No sabía qué hacer.
Elena me abrazó.
“¡Rafo!”
Volteé.
Era… el otro hermano
de Josué.
“Mi hermano salió en
la moto”.
“¿Sabes a dónde fue?”
“No, pero se fue en la
moto. Le dije que no, pero el muy cojudo se fue solo”.
El hermano de Josué me
guiñó un ojo y sonrió levemente.
“OK. Gracias”.
Miré a elena en
silencio.
Entonces, até cabos.
“¡Al Terminal de
Castilla!”
Mi hermana me miró
extrañada.
Diez para las dos de
la tarde.
Llegamos.
El terminal estaba
atestado de gente que salía, esperaba y llegaba.
“Toma esto”.
Me quité el saco del
frac y se lo di a elena. Me desaté la pajarita y la guardé en uno de los
bolsillos de mi pantalón.
“No, Negro, lleva el
saco. Necesitas abrigo”.
“¿Ya sabes lo que
tienes que hacer, Zamba?”
“Sí. ¿Tú sabes lo que
debes hacer?”
“Sí. Ahora sí lo sé”.
“Listo. Aquí te dejo.
Que Dios te proteja”.
Me dio un beso en la
frente, y se fue.
“¡Zamba! Perdóname”.
“No, Negrito. Estoy
orgullosa de ti”.
Abordé un bus.
Cuatro y media de la
tarde.
Por fin llegué a la
casa de paredes blancas y tejas rojas, luego de bajarme en la plaza de
Canchaque, ir cuesta arriba, esquivar tres o cuatro perros bravos, aguantarme
las miradas cuestionadoras de los pobladores, y hallar que la puerta… tenía
candado.
Me senté en la vereda.
Miré al cerro
Mishawaka.
¿Había decidido
correctamente?
No pude más.
Me hice un ovillo,
poniendo mi cabeza sobre mis rodillas y lloré amargamente, fuerte, como para
que la cordillera circundante me escuchara, como para que la quebrada se
detuviera, como para que algún ave bajara a consolarme aunque sea picotazos,
como para que… una motocicleta se acercara y detuviera.
Alguien descendió.
Levanté mi mirada.
“Carajo, Rafo. ¿Qué
parte de ‘no nos veremos hasta después de tu viaje de bodas’ no se entendió?”
Me recuperé tan pronto
como pude. Enjugué mi rostro.
“Ya no habrá viaje de
bodas”, dije.
Josué se acercó a mí.
Comenzaba a emocionarse (conocía ese gesto a leguas).
“¿Y… Laura?”
“No. No vine por ella.
Vine por mí”.
“¿Para qué?”
“Para no cometer el
mayor error de mi vida”.
Josué se terminó de
sorprender y estuvo a punto de quebrarse.
“Y… ¿éstas son… éstas
son formas de venir?”
Sonreí con mi rostro
nuevamente bañado en lágrimas.
“¡Yo también te amo,
Josué! ¡Yo también te amo!”
Me levanté de un
salto, fui hacia él. Lo abracé.
Él también me apretó
fuerte con sus brazos.
Lloramos de alegría,
juntos.
¡Juntos!
Como siempre debió
ser.
Y la cordillera se
hizo el más bello paisaje al atardecer, y las aves trinaron como nunca, y la
quebrada bailó hermosa entre las rocas como jamás se vio… y la moto casi se
saca la mugre por no asegurarla bien.
“Rafo, ¿te parece si
tomamos un baño?”
“¿Tan mal huelo?”
Josué se rió.
“Necesitamos remover
todo el pasado. Es hora de comenzar algo distinto, juntos”.
“Y luego tendremos que
preparar la cena juntos, ¿no? Me muero de hambre”.
Volvimos a reírnos.
Nos besamos con
intensidad y ternura.
Ah. Esos primeros
planos siempre me han fascinado, aunque los protagonistas sean del mismo sexo.
El sol comenzaba a
ocultarse.
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