Esa
noche, como a las diez y cuarto, Frank está acostado sobre la cama de Flor con
las piernas levantadas hacia el aire disfrutando cómo la lengua de la chica le
besa las velludas nalgas y luego va en busca de su ano. No solo jadea, gime.
Alza los brazos, se frota la cara; a pesar de la oscuridad, cierra los ojos y
se concentra en el intenso cosquilleo que se transmite por todo su organismo
hasta que su mano no resiste la necesidad de tomar su pene erecto y sobarlo
despacio. Entonces, siente algo entre blando y duro que toca su esfínter y lo
masajea, carente de humedad y calidez.
“No me
lo metas”, pide.
“Tranquilo,
querido”, Flor le acerca su lengua otra vez.
Afuera,
en el salón de máquinas, Adán y Pablo terminan de cuadrar las cuentas, casi sin
hacer más comentarios.
“Será
difícil reemplazar al negro”, al fin se anima a expresar el cuerpo de luchador.
Pablo lo
mira y sonríe; le palmea el hombro izquierdo.
“Alégrate,
enfócate en el alumno, dile que sí puede, felicítalo cuando termine la serie y
la haya completado, ayúdalo a terminarla sin decirle que es débil, escúchalo…
ese huevón hacía que todos nos sintamos como en casa, como patas de toda la
vida, como que nuestros problemas no existían”.
Adán
mira fijamente a Pablo.
“¿Qué
dices?”
“Owen no
era un instructor, Carrillo; era una filosofía de vida… Es, quiero decir”.
Adán
sonríe, mira al salón lleno de máquinas, de espejos, de las tres fotos en la
pared del fondo incluyendo la suya.
“¿Siempre
pedirás tu baja, Chira?”
“Aún no
lo sé. Me encanta la Policía, me encanta esta nota del gym; me encanta bailar… Creo que Frank es el único que tiene las
cosas claras: me dijo que postulará a la universidad el año que viene y
estudiará Administración, que ya habló en La Luna y le dijeron que sí, aunque
también él tiene miedo por eso de La Estirpe. Me preguntó que se siente tener
una pinga metida en el culo…”
“¿Qué le
dijiste?”
“Que él
debería experimentarlo por su cuenta, que yo puedo decirle muchas cosas, pero
es mejor cuando uno explora sus propias sensaciones, como yo lo hice”.
“¿Cuántos
años tienes, huevón?”
“Veinticinco,
Carrillo”.
“Hablas
como si tuvieras más”.
“Digamos
que mi maestro del sexo homosexual tiene cincuenta años”
Ambos se
ríen. Guardan todo e ingresan a la casa. Al entrar al pasillo, los gemidos de
Frank y Flor se oyen claros. Los dos hombres se miran a los ojos, sonríen,
apagan las luces y se meten al otro dormitorio, se despojan de sus ropas y
suben a la cama entre besos, abrazos, caricias, placer.
En la
pared del lado, Frank está acostado sobre Flor quien le hunde sus tobillos en
medio de su trasero mientras éste mueve su cadera rítmicamente y con paciencia,
procurando que su pene erecto estimule gentilmente todo el canal vaginal
mientras sus labios, lengua y saliva dicen sin palabras que ése es el mejor momento
del mundo que puede pasar y las manos no censuran ningún camino, lo mismo que
sobre su cuerpo no hay ningún rincón prohibido.
Del otro
lado, Adán descubre que Pablo tiene diecisiete centímetros deliciosos al
paladar como centro de un cuerpo marcado y que no deja de agitarse tratando de
envolverse en esa playa desierta que parece rodearlo poco a poco hasta que
puede sentir la brisa y hasta escuchar el rumor del mar. Es cuando puede ver a
Adán engullendo su pene entre sus nalgas; en compensación, él acaricia su
atlético y lampiño cuerpo, le toma el miembro con ambas manos y se lo comienza
a frotar. El sol brilla pero no achicharra; mas bien entibia el momento. Pablo
cierra sus ojos sin dejar de sonreír. Siente cómo se libera del peso, y en
medio de la oscuridad que lo envuelve otra vez, busca ese cuerpo firme para
hacer exactamente lo mismo: no consigue salir del dormitorio, pero no se
desespera; solo se deja llevar por el momento… un largo momento.
“¿Hay
espacio para mí?”, pregunta Frank en voz baja mientras tantea la cama.
“Siempre
hay sitio”, responde Adán.
Las
manos del más joven tocan la cara de Pablo y le acerca la suya; lo besa en la
boca mientras se arrodilla con cuidado. Adán entiende el mensaje, entiende por
qué Frank le pone la entrepierna en su cara y comienza a chupársela, luego le
practica un largo beso negro, mientras la mano traviesa del recién llegado
explora el pene y debajo de los testículos de Pablo.
“¿No te
duele?”, pregunta.
“¿Quieres
probar?”, lo desafían.
Frank lo
duda en ese momento. Tiene menos de dos semanas para la siguiente luna nueva.
Es más que suficiente para tomar una decisión, piensa.
Dos
noches después, el sábado, Juan lee por segunda vez el documento de cinco
páginas que Tito logró recuperar de una notaría en Collique. Los dos están
junto a Alvin, en uno de los cuartos de visitas de la casa grande, totalmente
desnudos pero relajados. Tito coloca una mochila llena sobre una mesa.
“esto es
sin dudas un adelanto de herencia”, dice el fiscal a Tito. “El asunto es que…, bajo las
circunstancias actuales, no sé cuánto valor llegará a tener; pero por ahora es
perfectamente legal aunque discutiblemente aplicable”.
