Osmar, Escalante y César llegan al Aeropuerto Jorge Chávez a un cuarto para las ocho de la noche. Tras recoger sus maletas y equipos, el director y el camarógrafo-fotógrafo se encuentran con un sujeto alto, trigueño, vistiendo una polera y un jean muy anchos, quien les ayuda con el equipaje. Invitan a Osmar para llevarlo, pero Evandro ya está en la puerta de salidas nacionales esperando:
“¿Cómo les
fue?”
“Mejor que
bien”, sonríe Osmar.
Los dos actores
y modelos se van en el Yaris.
“Parecen
pareja”, comenta César mientras caminan hacia un Corolla station wagon blanco que Escalante ha contratado con antelación, en
el que ponen todas sus cosas.
“A ver cuánto
les dura”, replica el director. “Laura es condescendiente pero no estúpida”.
Lo bueno del domingo entre Callao y Lima es que el tráfico no es pesado. Yuri suena dentro del carro con un clásico: sé que te amaré como ave un día…
“¿Está todo
bien?”, se anima a preguntar Osmar.
“¿Mmm?”,
reacciona Evandro.
“Has estado
callado todo el trayecto”.
“No”, miente
Evandro. “Estaba… estaba escuchando la letra…” Entonces, con su tono más
desafinado: “Yo sé quién eres tú, nunca te olvidé, nunca te dejé de luchar por
tu amor…”
“Así no va la
letra”.
“El que tiene
plata, canta como quiere”, sonríe Evandro.
“¿No es un
mensaje en clave, cierto?”
“Os, ya te
dije que te amo en toda la amplitud del verbo”.
“Yo no sé si
te amo aún”.
Evandro
sonríe:
“No me
importa. No me importa nada”.
Osmar siente
que esa declaración no está dirigida hacia él, pero recuerda su promesa y
prefiere restarle importancia. Hasta aquel día, y ese día es hoy, entona Yuri
en los parlantes del auto que ha salvado cuatro distritos en menos de veinte
minutos
A César y Escalante les toma todavía media hora llegar hasta el departamento del segundo al lado de un parque lleno de muchos árboles en Miraflores. Se trata de una zona residencial mayormente habitada por extranjeros.
Tras
descargar todo y subir, los dos toman una ducha caliente juntos. César y
Escalante se besan en la boca mientras se untan el jabón líquido por todas
partes del cuerpo. El camarógrafo-fotógrafo aprovecha la textura de la
glicerina para meter sus dedos entre las nalgas.
“Sabes que no
me gusta el fisting”, susurra
Escalante.
“Pero sí
el rimmin”.
César se
arrodilla y hace que Arnold gire, lo hace apoyar en la pared de mayólica, le
separa las piernas y le da un sonoro beso negro. Mientras Escalante gime, su
compañero sexual goza más el aroma del jabón que cualquier otra cosa.
La sesión
sexual continúa sobre la cama matrimonial del director de reparto: piernas al
hombro, caballito, perrito, cucharita.
“¿Quieres mi
leche dentro de tu culo?”, pregunta César altamente excitado.
“Dámela
todita, papito”, suplica el otro.
La
eyaculación no tarda en producirse en la entraña del artista.
“Eres un
arrecho de la puta madre”, suspira. “¿Cuántas veces metiste pinga anoche?”
“Ya ni
recuerdo… Cuando se me pasó la borrachera, el veneco y yo lo teníamos bien atorado a tu pata al mismo tiempo”.
“¿Por el
culo?”
“es un puto
aguantador”.
“De toda la
vida, Cesítar. De toda la vida”.
“¿Y cuál será
tu plan con el otro veneco?”
“Con él, su
compatriota, esos otros dos putos que trabajan con él… y, claro, la estrella
principal: yo”.
César se ríe:
“Mejor
cenamos, ¿no?”
No muy lejos de ahí, pero a eso de nueve y cuarto, Osmar y Evandro llegan al teatro y entran de inmediato a prepararse para otra función de la obra. En el vestuario, Alexis ya está vestido como Juan, limpiándose la cara.
“¿Cómo te fue
en Piura?”, pregunta a Osmar.
“Bien”. El
modelo comienza a desnudarse y camina al armario buscando la ropa de Mateo. “Se
supone que la campaña sale en tres semanas”.
“¿Ya te
pagaron?”
“La mitad; el
miércoles iré por la otra”.
“Qué bueno,
hermano. Usualmente esas campañas chiquitas demoran un culo para pagarte si
quiera la primera armada”.
“Como ustedes
dicen: la mitad al cerrar trato, la mitad antes de trepar a la tarima”.
Al
escucharlo, Alexis sonríe sinceramente pero sin mucho brillo. Evandro se
desnuda al lado de Osmar en silencio. Zaira entra:
“Pen´sé que
iban a desertar”, saluda irónicamente.
Osmar se extraña
y busca entender si se trata de un nuevo tipo de humor negro que la directora
de escena está ensayando. Alexis sale de inmediato; Zaira va tras él.
Evandro,
terminando de ajustarse el cuello del clergyman, mira a Osmar de una forma que
él solo puede traducir como tensión; sin embargo, cree que lo impertinente
sería agregarle más en ese momento.
Al terminar
la función, Osmar siente que Evandro se ha convertido en algo parecido a su
sombra pues camina o a su costado o a sus espaldas. Al llegar al vestuario,
Zaira está al lado de Alexis cuando se desmaquilla; incluso cuando vuelve a
ponerse su ropa y se despide con un frío “nos vemos mañana, chicos”.
Osmar, quien
ya está desnudo listo para ponerse su ropa, vuelve a notar el rostro
desencajado de Evandro, quien hace contacto visual en el espejo y sonríe
tristemente:
“¿Qué carajos
está pasando, Evan?”
Evandro se
incorpora, camina hasta la puerta y la cierra, apaga la luz del techo dejando
al vestuario iluminado solo con los focos de los espejos, se quita la bata y
junta su cuerpo desnudo al de Osmar entre un romántico beso en la boca y
un abrazo que acaricia la espalda y las
nalgas:
“Pasa que la
cagué, Os. Para variar, la cagué”.
Con el
contacto, los penes de ambos actores se ponen duros, y el de Evandro comienza a
lubricar profusamente.
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