Salí inmediatamente del departamento de Adrián, pero no sin equipaje,. Llevaba dentro de mí los momentos de placer, el recuerdo de sus gemidos y gestos; pero también me llevaba una gran confusión.
Tomé un taxi y me dirigí al centro de la ciudad, compré una cremolada en una conocida heladería, y me senté a tomar el fresco en la plaza de armas. Aunque mi cuerpo se sentía bien, mi mente era un remolino, una lluvia, ¡una tormenta de ideas! No podía negar que había disfrutado al máximo cada instante en la compañía de Adrián: el placer obtenido en nuestro encuentro íntimo había sido de gran magnitud.
Recordaba y recordaba, y poco a poco empezaron a aparecer imágenes de mi reciente encuentro con él y con otros anteriores; poco a poco mi miembro empezó a tomar forma nuevamente. De repente, cuando me encontraba preso de mi excitación, mis ojos se posaron en la cruz que corona la cúpula de la catedral. Nuevamente la confusión se apoderó de mí.
Decidí que había tenido mucho por ese día, que lo mejor será esperar que llegue el día siguiente, que seguramente será mejor. Me dirigí a casa caminando, “quizá caminando mis dudas se disipen”, pensé en ese momento
Mientras más caminaba, más cansado me empezaba a sentir, pero ya me encontraba cerca de casa, frente al cementerio San Teodoro para ser exactos. Mi celular empezó a vibrar en el interior de mi bolsillo: era mi madre. Estaba histérica, porque no había llegado a casa desde las 7 pm que salí.
“Ya vieja ya estoy en camino” le dije
“Más te Vale Gustavo, más te vale, me has tenido muy preocupada” me respondió
“¡Vaya! Por fin alguien se preocupa por su hijo; yo pensaba que solo te interesaban mis medallas y diplomas”. Y diciendo esto colgué la llamada acelerando el paso.
Cuando me encontraba acercándome a un conocido colegio femenino, la sensación de estar siendo observado me invadió. Aceleré el paso. Un tipo con fachas de malviviente apareció ante mí.
“Paja tus tabas colorao” me dijo el tipejo colocándose delante de mí. Yo intenté seguir caminando, pero se interpuso en mi camino. “¿vas a apurao?” me dijo. “¡Qué chucha te importa!” Repliqué, sintiendo como la adrenalina empezaba a recorrer mi cuerpo. “Ah, carajo, estos pitucos se han avivao”, me dijo.
Intenté retroceder, pero me topé con alguien detrás. Otro tipo de similares características se encontraba a mi espalda. “Ya me cagué, putamadre”, pensé. Empezaron a intimidarme. Me dio rabia. Siempre había sentido fastidio por la gente de malvivir, no los discriminaba, pero detestaba que pese a sus condiciones, no busquen la forma de superarse. Mi viejo había sido recontra pobre y jamás robó. Ahora, mi viejo, era un empresario de éxito. Intenté correr, pero fue tarde, ya me habían tomado por el cuello y uno de los huevones ya empezaba a retirarme las zapatillas. Lo pateé. “Ya te cagaste” me dijo, y de inmediato enterró su puño izquierdo en mi abdomen. Me dolió como mierda y sentí que el aire empezó a faltarme.
Ya me había logrado retirar una zapatilla, empezaba a hacer lo mismo con la otra. Se escuchó el chirriar de unas llantas sobre el pavimento. Un auto se detuvo delante de la penosa escena. Un tipo corpulento bajó del auto negro que se había detenido delante de nosotros. “¡Suéltalo conchatumare!” exclamó. Empezó a pelear con el que me había tomado del cuello. Yo corrí y cogí mis zapatillas. En la confusión no había reconocido al huevón. “Sube al carro” me gritó. Subí. Le propinó una buena golpiza a uno de los tipos, y el otro se dio a la fuga.
¿A…Adrián? ”Hola Tavo” me dijo. “Puta huevón, que lechero soy, si no llegabas en ese momento me hacían mierda” le dije, preso de gratitud y emoción. Sí, esos choros de mierda son la cagada.
“Y se puede saber ¿qué hacías caminando tan tarde por una zona que es tan peligrosa? Me interrogó Adrián, titubee, no sabía que responderle. A grandes rasgos le expliqué que había salido a aclarar mis dudas, a disipar mis confusiones. “Me dejaste pasmado hoy, no entendí porqué actuaste de esa manera” me dijo entre asombrado y aun confuso. “Ya algún día entenderás” le respondí. Le dije que no era ningún tema personal para con él, que al contrario había disfrutado mucho acostarme con él. Mi vieja me volvió a llamar. “Ya voy vieja, ya voy! Putamadre!” contesté furioso y colgué.
“Hazme un favor, déjame en el grifo””, Le pedí a Adrián. “Bueno, en realidad me iba a otro lado, pero bueno está bien te llevo” me respondió él. Llegamos. Me dio su correo y me pidió que cualquier cuestión en la que pudiera ayudarme, solo le escribiese. Tomé un taxi y me dirigí a casa.
Cuando llegué, mi madre me esperaba prevista de sus ataques más fuertes. Me acusó de irresponsable, de descuidado. “Vaya, ya me sorprendía que te preocupes por mí, sigues haciendo lo mismo, sólo me ves como una máquina de ganar medallas” le respondí a sus reclamos. Se quedó callada, solo bajó la mirada y se retiró. Le dije a Matilde, la empleada, que no tenía hambre. Matilde como siempre acató la orden y se alejó, esta vez dándome un consejo: “Ay joven Gustavito, no le hable así a su mamá, ya sabe cómo es ella, sólo déjela” me dijo con voz temblorosa pero sincera. “Gracias Matilde, tu pareces ser la única cuerda en esta casa” le respondí, dándole un beso en la frente.
Me dirigí a mi habitación. Me desvestí, lancé la ropa sobre la cama. Me dispuse a tomar una ducha. Una vez en el baño de mi habitación, me detuve a mirarme en el espejo. Me encontraba agotado, pero una sutil sonrisa empezaba a aparecer en mi rostro. No entendía por qué. Estaba confundido. Éso estaba claro. Pero mi culpa se hacía menor, casi insignificante, cada vez que pensaba en Adrián.
Mi miembro, ante su recuerdo, despertaba como si tuviera voluntad propia. Pronto empecé a sentir cómo mi cuerpo incrementaba su temperatura. Me miré en el espejo y al verme desnudo, imaginé cómo Adrián me recorría con sus gruesas y grandes manos. Me excité. Llevé las mías a mi miembro y empecé a masturbarme, recordando las caricias y besos de Adrián, su fuerza, nuestra pugna de fuerzas, todo era genial en él.
Acariciaba mi miembro con gran deseo, moviéndolo, mirándome en el espejo. Me miraba y veía nuevamente mi rostro desfigurado por el placer. El placer que daba el autosatisfacerme era fuerte, pero no equiparable con el que sentí con Adrián. Tocaba mis tetillas. Lamía mis axilas, siempre mirándome al espejo, imaginando y recordándolo milimétricamente. La sensación era realmente excitante.
Suspiré fuerte, y sentí que ya me venía. Solté un chorro blanco, y sonreí con placer. Me había imaginado siendo de Adrián nuevamente.
Tomé una ducha y me recosté. La confusión se apoderó de mí nuevamente, al mirar la imagen de la Virgen que colgaba en la puerta de mi habitación. Me tapé con el edredón, me coloqué los audífonos, cerré los ojos y me quedé dormido, agotado por todo el acontecer del día.
Continuará.
© 2013 Gonzalo Martínez. © 2013 Hunks of Piura Entertainment. Esta es una obra de ficción: cualquier parecido con nombres, lugares o situaciones es pura coincidencia. Escribe a hunks.piura@gmail.com o comenta aquí.
Texto producido con el Método Writting Fitness. Más información aquí.
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