En La Luna, Carlos recibe una
llamada inesperada:
“¿Cómo que vas a demorarte unas
horas?”
“A menos que puedas meterte al
estudio y buscar algo, y, si lo encuentras, me avisas”, indica Tito en el
teléfono.
“¿Algo como qué?”
“No sé. Algo. A lo mejor, Manolo
guardaba algo allí”.
“Ya te dije que no tengo la
llave; y aunque la tuviera, hay una cámara de seguridad: si el alerta le llega
a Elga o al huevón de Christian, somos historia”.
“Te entiendo… bueno, ¿me puedes
justificar un par de horas?”
Carlos refunfuña:
“Ya, ya, ya. Está bien. Nada más,
apúntala”.
“Sabes que soy buen pagador”,
evidentemente sonríe Tito.
El capataz cuelga la llamada y el
timbre de la caseta de vigilancia suena. Mira mediante el sistema de circuito
cerrado en la computadora, y la visión nocturna le revela un varón alto y
fornido. ¿Tito habrá enviado a Adán mientras tanto? ¡Qué raro que venga tan
desabrigado! Carlos, más por protocolo, abre el armario, saca una escopeta y camina
hacia el portón. Al descubrir la rejilla, se queda sorprendido:
“Buenas noches, Carlos”, le dice
un sujeto al que casi no puede ver, pero cuyos timbre y acento ya le son
familiares.
“¿Owen? ¿Viniste con alguno de
los chicos?”
“No, yo venir solo”.
Carlos abre la puertecita del
portón y hace pasar al esbelto varón.
“¿Ser el arma necesario?”
“Mmm. Uno no sabe hasta que la
utiliza”, indica Carlos sonriendo.
“Tu deber confiar en tu energía”.
Ambos llegan a la caseta de
vigilancia. Al verlo vestido con una camiseta y pantalón delgados, Carlos
ofrece café pero Owen le acepta un poco de agua.
“Pensé que venías con Tito, como
me dijo que iba a demorarse unas horas para su turno”.
“Si querer, yo poder ser tu
compañía hasta el venir”.
“Por mí, no hay problema; solo
espero que no venga el abogado”.
“Ustedes estar estresados”.
“Debes saber por qué: el
asesinato de nuestro patrón”.
¿Quién ser tu sospechoso?”
“La verdad, amigo Owen,
cualquiera puede serlo… hasta yo”.
“Pero tú no has matado a él”.
“No ahora, amigo Owen, pero hace
mucho tiempo, cuando era mocoso…”, Carlos se ensombrece de pronto.
“¿Has tú pedido por perdón porque
has matado a alguien?”
Carlos mira a los ojos de Owen, y
de pronto, las imágenes de él a los quince años, cuando caminaba cual guiñapo
por los linderos de Santa Cruz, intoxicado en pasta básica de cocaína, regresan
como si el presente hubiese movido un temporizador hacia atrás. A pesar del frío
de aquel invierno, Carlos siente su cuerpo muy tenso y tibio.
“¿Flaco?”, una voz aflautada
suena en medio de los algarrobos. “¿Flaquito?”
“¿Perlita?”, alcanza a articular
con alguna dificultad.
Una silueta de delgada figura y
frondoso cabello se abre paso entre la foresta seca.
“Aquí estoy, Perlita”, casi le
susurra el muchacho.
La figura se acerca.
“¿Las tienes llenas?”
“Si tú vienes llena, ya sabes que
le sacaré lustre a tu culito”, seduce el adolescente.
La figura de frondosa melena
extrae un bultito de uno de sus bolsillos y se lo da en la mano.
“Te estoy pagando más que la
semana pasada”, le informa a la vez que le acaricia el paquete bajo una raída
pantaloneta de deportes.
“¿¿Y eso?”
“Ya veremos, flaquito”.
El muchacho se baja la pantaloneta
descubriendo su pelvis sin ropa interior y parte de sus nalgas.
“Chúpala, Perlita”.
La figura de frondosa melena se
arrodilla en el suelo de greda, toma el pene del muchacho en su boca y comienza
a succionarlo. Él, por su parte, trata de adivinar en la oscuridad cuánto suman
esos billetes, pero son tres, no los dos que suele llevarle. Se los coloca (como
puede) dentro de uno de los bolsillos de la pantaloneta.
“Así, Perlita, trágatela todita”.
Tras cierto tiempo la otra
persona se pone de pie, da la espalda y se baja el pantalón apretado. El
muchacho acaricia las lampiñas nalgas infladas quién sabe con qué polímero y
roza su pene adolescente que sigue ensalivado.
“¿Estás limpia, no Perlita?”
“Limpiecita, mi amor. Métemela”.
La penetración no es cosa
difícil, aunque en medio del efecto de la droga, el chico la ejecuta con cierta
violencia.
“¡¡Auuu!!”
“Calla, mierda, nos chapan y nos
matan a pedradas”.
Perlita toca los testículos de su amante quien la
azota inmisericorde, y mete sus dedos con uñas postizas por debajo del perineo
hasta que roza el ano del muchacho.
“Guarda, huevón, no me toques el
culo”.
“Te estoy pagando más, flaquito”.
“Puta madre, pero no metas esos
dedos”, advierte sin dejar de moverse.
Perlita toma una de las manos del
muchacho, que le coge la cadera, y se la lleva hacia su entrepierna: tiene una
gran erección.
“Te estoy pagando más flaquito”,
dice entre jadeos. “Pajéame”.
El muchacho, no tan a
regañadientes, toma un largo y grueso pene y comienza a masturbarlo sin dejar
de pistonear el suyo dentro del recto de su evidente cliente.
“Basta”, dice Perlita.
“¿Qué pasó? ¿Las vas a dar?”
Perlita se para y corta la cópula,
y casi fuerza al drogadicto a que gire.
“¿Qué pasa, mierda?”, se extraña
el chico.
Con una fuerza física inusitada,
Perlita obliga a que su gigoló ponga
su cuerpo en ángulo recto. Coloca ese largo y grueso pene entre las velludas
nalgas del chico.
“No, mierda, no me la metas,
mierda”.
“Te estoy pagando más, flaquito”.
El chico pone las manos al suelo
y éstas aterrizan en filudas piedras.
“No, mierda, no, no, no me la
metas”, se desespera el muchacho.
Pero, Perlita, inmisericorde,
introduce su falo de un solo golpe.
“¡¡Conchatumadre!!”, grita de
dolor, coge las piedras sobre las que apoyó sus manos y con una flexibilidad
sacada de alguna parte, quizás el efecto de la droga, gira y le incrusta en la
sien derecha, y la otra en la opuesta.
“¡¡¡Ayyyyy!!!!”
Perlita cae al suelo, y el
flaquito le percute la cara, inmisericorde, sin darse cuenta en la oscuridad
qué desgarra o a quién ataca. Patea el cuerpo, lo lapida, salta sobre él
despanzurrándolo, se asegura la raída pantaloneta y sale corriendo del pequeño
algarrobal mientras unos perros se acercan ladrando.
Cuando Carlos vuelve en sí, tiene
el rostro bañado en lágrimas, los ojos cerrados.
“Perdóname, Perlita”, llora
amargamente. “No te quise matar, Perlita”.
El capataz se refugia entre los
dos gruesos pectorales de Owen, quien lo abraza.
“Él ya te perdonó, flaquito; él
ya te perdonó”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario