viernes, 4 de octubre de 2013

Cuaderno de Obra (40 - final)

Creado por N-Azz. Escrito y creado por Hubnk01 y N-Azz.

 

El sol se pone a lo largo de la costa de Talara. Gustavo trata de hallar Consuelo en esa imagen naranja, ocre, marrón clara. Una lágrima se le rueda por la mejilla, mientras casas, dunas, balancines de bombeo de petróleo pasan a velocidad frente a sus ojos.

Eduardo, violando las reglas de tránsito, termina de hablar por su celular mientras conduce.

-          ¡Despierta! ¿Quieres la mala o la buena?

-           Creo que la mala ya la sé, Eduardo.

-           No, no es ésa. La gente ha detenido al capataz y a los obreros. Han pedido la presencia de un  Fiscal o aplicarán justicia popular.

-           Entonces, ¿cuál es la buena?

-           Parece que hallaron un cuerpo… Lo siento, Gustavo.

-          El abogado musculoso agacha la cabeza, y rompe a llorar. Eduardo prefiere no decir nada.

-          Tras pasar el peaje de Talara, un policía les hace señas de detener la camioneta. Gustavo lo ve y se pone nervioso

-           Mierda. La cagada.

-           Carajo. Disimula, mierda.

-          Un policía joven y simpático se acerca.

-           Disculpe, señor. ¿Documentos?

-           Claro.

-          Eduardo saca su brevete, la tarjeta de propiedad y el SOAT con toda la naturalidad que puede, mientras Gustavo suda frío.

-           ¿Y operativo de qué es?

-           Contrabando desde Ecuador. Todo en orden, mister. Puede continuar.

-           Gracias, héroe.

-          El policía sonríe seductoramente. Eduardo avanza.

-           ¿Ya ves, carajo? Negro de mierda. Todos los neghros son así. Tremendo trozazo por las huevas, carajo.

-          Cuando llegan a la quebrada La Débora, notan, ya al anochecer, que otra patrulla los espera del otro lado del puente. Gustavo se desespera otra vez.

-           Esto ya no es contrabando, Eduardo. Da vuelta. ¡Da vuelta!

-           ¡Oe! ¿Estás loco? ¿Qué tienes?

-          Gustavo no sabe de razones, y con todas sus fuerzas pone sus manos en el volante, forzando a que Eduardo haga una maniobra tan brusca que le hace perder el control.

-          De pronto, la camioneta se sale del puente, rompe la barrera y cae varios metros hasta el fondo seco de la quebrada. Apenas impacta contra el suelo, se forma una gran bola de fuego.

-          Los policías reaccionan y bajan de inmediato a tentar un penoso rescate…

 

A las nueve de la noche, Juan llega al hospital. Miguel está sentado, totalmente descompuesto.

- ¿Novedades, hijo?

- Nada. Resignarnos nomás.

Juan entra a la habitación que está frente a él. La madre de Tito está llorando en una silla, mientras junto a la cama está Renzo acariciando la cabeza de Tito, quien tiene puesta una mascarilla de oxígeno.

Juan se acerca y nota que Renzo está contemplativo. Su rostro tiene una curita en la mejilla izquierda. Entonces, ambos se miran.

-          Soportó el peso de los escombros con su cuerpo. Si no se hubiera acostado sobre mí…

-          Juan sigue en silencio.

-           Don Juan, tuvo razón hace unos meses cuando nos alejó. Le he hecho demasiado daño a Tito.

-          Juan saca ánimos de donde no hay.

-           Hay una nube de periodistas en la barriada. Mañana saldrá todo a la luz.

-           Pero Tito…

-           Ingeniero, tenga fe. Siempre tuvo fe. Tito confía en usted. Si se deja derrotar, lo perderá para siempre.

-          Renzo se pone de pie. Mira a Juan.

-           Quizás sea lo mejor. Mire, ya hablé con la gente del hospital, y se lo dije a la mamá de Tito: todos los gastos que demande los cubriré yo. Incluso si tiene que rehabilitarse, o…

-           No piense en eso.

