Adán llega a casa de Tito y no halla a nadie, así que ingresa al gimnasio. Está lleno. Sin duda, la aparición de Owen parece ser una bendición para el negocio. Aunque algo le opaca el entusiasmo: Frank está al fondo entrenando piernas con furia. Adán reingresa al domicilio y se queda largo rato sentado sobre el sofá, pensando. Aparentemente capeó a elga; pero, ¿qué pasará ahora con el más joven? Tras largos minutos, Tito y Flor llegan. Se saludan afectuosamente. Flor entra a dejar su mochila y Tito se queda en la sala.
“¿Edú te
dio la carpeta?”
“Sí,
pero García dice que solo le da pistas, que no puede presentarlo ante la otra
fiscal aún. ¿Qué pasó con Frank, que no entendí tu mensaje?”
Adán
mira que Flor no esté cerca:
“Se la
cachó bien a elga”, le dice en voz baja.
“Excelente”,
celebra Tito muy discretamente.
“Pero
siente que traicionó a tu hija”.
Tito se
incomoda un poco:
“Ahora
no tengo tiempo para resolverlo; hablaré con él mañana”.
“Primo”,
lo retiene Adán. “Creo que se nos pasó la mano involucrándolo”.
Tito
sigue incómodo y se para.
“Mañana
veré eso; mas bien te necesito: Juan conversó con Flor sobre lo del otro día”.
Tito
entra a su cuarto para alistarse a salir otra vez, hacia la finca, a cubrir su
turno de vigilancia nocturna. Adán permanece sentado sobre el sofá sin poder
manejar el cargo de conciencia, así que tras calentar la cena, se pone su ropa
de entrenamiento: el enterizo que solo le cubre el abdomen, la espalda baja, la
pelvis y parte de los muslos. Entra al gimnasio, va directo donde Frank, quien
parece haber terminado su rutina.
“No
quiero hablar ahora”, le alcanza a decir y lo deja en medio del salón, en medio
de la multitud, hasta que una mano palmea su hombro.
“Darle
tiempo”, le aconseja Owen. “Una oportunidad aparecerá”.
Frank
abre la ducha ya en la casa de Tito y deja que el agua le refresque la culpa
más que el sudor. Si bien cuando inició la relación con Flor quedaron claros
que solo sería por el tiempo que él estuviera en Santa Cruz, un sentimiento más
fuerte que una amistad, luego que una amistad con privilegios, luego que una
relación estable aunque temporal, ha comenzado a desarrollarse. Pensó que lo
del trabajo en La Luna podía ser una buena oportunidad para sentar raíces, pero
el anuncio de Elga, y más aún lo que había pasado esa tarde con elga, lo están
cuestionando seriamente. Por otro lado, está la emergencia con Flor y la
palabra empeñada a Tito. De pronto, la cortina se abre y su chica ingresa
totalmente desnuda.
“¿Me
permites?”, sonríe ella y comienza a jabonarle el cuerpo.
“¿Tu
papá?”
“Ya se
fue al trabajo, y ya sabes que mi tío ha comenzado a entrenar”.
La chica
lo besa sin dejar de pasarle el jabón, y la imagen de elga regresa vívidamente,
cuando esa tarde en las duchas de la finca estaba haciendo exactamente lo
mismo.
“No está
bien esto”, reacciona.
“¿Qué?”,
se extraña Flor.
“Quiero
decir… no tenemos protección ahorita, y ya sabes lo que acordam…”
Flor
sonríe:
“Tranquilo,
querido, solo te baño. Déjate mimar”.
El caso
es que Frank, en ese momento, no se cree merecedor de tanta atención. Aún así,
Flor continúa bañándolo, estimulándolo, aprovechando que le jabona las piernas
para tomar su pene y chuparlo mientras acaricia sus redondas nalgas. No es
elga, de eso está más que seguro, pero tampoco cree que es digno de Flor. Lo
mejor será entrar en personaje. Es cuando recién la sangre fluye a su miembro.
“Así
chúpamela”, la anima con su mejor voz de galán. “Así, mamita”. Jadea profundo,
cierra los ojos y le acaricia la cabeza. “Así… es toda tuya”.
Y el
chico cumple su guion hasta que su esperma llena la boca de Flor.
“Una
cosa es ser stripper y otra distinta
es ser escort”, dice Carlos en la
caseta de vigilancia mientras Tito marca su asistencia para el turno de esa noche.
“A
nosotros no se nos hizo tanta bola”.
“Es que Manolo
nos entrenó para comer hasta con seis cubiertos y servilleta de tela, a
mantener una conversación discreta, a que la otra persona se sienta respetada e
importante; hay una gran diferencia entre los chicos de ahora y nosotros”.
Ambos
caminan a la casa grande.
“¿Aparte
de los años?”, bromea Tito.
“Al
menos sabes que quiere a Flor, pero pienso igual que Adán: no debimos
involucrar a Frank en esto porque no es su lucha, no la ha sufrido como
nosotros, no ha visto cómo esto pasó de ser monte a finca agrícola”.
