“El que va a renunciar será el sobrino de Carlos mas bien”,
comenta Tito a Adán. “¿Tenías que abrirle los ojos así?”
“Si no era hoy, ¿era cuándo?”, se defiende el cuerpo de
luchador.
Ambos caminan hacia uno de los campos por sembrar donde un
tractor los espera para iniciar el arado.
“Además, no va a renunciar. Ya sabe la nota. No la comparte,
pero ya la sabe, ¿o me vas a decir que no te ha pasado nada con ese chico?”
“Hablas huevadas”, se
pone serio Tito.
El celular de ambos varones suena en simultáneo. Se miran,
lo sacan y abren la aplicación de mensajes: “A mediodía donde Yup”.
“Te dije que no iba a renunciar”, sentencia Adán y se
adelanta hasta el tractor.
Poco antes de mediodía, los dos varones avanzan por el
camino secreto hasta el sitio donde los algarrobos se hacen más tupidos. Ya
están colgadas las ropas de Carlos y Frank en las salientes, así que ellos
también se desnudan por completo, quedando a mano solamente con unos cascos
simples de cuero con una gran lengüeta que protegerá su nuca. Siguen el camino
de cemento hasta el espacio de gramita que rodea la transparente laguna frente
a la que Carlos y Frank están desnudos,
arrodillados con la espalda recta, meditando en silencio. Los dos recién
llegados adoptan la misma posición justo a continuación de los dos primeros.
“Estamos aquí frente a Yup,
la diosa transportadora de vida”, interviene Carlos, “para que sea testiga de
esta primera ceremonia de iniciación en que le presentamos a Frank, quien pide
ser incorporado como guerrero”.
“Frente a Yup,
prometo que ejecutaré mi primera prueba con ahínco, honor y respeto, y para
ello, elijo como contrincante a… Tito”.
el aludido siente que su corazón salta de sorpresa; el
acompañante al lado, lo mismo.
“Tito, ¿aceptas el reto?”, consulta Carlos.
El gladiador se toma unos segundos, segundos muy tensos.
Sabe que esa elección no es adrede.
“Tito, ¿acept…?”
“Sí, acepto”.
Carlos se toma otro par de segundos, lo mismo que toma aire:
“Contrincantes: ofrézcanse a Yup”.
Tito y Frank se ponen de pie, caminan e ingresan a la laguna
hasta lanzarse y sumergirse por un momento, sin que el agua logre despojarlos
de su ansiedad. Al emerger y regresar a la orilla, Carlos y Adán ya tienen
toallas con las que secan a cada uno de los participantes de pies a cabeza, sin
dejar un espacio con resquicios de humedad, lo que significa secar también el
pene, los testículos, el perineo y en
medio de las dos velludas,redondas y duras nalgas que ambos poseen. Frank y
Tito solo respiran profundo, lento y conscientemente. Una vez secos, Carlos y
Adán toman frascos de vaselina y los untan nuevamente de arriba abajo, al medio
y entre los espacios por donde difícilmente llega la luz. Los dos que
terminarán expectando el rito, toman las gorras con diseños triangulares y se
las colocan en la cabeza; los otros dos, los cascos.
“No golpes, solo la fuerza de sus músculos y sus cuerpos”,
advierte el capataz. “Comiencen… ¡ahora!”
Tito y Frank se miran frente a frente, se abrazan y se dan
un profundo beso en la boca. De inmediato se separan y se ponen en guardia,
agachándose un poco, moviendo sus antebrazos, describiendo un círculo de lucha
sobre el césped. Entonces, Frank se lanza sobre Tito, quien lo recibe y lo
aprisiona con sus extremidades superiores rodeando los dorsales y la espalda
media; las piernas de ambos se ponen altamente tensas tratando de que uno no
avance sobre el otro, los glúteos elevados a su máxima expresión debido al
esfuerzo, los velludos pechos comparten la aceleración de sus latidos conforme
hacen contacto, los jadeos y gruñidos compiten con los trinos de los pájaros
que aparentemente se han posado a contemplar el combate. Tito adelanta un pie y
mueve algo fuera del círculo imaginario a Frank, quien trata de no rendirse
pero termina deslizándose apenas centímetros, por lo que torpemente gira y le
da la espalda al veterano gladiador con la esperanza de ponerle una zancadilla,
pero no resulta. Termina cayendo de bruces sobre el césped y Tito encima suyo
inmovilizándolo con su peso y sus piernas, las que abre para atenazar las del
joven retador, al mismo tiempo que comienza a mover su pubis sobre las nalgas
de Frank, quien se desespera, cierra los ojos y piensa que todo está perdido,
especialmente cuando siente la dureza de una erección entre sus glúteos.
“¡Me rindo!”, grita desesperado.
Tito cesa el movimiento púbico. El sudor de ambos se
confunde con la piel untada en vaselina. Carlos no tiene más opción que
declarar la derrota del aspirante a guerrero. Entonces, Tito clava la mirada en
los ojos de Adán: quizás esté perdiendo la habilidad de presentir con
exactitud.
En el AMW, Owen despide a sus últimos dos alumnos de la
primera mitad del día y cierra con seguro la puerta de acceso. Toca otra puerta
lateral que conecta a la casa de Tito. Flor abre.
“¿Terminaron?”, consulta la chica.
“Sí, terminado”, sonríe el instructor.
Flor cuadra la caja de esa media mañana, y, tras la segunda
verificación, mas bien sobra dinero: cinco más.
“No registraste a alguien”, le observa ella.
“Oh, el nuevo”, Owen saca un papel del bolsillo de su short.
“OK. Ahora
sí, everything’s alright”.
“You speak
english, Flor?”
“Just a Little”, sonríe la chica.
“Oh, I’ve got those additional eight”, él le dice sacando
otra vez un puñado de monedas de a uno y de
medio centavo.
“Your
tips?”
“I guess
so”, Sonríe Owen.
“Daddy said
you keep your tips, don’t include them in the final amount”.
“Thank you.
Your daddy and you’re very good to me, even when you still distrust”.
“It’s
natural, Owen. You appeared from anywhere here in Santa Cruz”.
“And you’re
wondering who I am. It’s OK. I have nothing to hide.”
“No offense
to you. Those times are not safe.”
“Yeah, I
know, Flor”, sonríe Owen.
“Take a
bath. It’s lunch time,” invita la chica.”