En la cocina de la casa grande, la infusión de valeriana parece ser la
especialidad de Carlos. Sirve una taza para Flor, y se prepara para verter el
contenido de la tetera en otras dos tazas, para Tito y él. Se sienta junto a
ellos.
“ A mí me parece que es Manolo intentando decirnos algo: es su
silueta”, comenta.
“Claro, con diez kilos menos, porque lo que haya sido tenía una figura
de campeonato”.
Carlos saca su celular y revisa la fotografía que le tomó al monitor de
la laptop. examina la figura blanca.
“Bueno, es un fantasma, ¿no?”, trata de entender.
“Entonces son ciertas las cosas misteriosas que pasan en esta finca y
que la gente comenta en el pueblo”, reacciona Flor.
“Yo nunca te negué que fueran ciertas”, recuerda Tito.
“Yo nunca desconfíe de tu palabra, papá; la que nunca creyó en lo que
decías era mamá, porque pensaba que todo era un pretexto para… bueno, ustedes
saben… esa cosa…ay, ustedes saben”.
“Sí era Manolo”, insiste Carlos. “¿Recuerdas que ese día estaba
preocupado por tus tamarindos?”
Tito hace memoria y, efectivamente, el capataz parece tener razón.
“A mí no me parece el señor Manolo”, arguye Flor.
“¿Por qué?”, pregunta Tito.
“No sé, papá… me da la impresión que no fue él. El señor Manolo está
muerto, enterrado en Collique. ¿Cómo un muerto puede aparecer y desaparecer
así?”
Tito y Carlos se miran y tratan de entender la lógica de la chica, pero
parecen no lograrlo.
“Hija”, Tito carraspea. “Acaba tu té y te acompaño al cuarto. Es más,
voy a quedarme contigo para que no te pase nada”.
“¡Ay, papá! ¡No me volví loca! Solo que no me parece que sea él. ¿Por
qué? Simplemente eso… no sé… intuición femenina”.
Carlos se pone de pie.
“Intentaré ver si puedo traer la laptop; esta pantalla del celular no
me inspira mucha confianza”.
El capataz sale, y Flor mira fijamente a su padre:
“¿Pasa algo?”, sonríe Tito.
“¿quién es Owen en realidad, papá?”
“Owen? ¿Qué tiene que ver Owen aquí?”
“Ay, papá. ¿Cómo es posible que un paleopsicólogo y antropólogo se
quede estancado en un pueblo de aquí por falta de plata? ¿No puede mandar un
e-mail y pedir que le envíen más? ¿Acaso no tiene familiares? ¿Sabes que no
tiene un perfil en redes sociales?”
“Muchas preguntas, Flor, y… yo tampoco tengo perfil en redes sociales”.
“Porque no te da la gana, papá; pero, ¿sabes cuántos Owen Mgombo existen?¡Ninguno! Me tomé el
trabajo de buscar. Hay con sonidos parecidos, pero ves las fotos y ninguno
siquiera se le acerca al Owen que conocemos, y casi todos están en África; no
en Inglaterra, menos en Jamaica”.
“¿Recuerdas que tu tío Adán y tú le esculcaron el pasaporte? Tú misma
dijiste que era auténtico”.
“Y que Owen está demasiado joven para tener cuarenta y siete o cuarenta
y ocho años. Papá, no pongo en duda que Owen exista: ¡existe! Lo que pongo en
duda es si nos ha dicho la verdad sobre quién es realmente”.
Los labios de Tito se ponen blancos y es incapaz de sostener la mirada
a su hija.
“¿Quién es Owen en realidad?”, insiste Flor.
Tito suspira dispuesto a hablar cuando… la entrada de un reggaetón
suena en el celular de la chica. Ella mira la pantalla.
“¡Vaya! El señor apareció”.
Se pone de pie y se va a contestar a otro lado de la casa.
“¿Frank?”, pregunta mientras se aleja.
Solo en la cocina, Tito entiende que parece haber muchos secretos
incluso en lo que él cree mantener en secreto.
A una decena de kilómetros, un tema techno
con toques étnicos suena en los parlantes del G4G. Un hombre blanco, algo
orejón, cabello crespo y ojos claros se ha despojado de una túnica roja para
quedarse en un enterizo de licra rojo con tiras en los hombros tipo bibidí y
mangas a medio muslo, lo que le marca un impresionante cuerpo mmesomorfo
minuciosamente labrado con pesas, barras, poleas, bicicleta, carreras,
natación… en fin, todo lo que su segregación hormonal le ha permitido practicar
y aprovechar. Dicho sea de paso, el bulto en su entrepierna es muy evidente.
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