Sí la
vio, Carlos; la vaina es que él estaba muy chibolo aún”.
“¿Y qué
fue de la carpeta?”
“Sí hay
caso, pero ese fiscal necesita más datos”.
En la
cocina, Elga corta fruta en trozos para hacerse una ensalada cuando llegan los
dos peones. Se saludan cordial y respetuosamente. Ella luce algo seria, hasta
diríase apagada.
“Tito,
¿podemos hablar tú y yo después de cenar?”
El
gladiador y el capataz se miran.
“Claro”,
le responde con cierto temor.
Tras
comer casi en silencio, muy aburridos, Elga lo acompaña en la primera ronda
nocturna. La primera luna llena de la semana comienza a levantarse amarillenta
por el este, pero aún así cada uno va con su linterna, y en el caso de ella, la
instrucción expresa de refugiarse a las espaldas de él si apareciera algún
peligro. La jefa también deberá
entender que no habrá contacto visual pero sí toda la atención auditiva del
caso.
“Sabes
que Manolo te tuvo mucho cariño. En realidad los quiso mucho a los tres, pero a
ti te tuvo un cariño muy especial”.
“¿Y a
Christian no?”, inquiere Tito.
Hablo de
la finca. Christian no ha estado tan ligado acá como ustedes que la levantaron
con Manolo desde el inicio… Pero no quiero hablar de él sino de ustedes, del
espíritu de familia que han logrado, de cómo a mí me acogieron como parte de su
familia cuando la mía me botó de la casa. A pesar del trabajo que teníamos,
ustedes siempre me respetaron y hasta me defendieron. ¿Recuerdas ese show cuando ese tipo se subió al
escenario?”
Tito
ríe:
“Me bajó
la tanga y me quedé calato delante de toda esa gente”.
“Pero
así, sin tanga, le diste una tunda que no volvió por vuelto”, ríe Elga también.
“Y si te
gusta que nos tratemos como familia, ¿por qué no retrocedes en la idea de vender
La Luna?”
Elga
suspira:
“Ya
comprometí mi palabra”.
“Zona de
mangos, sin novedad”, Tito avisa por la radio.
“Zona de
mangos sin novedad, enterado”, le responde Carlos por el aparato.
“¿Comprometiste
tu palabra con Christian?”
“¿Cuál
es la fijación con Christian, Tito?”
“Como
llegaste con él, pensé que te habías comprometido con él”.
“Más que
con Christian, con el comprador”.
“¿Cruz
Dorada?”
“¿Cómo
sabes que es Cruz Dorada?”
“Acá
vinieron hasta tres veces y no han asomado la nariz desde que Manolo los corrió
a balazos. Él nunca quiso vender, por eso nos extrañó tu decisión. Incluso,
sospechamos que Cruz Dorada lo mandó a matar”.
“El martes,
luego que Chris me avisó, yo misma fui a la oficina de ellos y los encaré: lo
negaron todo”.
“¿Y les
creíste?”
“Me
dijeron que una cosa era la discrepancia, pero otra era ensuciar el nombre de
la empresa con un crimen. Además lo mataron en la ruta a La Santita. ¿Qué tiene
que hacer Cruz Dorada en la playa?”
Tito no
sabe si reír o molestarse, así que mejor opta por preguntar:
“¿Dices
que Christian te avisó?”
“Sí.
Creo que por la mañana vinieron acá, ¿no? Luego regresaron y estuvieron todo el
día revisando unos papeles. Los escuché discutir, aunque de un tiempo a esta
parte solían discutir muy seguido, pero ya sabes cómo arreglaban sus
diferencias”.
“¿Dices
que trabajaron todo el día?”
“Como
hasta las seis, luego salieron y no regresaron hasta las diez. Seguro fueron a
la casa de playa o algún hotel, ya sabes, para arreglarse. Yo estuve en la casa de playa desde el martes en la
tarde y hallé algunos condones usados”.
“¿Ya no
volvieron a salir el lunes?”
“Al
menos Christian no. Manuel sí salió disparado como a las once. Me dijo que lo
habían llamado por un asunto que estaba siguiendo… Ya no regresó”. Elga solloza.
“¿Christian
no fue con él?”
“¡eso es
lo que yo le reclamé después! Christian se quedó en casa, metido en el cuarto
de visitas”, la mujer continúa sollozando.
Tito se
detiene para confortarla mediante un abrazo.
“¿Y qué
hacía él ahí?”
“Vivía
con nosotros. No sé que lío había pasado con su familia, pero hace cuatro meses
vive con nosotros. Yo bajé a su cuarto… hicimos el amor… nos quedamos dormidos…
desperté como a las tres y no quise subir pensando que Manolo…” Elga llora
amargamente.
“¿Entonces
quién fue?”, murmura Tito. Súbitamente, una pequeña nube luminosa celeste se
compacta en un punto de luz que brilla por unos segundos y luego se desvanece.
“¿Tito?
¿Tito? ¿Están bien?”, consulta Carlos por el radio.
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