-          Renzo sale del dormitorio, llama por teléfono.

-          Un enfermero se le acerca.

-           Perdone, ¿usted trabaja en Acrópolis?

-           Sí. ¿Qué pasó?

-           ¿Podría identificar un cuerpo?

 

Al amanecer del martes, en un cuarto de hotel, en el centro de Chiclayo, Zacarías yace acostado boca abajo con el culo levantado. Jonás está arrodillado justo sobre él, agarrándolo de las caderas, mientras le clava sus 20 centímetros de verga dura y morena.

Jonás gime hasta que, saca su miembro, se desenfunda el condón y dispara su leche sobre la espalda del burgomaestre.

-          Ahhhhh. ¡Mierda! ¡Qué rica culeada!

-          El alcalde se voltea, se masturba y dispara su blanco y pegajoso fluído contra su abdomen.

-           Rico mañanero. Bañémonos y regresemos. Hoy llegará el gerente regional.

-           Ya manchaste la sábana, jaja.

 

A media mañana, Renzo, vestido de estricto traje quirúrgico, ingresa a otro dormitorio, donde una persona con vendas por todo el cuerpo trata de sobreponerse al dolor, más espiritual que físico.

- Dos muertos, ¿cierto?

- Sí. Fue horrible reconocer ese cuerpo anoche. Si no fuera por la cadena.

- ¿Y… Tito?

- Lucha por su vida. Los médicos prefieren darle pronóstico reservado.

- Renzo… perdóname.

- Ya. No hables más. Sé todo lo que tengo que saber.

- ¿Te… engañé.

- Mi trabajo, mi amor, mi solidaridad. Mentiste sobre el VIH.

Unos encargados entran, le piden a Renzo que se retire, pues van a trasladar al herido.

-          ¡Espera, Renzo! Voy a… reparar… las cosas.

-           Haz como mejor te parezca. Hasta siempre, Gustavo.

 

Jonás y Zacarías llegan a Piura sin problemas casi a la una de la tarde. Se detienen en una picantería de La Legua a comer algo típico. En ese lugar sí que se come rico.

Tras pedirse una gran fuente de ceviche mixto, ven un patrullero estacionarse en la puerta. Jonás sonríe.

-          Tombos hambrientos.

-          Los dos policías se aproximan a la mesa.

-           Señor Alcalde y usted, quedan detenidos.

-           Oigan, ¿qué hablan? ¿Se dan cuenta quién soy yo?

-          Jonás aprobecha y trata de salir hacia la cocina del local. Un policía lo persigue.

-          Al llegar al espacio, el policía le apunta con su arma. Jonás tiene a uno de los mozos aferrado del cuello, con un cuchillo sobre la yugular del joven.

-           Me haces algo y lo corto.

-           Señor, no oponga resistencia. Será peor. Entréguese.

-           No, carajo. ¡No, carajo!

-          El musculoso Jonás arrastra al desesperado mozo, lo usa como escudo para salir de la cocina. Se va hasta el corral del fondo. El policía lo sigue a cierta distancia sin dejar de apuntarle. Entonces, llega a un muro de adobe.

-          Jonás sabe que no tiene escapatoria, así que decide lo increíble: corta el cuello al mozo, y lo avienta al policía.

-          El efectivo no sabe a qué dar prioridad, y comienza a pedir auxilio a gritos.

-          Jonás trepa el muro, y cuando está a punto de salvarlo, su zapatilla se atasca en una horqueta. En un intento desesperado por soltarse, pierde el equilibrio y cae de espalda sobre unos toscos pedrones usados para construcción.

 

Medio año después, Renzo sale del Poder Judicial acompañado de su abogada, rodeado por una nube de periodistas.

-          Gracias por venir. Por ahora no haré comentarios. Les prometo que los convocaremos. Gracias.

-          Al fin, entra al escarabajo que Gustavo había comprado.

-           ¡Qué insoportables! No sé cómo les tienes paciencia, Renzo.

-           Modelé alguna vez. Ya tengo experiencia.