“¿Quieres
decir que Elga repartió las propiedades?”
“No
exactamente. Transfiere La Luna a propiedad de Charlie, Édgar y tú, pero
siempre que se constituyan como una sociedad de responsabilidad limitada; y,
bueno, ahora que sabemos la verdad del gimnasio y del club, pide que se les
incorpore como unidades de negocio de la nueva empresa”.
“Podrían
llamarla La Estirpe”, interviene Alvin.
“No
aconsejo crear la nueva empresa porque todo está muy confuso aún en términos
legales, quiero decir”, acota Juan.
“¿Como
tu situación matrimonial?”, bromea el biólogo
Juan
sonríe.
“eso sí
lo tengo claro: el lunes iniciaré los trámites del divorcio… al demonio si
Collique dice que soy un fiscal gay… No tiene sentido estar en algo que no te
genera comodidad y va a ser un mal ejemplo a la larga para mis hijos”.
Alvin se
incorpora y besa en la boca a Juan.
“Bienvenido”,
le sonríe.
“Pero no
entiendo por qué recién meten al AMW y al GGG o como se llame en el adelanto de
herencia”, interrumpe Tito.
“Pues,
lo único que se me ocurre es que ella quería dejarles a ustedes el pleito con
Christian Esteves, en lugar de lidiarlo. Elga conoce mejor que nadie los
negocios de Manolo Rodríguez, y ante todo lo que pasó, tenía una papa caliente
encima: juego de lealtades, remordimiento de última hora. Una cosa es manejar a
Elga, pero otra distinta es enfrentar a la Estirpe, a la que Christian había
renunciado. ¿Divide y vencerás? ¡Nunca iba a funcionar con ustedes!”
“¿Christian
quería matarme, Juan?”
“es una
posibilidad, Joey”.
“El ADN
de la ropa empapada en sangre coincide con las muestras que estaban en tu
vereda”, agrega Alvin. “El tal Valdivia”.
“El plan
era perfecto: amedrentamiento, y si no funcionaba, asesinato”, continúa Juan.
“Pero es como si alguien les hubiese salado todo: el extraño colapso de los
matones, la carpeta lila, hasta diría que la propia movida torpe del comisario,
si fue él, al armar esa campaña contra Owen… es como si el plan hubiese estado
hecho para ser un fracaso… bueno, estamos hablando de Christian, ¿no?”
Una luz
llega a Tito cual ráfaga.
“Owen…
Fue Owen… ¿Recuerdas lo que te contó Chira?”
“Primero
lo sometería a un examen toxicológico y un peritaje psicológico”… no sé… esas
supuestas visiones, esos cambios de conducta… los policías son sometidos a
mucho maltrato durante su formación y no descarto falsos recuerdos por un
síndrome de estrés postraumático”.
“¿Un
qué?”, se extraña Tito.
“Una
mente desconfigurada que no diferencia entre realidad y fantasía debido a un
evento muy malo que le pasó”, intenta explicar Alvin.
“Pero él
sabía toda la verdad todo este tiempo”, insiste Tito. “¿Tú crees que está
loco?”
“Lo que
nos regresa al inicio de esta discusión: legalmente, más que soluciones, ahora
es cuando comenzarán nuevos líos, especialmente ahora que Cruz Dorada ha
quedado como una enorme organización criminal que traficaba terrenos, compraba
autoridades, medios, voluntades y hasta vidas”.
“Todo lo
que Owen nos dijo que pasa en los países donde trabajan”, añade Tito.
“Si hay
un modus operandi internacional, me
parece que lo más inteligente será hacer el caso… internacional”, aconseja
Juan. “No será el primer ni el último caso de corrupción transnacional,
desgraciadamente”.
Tito
saca algo de la mochila, lo extiende y se coloca una túnica de lana; alcanza
otras dos y las deja sobre la cama.
“Es
hora. Vamos”.
Los tres
se ponen en marcha por en medio de la finca hasta llegar a la acequia y pasar
al camino secreto, pero en lugar de ir a los algarrobos que rodean la laguna,
suben la lomita. En la cumbre, Carlos y César están arrodillados frente a un
fuego amarillo cuidando que no se apague. Tito, Juan y Alvin se hincan en
silencio. Los cinco miran las flamas danzando en la fría noche, dejando escapar
chispas, disfrutan la calidez y la luz.
“Og ya está listo”, advierte Tito.
“¿Seguimos esperando?”
“No”, anuncia
alguien a sus espaldas.
Carlos y
Tito miran a donde sonó la voz y sonríen; Alvin queda boquiabierto, Juan trata
de mantener la serenidad, César está tranquilo y satisfecho.
“Perdonen
la demora””, dice el hombre de recio y armonioso cuerpo que, desnudo y erecto,
se sienta al lado de Carlos y le quita la túnica dejándolo también desnudo
mientras lo besa en la boca hasta que su pene se eleva y engrosa por completo.
“Prosigue”,
le dice.
“Gracias,
Manolo”, sonríe el capataz.
Entonces,
las flamas amarillas del fuego se tornan rojas, y en el cielo, las nubes se
despejan para que la última luna llena brille con fuerza. Sobre sus cabezas, un
lucero verde se forma y comienza a revolotear en espiral. . Sobre la cima de la
lomita, los cuatro hombres que restan se quitan las túnicas y comienza la
ceremonia de iniciación que terminará casi con los rayos del nuevo día en una
orgía que admite todas las combinaciones posibles.
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