Tras la
inexplicablemente cancelada invitación a almorzar, el suboficial Chira y otro
colega van al mercado de Santa Cruz a buscar algún menú económico. Al fin
hallan algo de carbohidrato y proteína al estilo casero con una gran copa de
cebada fresca.
“¿Cuándo
regresas al gym?”, le pregunta el
otro policía.
“Que
baje la nota y regreso porque ya pagué mes”, le responde Chira.
“¿Nos
vamos a jugar pelota más tarde, entonces?”
“¡Claro!”
Los
platos llegan y ambos compañeros se preparan a degustar la especialidad del
día: estofado de pollo.
“¡Muchacho!”,
alguien topa a Chira en el hombro.
El chico
voltea la cara.
“¿Ya
estás mejor, muchacho?”
Es la
vecina de Tito.
“¿De-de
qué ha-habla, señora?”
“¿No te
habías desmaya’u en la vedera del
Tito?”
El
colega de Chira no sabe si ver el rostro de convicción de la mujer o la expresión
de temor del muchacho.
Entretanto,
Tito llega a su casa justo a la hora en que Flor está sirviendo el almuerzo.
“¿Y ese
milagro, papi?”
“Otra
vez te acompañaré a la universidad hoy”.
“¿Y
Frank?”
“Le
encargaron un trabajo adicional en la finca”.
Owen
sale de la cocina llevando la jarra de jugo y tres vasos.
“Yo
saber que tú venir”, le dice a Tito.
El
gladiador le sonríe. Desde que Owen llegó, ahora sonríe mucho más.
“Me baño
al toque y me siento con ustedes”.
“¿Haber
Flor contado lo que César encontró?”
“¿Qué
encontró César?”, se intriga el gladiador.
“Que
Owen nunca nos mintió”, interviene Flor.
Tras
despedir a la mujer que lo reconoció durante el almuerzo, Chira llega al dormitorio
de la comisaría, coge su mochila y empaca sus cosas. Castro entra.
“¿Y eso,
suboficial?”
Chira se
para derecho y hace el saludo. Nota que, a pesar del uniforme, el comisario
está desarmado.
“Llevo
mi ropa a lavar, capitán”.
“¿Y
desde cuándo lavas la ropa limpia un martes, Chira?”
El
suboficial, al considerarse descubierto, ve su cuarto de siglo en este mundo
pasar en una película de dos segundos, y su instinto de supervivencia puede
mucho más. Abre sus ojos desmesuradamente y de un solo empellón estrella al
comisario contra la pared de la habitación, remeciéndola. Para rematar, le da
dos puñetazos en el rostro y una patada en el abdomen. Lo deja tirado y
adolorido en el suelo de cemento, sin poder hablar. Con lo que pudo meter en su
mochila, el suboficial Chira trata de salir muy campante de la estación
policial.
“¿Viste
a Castro?”, le pregunta uno de sus compañeros.
“En su
oficina debe estar”, responde lo más natural posible.
Consigue
Salir de la comisaría y gana la plaza principal del pueblo, toma una mototaxi.
Desde la ventana del hotel, el Carnes no puede predecir cuál será el destino
del muchacho. Llama a Nava.
“¿Qué
pasó?”
“Vigilen
al doctorcito: el chibolo acaba de salir con una mochila al hombro”.
“Puta
madre. Gracias, Carnes”.
En casa
de Tito, todo está listo para que padre e hija vayan a Collique.
“¡Te has
bañado en loción!”, ríe Flor.
“¡Oye!
¿Y quién dice que uno debe oler a león todo el día?”
Owen
sale con unos emparedados.
“Fort he dinner time”, le dice a Flor.
Entonces,
tocan la puerta. Tito va a abrir.
“Buenas
tardes”, saluda un atemorizado joven en chaqueta, camiseta, jeans, zapatillas y
con una mochila al hombro. “¿Se encuentra Owen, por favor?”
“¿De
parte?”, se extraña el gladiador.
“Es un alumno
nuevo del gimnasio”, informa Flor.
“Yo
poder tener a él”, tranquiliza Owen.
“¿Seguro?”,
consulta Tito.
“Totalmente
seguro”.
Tito
despeja sus dudas, así que se despide de ambos y sale con su hija. Los dos
cierran la puerta, permitiendo que el chico pase y quede frente al instructor,
solos en la sala.
“Tu
misión no ha terminado ya”.
El
muchacho se aproxima y besa a Owen en los labios. Es correspondido.
“Ahora
que sabes toda la verdad, y sé quién eres tú”, explica más tranquilo,
“entenderás que ya no estás seguro aquí, así que ven conmigo. Ellos vendrán
pronto y ya no podrás hacer nada”
Owen lo
mira a los ojos sonriendo y le toca las sienes.
“Hazlo
al revés, Pablo: si escapo, La Estirpe ya no podrá hacer nada… nunca más”.
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