Pocos minutos después, Tito y
Adán llegan al primer paradero de minibuses para esperar el regreso de Flor,
quien ha ido a Collique, donde estudia el sexto ciclo de Administración de
Empresas. Ambos montan sus bicicletas, o hacen el ademán de usarlas como
caballos. La gente los mira con envidia y respeto.
“¿Estás diciendo que Christian le
ha estado jugando chueco a Manolo?”
“No, Tito, no he dicho eso; lo
que digo es que cuando hemos preguntado por él, Oj se volvió azul, y la noche antes que avisaran lo de Manolo fue
lo mismo”.
“¿Y eso se conecta con Christian,
Adán?”
“No lo sé; solo te cuento los
hechos”.
“El problema, querido primo, es
que cuando comienzas con tus presentimientos, hay que tenerte cuidado. A ver,
¿qué detectas de Owen?”
“¿De quién?”
Justo en ese momento llega el
minibús y se detiene. Se baja un poco de gente, y entre ella, aparece Flor. Son
las siete de la noche en Santa Cruz.
La casa donde viven Tito y Flor
está justo al lado del AMW; de hecho, son parte de la misma propiedad. Cuando
Adán no hace turno de noche en La Luna, también se queda allí. Justo ahora sale
del dormitorio de Tito, quien es su primo hermano en realidad, vestido con un
enterizo plomo alicrado corto, como los que usan los luchadores grecorromanos,
que permite ver al descubierto sus bien trabajados brazos, parte de sus
pectorales y piernas. El resto, aunque cubierto por la tela, se marca con
demasiada facilidad, dejando muy poco para que la concurrencia del negocio
imagine. Camina hasta la sala donde Flor está prendiendo su laptop.
“¿Así que solo fuiste por una
exposición? ¿Qué tal saliste?”.
“Yo bien, tío, pero mi grupo
divagó todo lo que quiso, no estudió las diapos;
mañana veremos, pero yo no pienso desaprobar ese curso”.
“¿Y qué estudian en
Comportamiento del Consumidor, sobrina? ¿Cuánta marihuana le darán al
paciente?”
Adán y Flor ríen.
“Algo así, tío, algo así”.
De pronto, una mochila sobre el
sofá llama la atención del hombre con cuerpo de luchador, se acerca, abre el
bolsillo delantero. Flor lo mira con curiosidad y susto. Adán esculca un poco.
“¿Qué haces, tío?”
“Protegiendo al confiado de tu
viejo, sobrina”.
Por fin Adán parece hallar lo que
estaba buscando y lo extrae:
“A propósito de marihuana”,
comenta.
Se lo entrega a Flor:
“¿Jamaica?”, se sorprende la
joven.
“¿Qué esperas, Flor? Tienes
Internet, ¿no?”
La chica abre el pasaporte y
comienza a teclear en la laptop. Entonces, entra Tito. Adán y Flor se quedan de
una pieza.
En La Luna, Carlos comienza la
primera ronda nocturna, armado con la escopeta, la linterna y el radio
portátil. Se acerca a una de las construcciones de la parcela, protegidas en
medio de gruesos árboles de mango y palta.
“Duchas y vestidores, despejado”,
reporta por la radio.
“Duchas y vestidores, despejado:
confirmado”, le responde Carlos por el aparato.
“¿Ya vas entendiendo el
procedimiento, sobrino?”
“Facilito, tío”.
Carlos sonríe. No da ni cinco
pasos cuando una súbita ráfaga fría corre, más fría que el frío que comienza a
hacer esa noche de inicio de invierno, y de la nada, un débil resplandor
celeste aparece frente a él hasta concentrarse en un punto de luz del mismo
color. Carlos toma el radio:
“Sobrino, ¿lo ves?”, consulta
nervioso. “¿Lo ves?”
En el radio solo se oye estática.
De pronto, la luz se desvanece.
“¿Tío? ¿Tío? ¿Estás ahí?”
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