Pedro regresa a casa y se encuentra con Edú, su primer marido, en su propio cuarto.
A quince minutos
para las nueve de la mañana, Pedro entra a su casa. Hace solo unos segundos, la
camioneta de la parroquia lo ha dejado en su propia puerta.
“Pedrito, te
esperábamos para ir al mercado”, avisa su mamá llevando una bolsa de pajarrafia
en la mano.
“Ya regresamos,
hijo”, le dice su papá, y ya con la mano en la chapa de la puerta: “Por si
acaso ha llegado Edú; por ahora lo hemos dejado en tu cuarto hasta ver qué
decide tu hermana”.
Pedro, quien está
a punto de subir la escalera al segundo piso, se queda helado.
Mientras sus
papás salen, el chico, nervioso, se acerca a su dormitorio. Al abrir la puerta,
en una de las dos camas que hay en la habitación, un hombre delgado, marcado,
trigueño oscuro, parece despertarse debajo de las sábanas. Tiene el torso y las
pantorrillas desnudas. Quizá esté en ropa interior, piensa Pedro.
“¿Campeón!”
Edú se levanta de
la cama; no tiene ropa interior: está calato. Abraza a Pedro, quien sigue
desconcertado.
“Te extrañé”,
susurra el visitante. “¿Tus viejos?”
“Al… mercado”,
alcanza a responder Pedro.
Edú se adelanta
un poco y cierra la puerta que estaba entreabierta. Regresa a abrazar a Pedro,
lo mira con cariño.
“Por fin, después
de seis años”, le dice con ternura y de inmediato lo besa en la boca, y un beso
profundo, con lengua. Pedro corresponde. “quítate la ropa”.
“Pero…”
“Aprovechemos que
tus viejos no están… estoy aguantadazo”.
Edú no espera que
Pedro se desnude,así que lo hace él. El chico ni se opone ni colabora.
Cuando edú logra
echar a Pedro sobre la cama ya tiene su pinga parada, y Pedro sigue en bóxer
viendo el pene de 19 o 20 centímetros, grueso, que late enfrente suyo.
“¿No lo has
olvidado, ¿o sí?”
Edú quita el
bóxer al chico y se acuesta sobre él. Pedro también tiene su pene erecto. Edú
vuelve a besar en la boca al chico.
“¿Ya te olvidaste
cómo cachábamos, campeón?”
Pedro sigue sin
responder. Aparentemente nunca responde. Edú sonríe y, sin perder el tiempo, se
incorpora, levanta las piernas y las medio eleva. En poco rato, edú hunde su
cara entre las dos nalgas de Pedro, le chupa el ano. Pedro vuelve a
experimentar las mismas sensaciones placenteras que aquella primera vez hace
seis años, y que la noche anterior, allá arriba en Artesanos.
“Chúpamela,
campeón, como te enseñé”, pide edú, quien se para sobre el tapete a los pies de
ambas camas. Pedro se sienta, abre de piernas, toma a edú por las nalgas y se
aproxima a su pene. Comienza a succionarlo suavemente. “Así, campeón,
saboréalo”.
El pene duro de
Edú se vuelve más duro aún dentro de la boca de Pedro.
“Ponte en
cuatro”.
Pedro obedece y
edú vuelve a humedecer el ano del muchacho. Coloca su glande en la entrada del
orto y empuja poco a poco.
“Así, campeón,
qué rico está tu culo”.
Pedro siente que
edú se mueve con firmeza y gentileza. Después de seis años, siente de nuevo esa
pingaza deslizándose en su interior. Ya no es asunto de creer sino de
disfrutar.
Edú hace chocar
su pelvis, acelera, jadea, gime.
“Ponte piernas al
hombro”.
Pedro obedece y
deja que Edú coloque su peso liviano sobre él. El bombeo de la penetración se
combina con los besos que ambos se dan en la boca. Casi involuntariamente,
Pedro contrae los músculos de su recto, agregando una sensación placentera al
miembro de su cachero.
“Voy a acabar”,
avisa edú.
Súbitamente, se
arrodilla sobre el colchón y hace que Pedro se ponga en cuatro patas pero
mirándolo.
“Saca la lengua,
campeón… como te enseñé”.
Edú se masturba y
cinco potentes ráfagas de semen se disparan dentro de la boca de Pedro.
“Trágatela,
campeón. Es proteína pura”.
Pedro prueba el
sabor neutro con un sutil toquecito ácido del semen, y se lo pasa. Edú vuelve a
besarle en la boca (llegando a probar los residuos de su propia leche) y se
acuesta en la cama; jala a Pedro para que se acueste en su pecho.
“¿Y de dónde me
sacaste ese físico, campeón? Cuando me fui a Chile, eras un palo de escoba”.
“Entreno pesas”,
por fin reacciona Pedro. “¡Cuándo regresaste?”
“Anoche. Vine
directo acá y tu viejo me dijo que saliste por un tema de parroquia. Entonces,
me instaló acá”.
Pedro se
incorpora un poco para ver a los ojos de Edú.
“Me dejaste por
Pierina”.
Edú se siente
cuestionado, pero no le incomoda.
“Era un huevón.
Tuve miedo. Algunos patas comenzaron a sospechar que tú y yo cachábamos, y…
recién terminabas la secundaria”.
“Fue el qué
dirán, entonces. ¿Por qué regresaste ahora a San Sebastián?”
Edú respira un
poco.
“Oye, ¿te
imaginas si tus viejos descubrían que cachábamos?”
“Pudiste
esperarme a que cumpliera 18, pero te fuiste con Pierina”.
Edú se toma su
tiempo. Sostiene el contacto visual con Pedro mientras le acaricia su cadera y
su nalga izquierda.
“Dos volcanes
estallaron en mi vida y se vino mi mundo a la mierda”.
“¿Dos volcanes?
No me digas que vivías en ese lugar…”
“Sí, la
Araucanía. Hubo un culo de temblores hasta que un buen día la tierra se abrió
y… todo lo que construí se lo tragó… ya ni quiero acordarme”.
“Pero ese fue un
volcán… ¿Dónde apareció el otro?”
Edú se toma su
tiempo, traga saliva.
“Pierina me… me
encontró con otro cabro en la cama”.
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