Dos amigos celebran su reencuentro cachando y reciben un invitado inesperado.
Un hombre alto,
moreno y atlético, que disimula muy bien sus 45 años, sale de la municipalidad
de San Sebastián. Camina por la vereda cuando al llegar a la esquina casi lo
arrolla un ciclista vestido en mallas negras de muslo a cuello. El hombre
moreno salta un paso hacia atrás rápidamente. El ciclista se detiene asustado:
“Perdo…” Esa cara
le parece conocida… “¡¿Eliezer?!”
“¿Sandro?”, lo
reconoce el peatón.
Un cuarto de
hora después, ambos hombres comparten
una estrecha ducha. Eso les permite abrazarse y besarse desnudos mientras el
agua fresca cae encima de sus atléticos cuerpos. Eliezer toma el jabón y lo
comienza a untar a Sandro por la espalda, el culo, luego el pecho, el abdomen,
la pinga y los huevos. Sandro hace el mismo tramo, pero al llegar al medio del
culo…
“Solo jabóname y
nada más”, advierte Eliezer sonriendo.
Sandro pasa la
pastilla de jabón por la raja entre las enormes y velludas nalgas de arriba
abajo y luego se arrodilla para seguir con las gruesas piernas. Un largo y
grueso pene baila frente a su cara aún cubierto de jabón. Lo enjuaga bien y
comienza a chuparlo.
“así, Sandrito.
Trágate ttoda mi verga.
Ya seco, Sandro se
acuesta en la cama que hay en el cuarto. Se abre de piernas. Eliezer llega a su
encuentro, se acuesta sobre él y vuelve a besarlo mientras el otro se le aferra
abrazándolo. Entonces, Eliezer se incorpora, le levanta las bien formadas
piernas y comienza a sobarle su vergota aún blanda en la raja del culo. La
erección no tarda en producirse. Sandro alcanza un condón y un chisguete de
lubricante.
“Gástalo todo si
quieres”, le pide sonriendo.
Eliezer se coloca
el forro en su grueso y largo trozo, 23 centímetros, se unta el gel
transparente, lo aplica al ano de Sandro tratando de estimularlo con un leve
masaje y comienza la penetración.
“Despacio,
negro”, gime Sandro. “No me hagas doler”.
Eliezer tiene
todo el tiempo del mundo para ir clavando lentamente ese culo hasta que solo
puede ver su crecido vello púbico aplastándose contra el culo de su amante. Y
lentamente comienza a bombearlo mientras vuelve a inclinarse para besarlo en la
boca, lo que es correspondido.
“¿Te gusta la
pinga, mi campeón?”, le pregunta excitado.
“Me encanta,
negrito lindo”, jadea el otro pata. “me aloca”.
Los dos siguen
cachando en esa posición por buen tiempo hasta que Sandro se pone en perrito y
el otro hombre lo sodomiza siempre lento. El exceso de lubricante entre el pene
y el ano de ambos produce un sonido bien cachondo. Eliezer prueba a aumentar la
velocidad del bombeo aprovechando que ese esfínter parece haber ganado mayor
flexibilidad. Sandro gime un poco más aguantando el dolor, enfocándose en cómo
podría verse el sexo si alguien más los estuviese mirando. Y a esa velocidad,
Eliezer ya va durando casi tres cuartos de hora.
Posteriormente,
el activo se acuesta al filo de la cama mientras el pasivo, bien abierto de
piernas y afirmando sus pies en el suelo, rebota haciendo gala de sus muslos
bien ejercitados. Finalmente, Sandro se apoya en el filo de la ventana mientras
Eliezer lo acomete de pie y desde atrás a todo lo rápido y cuidadoso que puede
hasta que por fin eyacula dentro del condón. Se relaja todo al fin.
Tras el sexo,
ambos descansan sobre la cama con el televisor prendido en ese programa donde
los chicos reality dejan ver sus bien trabajados culos en esas mallas sin ropa
interior.
“Eres la misma
máquina cachera de hace 15 años, eli”.
“¿Aún te
acuerdas?”, sonríe el moreno. “Fue cuando ganaste ese festival de tondero, si
mal no recuerdo… Y creo que Julio todavía jugaba en el Piura”.
“Claro, Eli. Yo
recién cumplía 20 añitos. Y no te olvides de Pelu. Cachamos los cuatro. No
puedo olvidarme cómo ese huevón sufría con tu verga dentro del culo. ¿Sigues
trabajando con él?”
“Sí, ahora le
estoy preparando la candidatura al gobierno regional”.
“¿Y sigues
cachando con él?”
“No tanto como
antes pero a veces nos damos nuestras escapadas so pretexto de coordinar”.