-           Por cierto, ¿aceptarás la propuesta de esa revista para posar… tú sabes…?

-           ¿es ilegal? Me estás costando una fortuna, y no tengo mucha chamba que digamos.

-           Ay, Renzo. Pero bastaba con que des esa declaración a favor de la unión civil.

- Por eso te digo: ¿es ilegal posar calatto?

-           Ilegal, no. Moral, bueno. Ashhh… ya eres grandecito.

-          Ambos llegan al estudio.

-           Gracias por jalarme, Renzo. Oye, ya sabes. Tranquilo que todo estará bien en mis manos. Que te vaya bien por Lima.

-           Gracias. Ah, Tito declara la semana que viene, ¿cierto? Salúdalo de mi par… mejor no. Mejor así.

-           Como quieras.

-          Renzo llega al edificio donde está el departamento que hace varios meses había comenzado  a compartir con Gustavo. Está prácticamente vacío. Sólo hay cajas.

-          Chequea su boleto de avión otra vez. Partirá mañana a primera hora.

-           Adiós, Piura.

-          Alguien toca la puerta.

-           ¿Y ahora qué se me olvidó? ¡¿Quién?!

-          Del otro lado de la puerta se siente que alguien pega algo al madero. Con cierta dificultad escucha algo familiar: “Eres tú, nadie más, a quien quiero yo amar, y una rosa lo sabe”. Es la voz de Christian Domínguez.

-          Renzo se agita, abre la puerta.

-          Un gran ramo de rosas rojas se presenta ante sí.

-           Pedido para el ingeniero Renzo. Es de alguien que dice que su amor es bien grande… bueno, y otras cosas también.

-          Renzo sonríe y llora conmovido, recibe las rosas, las deja sobre la única silla que encuentra, hace pasar al mensajero, cierra la puerta, y lo abraza.

-          El mensajero se voltea la gorra y da un beso profundo al ingeniero.

-           ¡Qué buena propina!

-           Loco.

-           ¿Siempre te vas a Lima mañana?

-           Ess lo mejor.

-           No es lo mejor. Tú lo sabes… “Eres tú, nadie más, a quien quiero yo amar…”

-          Renzo y Tito se besan otra vez, hasta que el primero completa el verso.

-          Y tus rosas lo saben.

 

A la mañana siguiente, Tito despierta con unos trinos en el patio de su casa. Está desnudo, apenas cubierto por una sábana. Las rosas que había dejado el día anterior están en un florero en su mesa de noche. No hay nadie más.

Su primer pensamiento es para Renzo, cómo lo conoció cuando se puso la primera piedra, cómo entró a trabajar, cómo espiaron ambos, cómo casi lo violan de no ser por sus vecinos, cómo le salvó la vida una y otra vez. Sonríe.

en el piso está su hilo dental rojo, su uniforme de trabajo como stripper. No es la mala persona que pensaba que era. Es alguien admirable con un trabajo poco peculiar… o quizás pa’ culear.

Al fin se levanta, y así con su estampa desnuda de dios griego va a la ventana a ver cómo el sol se divide en haces entre las plantas del jardín de su casa.

-          Te amo, Renzo. ¡Te amo, Renzo! ¡¡¡Te amo, Renzo!!!

-          Alguien abre la puerta de su dormitorio.

-           OK. Ya lo sé, pero no es necesario que espantes a los vecinos.

-          El adonis calato  se voltea, y sonríe mostrando sus hermosos y blancos dientes.

-           Tito, o controlas esa boca, o la controlo.

-           ¿Ah, sí? ¿Y cómo? ¿A ver?

-          Renzo se aproxima y le estampa un beso francés, que es preludio a otra gran jornada de pasión.

-          El vuelo que tenía que llevarlo a Lima ya partió hace tres horas.

 

FIN.

 

© 2013 Hunks of Piura Entertainment. Esta es una obra de ficción: cualquier parecido con nombres, lugares o situaciones es pura coincidencia. Escribe a hunks.piura@gmail.com o comenta aquí.

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