Christian
llega hasta la plaza principal de Santa Cruz y se estaciona cerca de la
comisaría. Al alcanzar la puerta se queda de una pieza, pero se repone casi
instantáneamente.
“Pablito,
dichosos los ojos que te ven”.
El
guardia intenta conservar la serenidad, casi sin éxito:
“Buenos
días, licenciado. ¿Cómo le puedo ayudar?”
“Venía a
ver al inútil de tu jefe, pero creo que tú me serás más eficaz. ¿A qué hora
termina tu turno?”
“Mediodía,
licenciado”.
“Búscame
en Collique; sabes de sobra dónde vivo”.
“Tengo
que regresar a las cuatro, licenciado”.
“Vas a
tener tiempo de sobra, suboficial Chira; además, yo invito el almuerzo y el
postre… o al revés”. Christian guiña un ojo.
“Yo lo
llamo, licenciado”, responde el aturdido policía.
“Ni se
te ocurra fallarme”.
Christian
regresa a la camioneta. Apenas abre la puerta, una llamada entra a su celular.
“Buenos
días, Nava. Dígame”.
“¿Por
dónde estás, Esteves?”
“Pues…
aquí, en Collique haciendo unas diligencias. ¿quiere verme?”
“Ya te
estoy viendo, Esteves, y solo tengo algo que decirte: aléjate de donde estás
porque si la cagas, olvídate de nuestro convenio”.
Nava le
corta la llamada y Christian se pone a ver a todos lados, especialmente a la
puerta de la comisaría: Chira parece mirar y tocar algo en su celular.
Bordeando
el mediodía, el abogado llega al departamento que pertenecía a Manolo en el
sector sur de Collique, va al escritorio y revuelve papeles; luego abre un
estante donde hay más de ellos. Revisa algunas carpetas hasta que se topa con
una de color lila. La abre y su rostro se ilumina psicóticamente.
“No,
Nava, el que te va a cagar soy yo”, maldice.
Toma su
celular y busca un contacto; lo llama.
“Doctor
Esteves, ¿qué pasó?”
“Juan,
necesito verte urgente: necesito tu ayuda”.
“ehhh…
Estoy en una diligencia ahora mismo”.
“Juancho,
no te niegues, por favor”.
“Perdone,
doctor Esteves, le llamo luego”.
Juan le
corta la llamada.
“¡Maldito
hijo de puta!”, se enfurece el abogado.
Su
celular vuelve a sonar.
“Ya
estoy libre, licenciado; me baño, cambio y vo…”
“No te
molestes en venir, traidor de mierda. ¡No te molestes en venir, carajo!”
Christian
corta la llamada. Lo rellaman, pero él no responde. Piensa, y piensa mucho.
Toma su celular y busca a otro contacto.
“¡Chris
de mi vida! ¿Cómo estás, amigo?”
“Bien,
Saulito”, disimula. “¿Qué haces, amigo?”
“Nada,
amiguis”.
“Ah, qué
bueno, porque quería proponerte algo, Saulito”.
“Mmmm…
¿Qué será?”
En la
finca, los tres peones tratan de relajarse trabajando entre los limoneros.
“está
echando más flor tu tamarindo, primo”, comenta Adán.
“Bien
raro porque está haciendo frío”, observa Tito.
Frank
sonríe solamente, cuando el radio de los tres suena.
“Sobrino,
la señora Elga te necesita urgente; con La Estirpe, vamos donde Yup”.
“No son
buenas noticias”, comenta Tito. “Bueno, para Frank sí”.
“Para
algunos no serán buenas noticias”, añade Adán.
Frank
llega hasta el despacho e ingresa.
“¿Mandaste
llamarme?”
Elga
luce algo sombría:
“¿A qué
hora sales hoy?”
“Apenas
termine de almorzar, antes de las dos”.
“¿¿qué
tal es la comida en Santa Cruz?”
“Más o
menos. ¿Por qué?””
“Quiero
que me lleves a almorzar fuera”.
Frank
piensa que elga se acaba de volver loca.
Tito y
Adán llegan hasta los algarrobos junto a la laguna y comienzan a desvestirse.
“Parece
que serán los últimos ritos”, dice el primero.
Adán
prefiere no confundir más a su primo con la propia confusión que no le permite
ver nada claro en su mente. Entonces, Carlos llega con una mochila vieja.
“¿Y la
que te regaló Manolo?”, le pregunta Tito, ya desnudo.
“La lavé
y todavía no se seca”, sonríe el capataz mientras comienza a quitarse la ropa.
Una vez
frente a la laguna, los tres varones se inclinan respetuosamente hasta que sus
frentes tocan el césped que rodea la fuente.
“Senos
propicia, Yup”, ora Carlos.
Los tres
se ponen de pie. El capataz se calza su especie de mitra en forma de media
luna, mientras Adán y Tito se colocan sus cascos. Carlos les unta resina
aromática de palo santo, a la vez que ambos se toman de las manos y piden
mentalmente que el ritual atraiga algo de buena suerte a sus vidas y al lugar
por el que han trabajado por más de una década.
“Ahora”,
indica Carlos.
Tito y
Adán se ponen en guardia, se rodean; al mismo tiempo ambos se asaltan y
comienza la lucha cuerpo a cuerpo. Cruzan sus brazos, juntan sus pechos, se
apoyan tensando todos los músculos de sus piernas y traseros. Rugen tratando de
derrotarse pero el combate está muy parejo. Por momentos, sus penes flácidos se
rozan. Entonces, Tito logra que Adán pierda el equilibrio y logra hacerlo caer
de espaldas sobre el césped; se acuesta encima tratando de someterlo, peroAdán
consigue abrir sus piernas e intenta una llave que le permite rodar y ponerse
sobre su primo. Se sienta en su pene y le inmoviliza los brazos con sus manos;
comienza a mover sus posaderas, logrando que Tito erecte. Éste abre sus piernas
también y vuelve a poner a Adán bajo su cuerpo para continuar frotando su
miembro contra el del otro hombre, inmovilizándolo. Poco a poco, el pene de Tito
va ingresando en el ano de Adán. LA cópula ritual comienza. Pasados varios
minutos, el gladiador ruge.
“Las
di”, anuncia entre jadeos. Es cuando Adán comienza a masturbarse hasta disparar
su semen sobre su bien trabajado vientre. Entonces, Carlos se arrodilla dejando
la cabeza de Adán entre sus piernas y también se masturba hasta eyacular. Como ai apaec mira las ráfagas blancas sobre
el torso del guerrero vencido.
“Mucho
poder en camino como un río fuera de control en verano”, pronostica.
Tras el
baño ritual en la laguna, Carlos llega a la casa grande: Frank está calentando
la motocicleta en el patio principal y Elga baja las escaleras con una mochila
llena.
“Organiza
los tiempos para que los chicos no se recarguen de trabajo”, instruye la mujer.
Carlos
asiente.
“No sé
qué harás, pero ten muchísimo cuidado”.
Elga no
le responde; solo se le acerca y le da un beso cariñoso en la mejilla. Se va.
“Shi te bendiga”, el capataz dice cuando
ella está ausente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario