Mi nombre es elton, vivo en Fort Lauderdale, Florida, y trabajo como voluntario en una ONG que proporciona ayudas aquí en Piura. Me especializo en zonas de desastre. Fui asignado por mis superiores a trabajar en los apoyos para damnificados por las lluvias.
Personalmente
gusto de la lluvia. Me encanta sentir las gotas en mi cara y en todo mi cuerpo.
Es relajante. Como la casa donde vivo tiene un pequeño patio, cada vez que
llovía fuerte, quedaba desnudo y salía con los brazos abiertos a recibir el
agua. De vez en cuando el destello de los relámpagos me iluminaba por segundos.
Como me gusta
hacer deporte, a cada destello se me veía como en una breve fotografía luciendo
mi cuerpo bien entrenado cual estatua clásica.
Cierta tarde,
cuando ya terminaba de trabajar en la oficina, comenzó la lluvia fuerte. De
inmediato entendí que duraría mucho tiempo. Terminé de arreglar los papeles que
estaba organizando, los guardé, y aseguré todo. Di un último vistazo por la
ventana: seguía lloviendo duro. Pero algo más llamó mi atención. En un poste de
la esquina, una persona estaba de pie mojándose y mirando a ambos lados.
Salí de mi
oficina, y me fui hasta esa esquina. El hombre giró su cabeza hacia mí. Se le
notaba aturdido, extraviado. Era un chico negro de rostro agradable.
“¿estás bien?”,
le pregunté.
“No hablo
español”, alcanzó a decirme.
“¿qué tú hablas?”
“Francés”.
Con lo poco que
sabía de ese idioma, le dije que entrara a donde yo trabajaba. Él se negó.
“¿Tú policía?”
“¿No! No soy
policía”.
“yo sin hogar”.
“Espérame aquí”,
le dije.
Saqué mi
motocicleta y fui a donde había dejado al chico.
“Sube… te llevaré
a casa”.
“No tengo casa”,
me repitió.
“No… A mi casa”.
Le hice una seña
con la mano para que se siente y le señalé el cielo dándole a entender que el
aguacero iba a continuar. Aceptó.
Mientras avanzábamos
por las calles de Piura hechas un río, cada vez que frenaba en seco, pude
sentir su recio cuerpo chocando contra mi espalda.
Llegamos a la
casa que alquilo. Lo hice pasar de inmediato al mismo tiempo que metía mi
motocicleta.
“Merci”, me dijo con su voz áspera.
“quítate la ropa”, le aconsejé. “Ponte ropa seca”, proseguí señalando su
mochila.
“Oh… ropa sucia”, me respondió.
“Quítate la ropa de todas maneras porque vas a enfermar”.
“Quiero cargar celular”, me dijo más bien.
Le indiqué dónde estaba el tomacorriente. Él sacó su móvil y lo conectó. Me
acerqué y tomé su mochila.
“Vamos a lavar tu ropa”.
Vi algunas lágrimas formándose en sus ojos. Me le acerqué y sin más protocolo
le di un abrazo.
“Tranquilo, ami. Estarás seguro aquí”.
“Merci, ami”, me respondió abrazado y casi sollozando.
Me separé.
“Quitémonos la ropa, nos vamos a enfermar”.
Comencé a desnudarme, y cuando me quedé sin ropa, la sacudí y caminé hacia
mi dormitorio. Con la otra mano, cargué su mochila. Fui hasta la lavandería y
conecté la lavadora. Recé para que la electricidad no se cortara debido a la
tormenta.
“Mi ropa”, escuché que me dijeron a mi espalda. Volteé. El chico estaba desnudo. No podrías imaginar qué hermoso y perfecto cuerpo de ébano estaba frente
a mí, tal como Dios lo trajo al mundo: musculoso, lampiño, larga verga, voluminosas
bolas. Eso sí, su vello púbico estaba crecido. Tomé su ropa y la metí a
la lavadora.
“Vamos adentro… ¿quieres café o vino?”
