En la
caseta de vigilancia, cuatro varones entre maravillados, excitados (Tito le ha
estado sobando el trasero a Adán) y desconcertados miran atentos la pantalla de
la laptop.
“Ése es
mi plan”, sonríe el gladiador. “Y todos participaremos”.
“¿Te
refieres a…?”, trata de intuir Adán.
“Primero
conversaré con ella”, insiste Carlos.
“Si tus
conversaciones fallan, aplicamos mi plan”, ordena Tito.
“¿Y si
tu plan falla?”, le encara Adán.
“Trabajaremos
hasta el final”, responde el gladiador, muy autosuficiente.
Cuando
Christian reabre la puerta del despacho, ya está correctamente vestido.
“Entonces,
¿te tomarás dos días?”
“Sí”,
responde Elga. “Mientras reviso papeles, me familiarizo con cosas. Si vamos a
vender esto, al menos debo saber detalles”.
“¿Quieres
atrapar algún ingeniero, acaso?”
Elga
sonríe:
“No
hables estupideces”.
Christian
sonríe también:
“Entonces,
vengo a verte el miércoles”.
“No, el
jueves mejor; no me apresures. Una cosa es la casa de playa que tiene ciento
ochenta metros cuadrados; otra es esto que tiene diez hectáreas”.
Christian
entiende la diferencia.
“Entonces
el jueves”, cede el abogado, , “pero si estos hijos de su madre, si existe, te
comienzan a joder…”
“Presionaré
el botón rojo, pero no será necesario. Ya te dije que yo los conozco mejor que
tú”.
Christian
deja el despacho y camina hasta la caseta de vigilancia, donde Carlos ordena
unos papeles.
“¿Dónde
está Adán?”
El
capataz mira al abogado con mucha seriedad:
“Volteando
un terreno con el tractor. Si lo necesitas, tendrás que esperar”.
Al
abogado ese tono le da mala espina:
“Por
favor, Charlie, ¿ya comenzamos con el
ambiente hostil de trabajo?”
“¿Cuál
ambiente hostil, Christian? Espera a que acabe de trabajar en el tractor porque
si lo para, el volteado de la tierra se joderá”.
El joven
galán entiende que no es el mejor momento para desplegar poder. No por ahora.
“Ábreme
el portón mejor”.
“Con
mucho gusto se lo abro, doctor Esteves”, sonríe Carlos irónicamente.
El
abogado se molesta ante la respuesta pero se la traga. Tiene algo más
importante que hacer, o al menos eso piensa.
En
efecto, Christian no regresa a Collique sino sigue camino a Santa Cruz. Se
estaciona frente al AMW, cuya puerta encuentra aún abierta, y baja. Se topa con
un par de alumnos de buen cuerpo quienes salen tras completar su sesión de entrenamiento.
En el centro de la sala, Owen acomoda unas pesas antes de cerrar, y desde esa
distancia hace contacto visual con el recién llegado. El abogado no avanza más
y trata de darle una expresión seductora a su hermoso rostro trigueño.
“I knew
you were coming here,” se adelanta el instructor luciendo toda su escultural
figura que la ropa de deporte disimula mal.
“How do you know that?”
I brought you to the paradise.”
“And I want to know how. Even you made to
bleed my ass with that huge cock.”
“You’re a lawya’,” sonríe Owen. “You can file me alleging rape.”
“No, I won’t do it because I don’t have any
fucking proof, unless you show me again how you made it.”
“I’d love to, but Flor’s gonna come here to
audit me.”
Y justo
en ese momento, la chica abre la puerta que conecta el gimnasio con la casa de
Tito.
“Doctor
Christian, no sabía que estaba acá”, luce extrañada.
“He came to ask for schedules and promos,”
justifica Owen.
“yo ya
me iba”, reacciona el abogado, avergonzado, y sale del local. En menos de un minuto
arranca la camioneta y abandona Santa Cruz.
“Do you know who he is, Owen?”
“More than perfect, Flor, and I distrust
like you.”
“So?”
“So nothing. Take it easy.”
Owen,
siempre sonriente, se apresta a sellar el gimnasio; Flor se queda perpleja.
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