Esa noche nos la pasamos hablando de todo hasta quedarnos profundamente dormidos. Lo último que recuerdo es su cabeza posada en mi pecho, ambos desnudos, bien abrigados por las cobijas. Afuera, el cielo parecía llorar fuertemente de alegría a pesar de la oscuridad.
Cuando abrí mis ojos, el sol se colaba por las rendijas de la puerta en haces diminutos.
Aún estaba acostado sobre la cama, pero ni la cabeza de Josué ni Josué entero estaban ni en mi pecho ni a mi lado.
Miré al techo. Algunas partes del yeso blanco se habían caído. Podía ver el armazón de cañas de carrizo.
Me senté sobre la cama, busqué los zapatos de charol negro, mi boxer.
Abrí la puerta del patio interno.
La mañana serrana me invadió con frescura.
“Buenos días”.
Josué entraba con una maleta.
“Hola”.
“¿Dormiste bien?”
“Sí. Creo que sí. ¿Cuántas veces hicimos el amor?”.
“Calla, presumido. Nos quedamos bien dormidos. Elena te manda esta maleta”.
“¿Alguna otra novedad?”
“Que tu madre manda a decir que reflexiones bien las cosas, que Laura te quiere matar, que eres la comidilla de la ciudad, y que a Eduardo lo mandaron a golpear”.
“¿Quién?”
“Ni idea, pero elena me dijo por teléfono que Laura estuvo pidiendo su cabeza”.
“Lamento haber llegado tan lejos y decepcionado a mucha gente, pero, por primera vez, me siento pleno y feliz, contento conmigo mismo, orgulloso de quien soy realmente. Por fin creo haberme aceptado”.
Josué me sonrió al escuchar éso. Se acercó, y me besó.
“Ahora báñate y
cámbiate que te ves huachafo”.
Metimos la maleta al
cuarto, la abrimos y buscamos mis sandalias. Me desnudé y me puse una toalla a
la cintura.
Lo miré de nuevo.
“Te amo”.
“También te amo,
Rafo”.
Volvimos a besarnos.
desde entonces, vivo
orgulloso y contento. Claro que no fue fácil entender quién soy, pero tampoco
me rendí. Sigo en el proceso, y la verdad es fascinante.
Claro que hubo ciertos
precios que pagar.
Me descontaron una
semana de trabajo, tras la que Josué y yo volvimos a casa, a mi casa, y ocupamos
mi viejo cuarto. Mamá recuperó su alcoba matrimonial.
Seguimos dándole a
Merchandise, pero demoramos los planes pues tres meses después, él fue admitido
al programa que le daba medicamentos para que su vida se prolongara. Lo
acompañaba a sus controles, y de vez en cuando participábamos en las reuniones
del grupo de apoyo. Incluso los llevamos de excursión a la sierra.
A los seis meses,
abrimos una tienda en el centro comercial más caro de la ciudad, y Al vino para
firmar un contrato que lo declaraba nuestro dealer en la Florida. Por cierto,
llegó con su pareja, el otro muchacho con quien lo conocí en la playa.
A todo esto, me
reconcilié con Laura, quien se hizo socia de Merchandise. Eso sí, la
reconciliación implicó que todo ese año trabajara para pagar todas las cuentas
que demandó la payasada del matrimonio. Claro está, quedamos como socios y
amigos.
Tras ello, renuncié al
banco y me dediqué de lleno al negocio con Josué.
Vivíamos unos días en
la ciudad, unos días en la sierra. Viajábamos mucho, y crecimos un montón. ¡Ah!
No dejamos de entrenar, ni hacer deporte, especialmente cuando Josué comenzó a
ganar peso.
A Eduardo siempre lo
encontrábamos borracho los fines de semana cerca de Port au Prince, diciendo
las incoherencias de costumbre, hasta que dejamos de verlo un sábado. Por la
prensa nos enteramos que hallaron su cuerpo a las afueras de la ciudad con
evidentes signos de tortura, sin sus documentos ni su dinero.
Elena se hizo nuestra
máxima aliada. Ahora anda empecinada en cabildear para que se apruebe el
matrimonio gay en el país. Me ha dicho que debería escribir toda mi
experiencia, y hasta publicarla como novela.
Creo que exagera.
Me parece que no es
para tanto.
¿O tú qué piensas?
[FIN.]
No hay comentarios:
Publicar un comentario