Se escuchan unos
pasos fuera, luego unos toques en la puerta de metal.
“¿Esperas a
alguien?”, se intriga Eliezer en voz baja.
“Los únicos que
me vienen a ver son el chiclayano o el venezolano del tercer piso”.
Así calato,
Sandro se levanta de la cama y abre un poquito la puerta.
“Hola”, le dicen
desde el corredor.
“Entra”, invita
Sandro.
Un chico joven,
unos 25 años, alto, cabello largo y lacio, bien peinado, vistiendo una bata
blanca con el logotipo del Seguro Social en el pectoral izquierdo, el que
resalta (de hecho todo su físico parece ser atlético) ingresa.
“Te venía a
avisar que la campaña…” el muchacho enmudece al ver al esbelto moreno desnudo
sobre la cama. “Perdona, pensé que estabass…”
Sandro sonríe y,
cerrando la puerta, se le aproxima y le pone su mano en el paquete.
“Descuida,
Bartolo. ¿Por qué no tomas un baño y… disfrutas con nosotros?”
El recién llegado
duda un poco. Vuelve a mirar a Eliezer. Sandro toma la cremallera de su bata y,
sin que oponga resistencia, se la baja y quita; luego hace lo mismo con el
pantalón blanco de tela. A pesar del bibidí y del bóxer blancos, es evidente
que ese chico entrena a diario.
Quién sabe qué le
dijo Sandro a Bartolo en la ducha. El asunto es que el muchacho, ya desnudo, se
integra a la cama. No solo es atlético y lampiño sino que tiene todo su vello
púbico rasurado. Eliezer le sonríe. Los tres se funden en un abrazo y tratan de
besarse al mismo tiempo.
“Chúpasela al
negro”, le dice Sandro. “Te vas a volver loco”.
Bartolo toma en
su mano el pene ssemierecto de Eliezer y se inclina a chuparlo; Sandro
aprovecha para succionarle las nalgas y el propio ojo del culo. Bartolo intuye
que ya hubo acción en ese cuarto porque ese falo sabe a látex, pero no le
importa. Continúa. Además, disfruta cómo le agasajan el ano, por lo que en
compensación gira y se la chupa a Sandro. Eliezer no resiste la tentación de
usar su enorme pie para acariciar el rico culo de Bartolo y usar el pulgar
derecho para estimularle el esfínter.
Poco después,
Sandro penetra a Bartolo por el culo mientras éste sigue tratando de tragarse
la gran pinga de Eliezer. Como activo, Sandro es apasionado y cariñoso sin que
eso deje de probar algo tan arrecho como hacerle sonar las nalgas mientras lo
bombea. Minutos después, los roles se invierten. Eliezer nota que Bartolo tiene
una pinga de unos 17 centímetros, algo curva hacia abajo, medio gruesita. También
se fija en los 16 centímetros gruesos de Sandro, que son pajeados mientras le
llenan el culo por segunda vez esa noche. Eliezer se pajea.
“Campeón, todavía
me queda leche”, le sonríe a Sandro, quien, sin dejar de masturbarse, vuelve a
succionar el pene de su visitante. El dormitorio se vuelve a llenar de gemidos
y jadeos hasta que los de Bartolo se hacen más fuertes.
“Voy a eyacular,
mierda”. Y dando un rugido sordo, casi como un quejido, dispara todo su semen
dentro del culo de Sandro, quien al sentir la palpitación, deja de chupársela a
eliezer, deja que le saquen la pinga, se acuesta boca arriba y se pajea con
toda su fuerza. No avisa nada. Su leche se dispara sobre su abdomen y pecho.
Entre asco y fascinación, Eliezer observa cómo Sandro se soba el esperma hasta
convertirlo en una capa blanca que se seca sobre la piel.
“¿Qué venías a
decirme?”, al final reacciona cuando se relaja.
“Que el
traumatólogo dijo que la campaña en tu pueblo sí va”, contesta Bartolo
terminándose de sacar el condón.
“¿Campaña de…?”,
averigua Eliezer aún con la pinga dura.
“Acción social”,
sonríe Sandro. “Quiero postular a la provincial”.
Bartolo los mira
en silencio.
“¿Por qué no postulas con Pelu?”, consulta Eliezer a Sandro, quien le sigue sonriendo. Eliezer sabe que eso es un sí. Bartolo y su cuerpo atlético al desnudo continúa ahí, arrodillado al pie de la cama, sintiendo que ése ya no es su asunto. Lo único que llama su atención es ver cómo Eliezer pajea su enorme falo hasta que espesas ráfagas de leche blanca se dibujan sobre su piel marrón.
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