A la una y cuarto de la madrugada, los dos invitados salen del condominio.
“Y nuestro
concursante Osmar, de Caracas”, se lleva cien dólares a su marcador”, anuncia Evandro
en voz baja y casi burlonamente. “¿quiere mandar saludos a alguien?”
“Ya, no
jodas”, sonríe el otro galán.
“No
entiendo”, comenta Evandro ya dentro del auto, resoplando antes de abrocharse
el cinturón de seguridad. “Decías que ni el culo de Alexis te para la pinga,
pero se te paró con ese chibolo”.
“Prefiero no
hablar de eso, Evan”.
“Perdona por
sacarte de libreto”.
“Fresco,
pana”.
Evandro mira
el rostro algo desencajado de Osmar:
“Algo no está
bien”.
“Pana, vamos
a la residencial… de veras, me cago de sueño”.
“¿qué harás
por la mañana”.
“es domingo…”
Osmar mira sonriendo tristemente a Evandro: “Dormiré hasta tarde”.
Su amigo
sonríe también. Vuelve a resoplar. Tiene la sensación que algo o bien se cagó
entre ambos, o… mejor ni pensar en eso. Gira la llave. El auto arranca.
Acelera. Diez minutos después, ambos por fin llegan a casa.
Cuando Osmar despierta en su cuarto, lo primero que hace es ver su celular: diez y media de la mañana. Sí ha podido dormir sus ocho horas reglamentarias pero luego de pasar sesenta minutos revolcándose sobre la cama tratando de digerir el trío de esa madrugada.
Tras arreglar
su estrecha habitación, en la azotea del
edificio residencial, baja el ascensor y se va trotando con una mochila vacía
hasta una lavandería en la avenida Salaverry, frente a una puerta lateral del
hospital Rebagliati y como a media cuadra del Steel Fit Gym. Con el pretexto de
hacer una limpieza a fondo, se la pasa casi todo el día en el establecimiento,
ahora cerrado al público, donde se prepara almuerzo y cena, toma un baño, y
tras revisar redes y hablar con su familia en Venezuela (“Me contrataron para
una campaña de publicidad nacional… es un producto nuevo pero confiaron en
mí”), regresa al edificio a eso de las cuatro de la tarde. Al abrir la puerta,
un sobre manila pequeño queda sellado con la huella de su zapatilla. Se agacha,
lo recoge y lo abre: cinco billetes de veinte dólares.
A la mañana siguiente, coincide con evandro en la base del edificio.
“Gracias”, le
susurra.
“¿Por qué?”,
consulta su amigo con un mal actuado cinismo.
“Olvídalo…
hoy toca… vamos”.
El resto de
la mañana ambos cruzan palabra solo lo indispensable; incluso Gibrán, quien se
acerca a saludarlos con entusiasmo, respira tensión en el aire y, a pesar de la
sonrisa de Osmar, prefiere portarse como un alumno más.
Esa tarde, el instructor, ahora enfocado en su faceta como actor, prefiere ir en taxi al teatro. ¿qué mierda está pasando en su cabeza? Al llegar, solo Alexis está preparándose.
“¿Aún no
llega Evan?”
“¿No vinieron
juntos?”
Osmar
prefiere no dar más rollo.
Al término de
la función, cuando se despide de todos, evandro lo separa a un lado:
“Te llevo”.
“evan, no es
necesario…”
“Carajo, Os;
dije que te llevo. No discutas”.
Osmar hace un
gesto de disconformidad que Alexis detecta pero prefiere hacerse de la vista
gorda.
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