha para tomar algunas fotos fijas de los
actores a quienes pide quedarse en sus marcas por un instante. Su pene largo y
grueso también se marca bajo su short.
“Recupérate,
amor, para hacer las tomas de apoyo”, indica Giaccomo.
En una esquina,
Evandro con unos papeles sobre una tabla de acrílico, anota algo con un
lapicero y lo deja sobre una mesa; su grueso y largo pene erecto se marca bajo
una tanga roja oscura.
“Saldré a
tomar aire”.
Afuera, en
una hamaca, Osmar recibe la brisa en esa playa en algún lugar al sur de
Zorritos, Tumbes, también en tanga de baño (pero celeste), lentes de sol, su
celular en la mano. Evandro se le aproxima y acaricia la cabeza; Osmar sonríe.
“Arnold se
suicidó anoche… Aparente sobredosis”.
“No fue de
amor, ¿no?”
“Evan: aunque
te haya jugado chueco, respeta su memoria”.
“Qué lástima
por Abelardo Sosa. Justo había viajado a Lima para visitarlo y se encuentra
con…”“
Evandro se
queda en silencio mirando pensativo las olas del mar.
“¿Con qué, Evan?”
El aludido sonríe
con la boca abierta poniendo la punta de su lengua bajo el último incisivo sin decir nada.
“Evan, no
estarás pensando que…”,
Osmar también
se queda en silencio.
“Si dicen que
fue sobredosis, fue sobredosis… de amor”.
“¿Tú crees
que…?”
“Fue sobredosis,
Os. Y… a propo, ¿tú conmigo, tú conmigo, tú conmigo, tú conmigo, tú conmigo?”
“Ya hemos
hablado, Evan”.
“De todas
maneras me sale el divorcio en unos dos meses, máximo. Eso sí, me van a
exprimir, pero mis hijos no tienen la culpa de mi decisión”.
“Eso me
desanima”.
“¿Mis hijos?”
“No, tus
decisiones. No creo que hayas madurado lo suficiente, y yo… francamente… aún no
tengo claras las mías, especialmente con papá, mamá y mis hermanos recién
mudados a los Estados Unidos”.
“¿Te mudarás
a Homestead con ellos?”
“No creo,
Evan; aún están procesando… mis destapes”.
“¿Entonces te
irás a Los Ángeles con Alex, Keith y Giacco?”
Alejandro
abre la puerta del búngalo:
“¡Evan, support shots!”
“Ya vengo”,
Evandro vuelve a acariciar la cabeza a Osmar, quien se queda mirando fijamente
al horizonte. Su celular ahora se resbala en su vientre de tabla de lavar. Hay
decisiones que tomar, efectivamente.
Un saxo comienza a sonar; Yuri entona: ¿Quién eres tú, que llora en silencio? ¿Quién eres tú, que viene de lejos? Cansado de amar, cansado de tanta espera…
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