Un poco después de esa hora, en algún condominio de surco, un grupo de mujeres departe entre música de Christina Aguilera y algunas piñas coladas. Una rara combinación.
“Si te
quieres divorciar, divórciate, le dije”, relata una mujer cuarentona de cabello
recogido teñido y un vestido casi sastre. “¿Crees que quiero un solo centavo de
tu mugre plata?”, blande su copa. “Te equivocas, papacito”.
“¿Y qué
dijo?”, pregunta otra de cabello más corto, muy maquillada.
“Me dijo:
tampoco esperes recibir un solo centavo. Pero el muy idiota olvidó notariar el
acuerdo de bienes separados y… es bueno cuando tu caso lo ve una jueza”.
Todas ríen.
En eso, tocan
el timbre de la casa. Una tercera mujer se levanta a atender.
“Me das el
teléfono de tu abogado”, pide la segunda. “Como van las cosas, la separación
será cuestión de unos meses… Eso sí, ni loca lo dejo cargadito, sino cagadito”.
Todas ríen.
“Somos hermanas,
recuerda”, asevera la primera.
La mujer que
salió a atender la puerta reingresa:
“Chicas,
chicas… creo que estamos en problemas”.
“No me
jodas”, reclama la primera mujer.
Entonces,
entran a la sala un hombre alto, su cuerpo atlético dentro de un uniforme verde
de policía, grandes lentes de sol (considerando que son nueve y media de la
noche o por ahí), que se los quita. Detrás suyo, ingresa otro hombre en un
atuendo parecido, aunque un poquito más alto.
“Perdonen,
señoras”, dice con voz marcial, “pero los vecinos nos han reportado que hay un
barullo aquí que está incomodando”.
“¿Y desde
cuándo las Águilas Negras intervienen un hogar sin autorización judicial,
suboficial?, reclama la primera mujer.”
“Porque
nosotros no somos las Águilas Negras”, responde el hombre y coloca un raro aparatejo
en el suelo. “Somos… las Águilas del Placer”.
El que lo
ssecunda se agacha y toca el cubo de plástico y una música electrónica se
escucha. Ambos uniformados se ponen en el centro de la sala, espalda con
espalda, y comienzan a contonearse. Las damas entienden que eso no es una
intervención policial verdadera y se arremolinan. Ambos se acercan a la primera
mujer, la ponen al centro y bailan junto a ella; es cuando cada cual toma cada
mano de la dama, la ponen sobre sus camisas.
“Jala”, instruye
el supuesto policía.
La mujer
obedece y dos pares de pectorales más tres pares de abdominales definidos
(además de cuatro bien torneados brazos) aparecen no solo ante ella sino ante
todas sus amigas. La música avanza. Los dos hombres se quitan los cinturones
que aseguran cada pantalón y juegan con ellos.
“Jala”.
Tira de los pantalones
y ambos adonis no solo permiten que el selecto respetable aprecie sus muy bien
trabajadas piernas, sino que las mujeres que pueden ver sus espaldas puedan
contemplar sus dos redondas nalgas en toda su gloria, en especial del chico más
alto y que ha permanecido mudo toda la presentación. La homenajeada tendrá que
imaginar qué hay debajo porque los bultos están asegurados con una licra
blanca.
“¿quieres
más?”
“¿Por qué no?”,
responde la mujer.
El primero
deja de contonearse, junta sus piernas y en un movimiento rápido se baja el
hilo dental y logra sacárselo a pesar que los borceguíes siguen aferrados a sus
pies. Entonces, el segundo hace lo mismo. Las mujeres enloquecen aunque no por
mucho tiempo. La música acaba y el acto también. Ambos le dan un beso en cada
mejilla:
“Feliz
cumpleaños”, le sonríen al unísono.
Agradecen al
resto del público, recogen su ropa, el cubo de plástico (que en realidad es un
parlante uSB) y se retiran a a un
pasadizo de la casa donde se visten de nuevo. Quien fue a abrirles la puerta,
les da alcance:
“, Soberbio,
chicos”.
Evandro y
Osmar se aseguran los broches de velcro que permiten quitar o poner los
pantalones sin tener que meter cada pierna en una manga.
“Gracias”,
responde el primero, muy sonriente.
Ya vestidos, los dos chicos salen al pasillo y se dirigen al ascensor.
“Cuando
estemos seguros en el carro, te transfiero”, avisa Evandro a Osmar.
“Tranquilo,
pana”, le responde.
La puerta se
abre y ante los dos falsos uniformados aparecen dos verdaderos serenos. Osmar
se asusta un poco mientras su compañero disimula muy bien su sorpresa.
“Suboficiales,
buenas noches, ¿los llamaron por un incidente en este edificio?”, pregunta uno
de los efectivos, quien se queda un poquito boquiabierto examinando la cara del
sujeto que tiene enfrente. “Aguante… usted no es suboficial”.
Osmar se da
por perdido. Evandro carraspea:
“Mire, yo le
explico. Lo que…”
“¡Evandro
Cruzado! ¡Claro! Usted es el de las novelas, esa serie. ¿Cómo no me había
acordado de su cara?” Y volteando hacia su otro sorprendido compañero: “¡Evandro
Cruzado, Rojas! ¡Hombre, el Felipe de Mientras
no te vayas, el Ramón de Ronda de
fuego”.
El segundo
sereno parece caer en la cuenta.
Por su parte,
Evandro sonríe aún medio asustado:
“eso le iba a
decir… en realidad, venimos de un… casting”.
“Ah”, ahora
se sorprende el sereno. “¿en este edificio?”
“A veces lo
citan a uno en sitios inesperados, es parte de la carrera”.
“Ah, mire
usted. Nosotros vinimos porque nos reportaron que hay una fiesta y los vecinos,
usted sabe. ¿No habrá escuchado nada por ahí?”
“No”. Evandro
se voltea hacia Osmar: “¿Tú?”
El aludido
hace un gesto de ignorarlo todo.
“Bueno,
investigaremos. ¿Se toman una selfie
con nosotros?”
“Pero no
podemos hacerlo con estos uniformes…”
“Decimos que
estaban grabando una novela. Total, cuánta gente no se disfraza en estos días”.
Evandro y
Osmar acceden y posan junto a los serenos.
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