“Café”, me dijo sin dudar.
Sonreí. Le presté un par de sandalias que le quedaron muy chicas. Preparé
café.
“¿Cómo te llamas?”
“Michel”.
“¿De dónde vienes?”
“Cafou”.
“¿Dónde está eso?”
“Port-au-Prince”.
“Oh, Haití”… ¡Estás migrando solo?”
“No. Con mis amigos, pero mi móvil descargó. No puedo comunicarme”.
“Diles que estás seguro y que pueden buscarte cuando acabe la tormenta”.
“Ropa lavando”, sonrió. “yo… desnudo”.
Sonreí. Nos sentamos a tomar café.
“eres guapo”, me animé a decirle.
“Merci, moma mi. Tú también eres guapo… y generoso”.
“Merci”, sonreí.
“¿Cómo te pago esto?”
“No tienes que pagarme”.
“Estoy agradecido”.
“eso es suficiente”.
Me abrazó de nuevo y aproveché a ponerle mi mano sobre su enorme muslo.
Hizo que me acurrucara en él.
“¿te parezco atractivo, no?”, me susurró.
Me tomó por sorpresa. No supe qué responder.
“Tú también me pareces atractivo”, continuó.
Entonces, Michel comenzó a acariciarme el hombro y luego el brazo. Yo
comencé a acariciar más su muslo y rocé sus bolas. Esperaba encontrar su pene
flácido, pero ya no estaba allí. Mejor dicho, estaba comenzando a erguirse y
ponerse duro. Disfruté viendo cómo ese trozo de carne se hacía gordo, largo y se elevaba a medida que
latía. Mi pene también se puso duro y comenzó a surgir mucho precum.
“¿Puedes chupármelo?”, me consultó.
“Por supuesto”, accedí.
Me incliné, abrí mi boca, comencé a succionar su pinga. Obviamente, no me
la pude tragar toda completa, pero a Michel pareció importarle poco si yo soy
un garganta profunda o no. Me tomó mi rostro, me lo levantó y me besó
profundo en la boca, muy apasionado.
Continuamos en mi dormitorio. me besó y lamió bien el culo. Yo me sentía en
las nubes. Le di un condón y se lo
puso. El pedazo de látex no pudo cubrir toda su hombría. Volvió a lamerme
bien el ano y fue metiéndome su verga poco a poco. No niego que me dolió,
pero el fue muy paciente tratando de que al taladrarme, todo no fuese violento,
como dándole tiempo a mi recto para que se expanda.
Cuando logró meter toda esa manguera, comenzó a moverse despacio y
apasionado. Fue increíble cómo Michel me hacía el amor. Primero hicimos piernas
al hombro, luego me puse en perrito. Finalicé cabalgándolo. Cuando estaba en
esa posición, él tomó mi pene erecto y comenzó a masturbarme. No resistí más y eyaculé sobre su vientre firme
y sus pectorales.
Me tiró suavemente sobre la cama, se sacó el pene y el condón y el se pajeó
también. Disparó su leche sobre mi atlético cuerpo. Mi leche se deslizaba por
sus muslos y tocó los míos. Estábamos sudados al extremo. Se inclinó a darme
otro beso largo y profundo en la boca.
“Merci”, repitió.
“Merci”, le repliqué.
Tras bañarnos, saqué su ropa de la lavadora y la colgué en un espacio bajo
techo donde puse deshumidificadores. Él se contactó con sus amigos cuando su
celular se recargó.
“me estaban buscando”, me dijo. “Les avisé que estoy en lugar seguro”.
“entonces, ¿irás a verlos?”
“No esta noche. Voulez vous couché avec moi?”
Le sonreí. Es un verso de mi canción favorita.
Follamos dos veces más y nos quedamos dormidos.
Temprano al día siguiente se fue. No aceptó que le diera dinero. Sé que
está siguiendo su camino y cuando llegue a donde está migrando, me avisará.
Quizás lo visite en mis próximas vacaciones.