Falta
una hora para que amanezca oficialmente. Bajo la colcha en el dormitorio de la
caseta de vigilancia, Tito despierta desnudo abrazado a Carlos, con su pene erecto encajando en
medio de las dos nalgas, que esta mañana las siente más duras y redondas que de
costumbre. Se acurruca un poco más y Carlos se despierta.
“No has
podido conciliar el sueño, ¿cierto?”
“Dormí
algo”, admite el gladiador. “No mucho”.
Carlos extiende su mano, busca el pene de Tito y se
lo coloca justo en la entrada del hueco entre sus nalgas. Poco a poco, su
esfínter va engulléndolo ayudado por la lubricación del miembro. Tito empuja
despacio otro poco más hasta que su pubis se pega del todo a las posaderas de
su compañero, a la vez que comienza a acariciarle el pecho.
“¿Te has
depilado con crema, Carlos?”
“No”, se
extraña el capataz. “¿Por qué?”
“No
siento los vellos de tu pecho”.
Carlos
se pasa la mano y, efectivamente, parece
estar libre de pilosidad. Prefiere no tomarle importancia y mas bien se
concentra en hacer el amor, pero el pene de Tito comienza a perder rigidez.
“Te
preocupa el mensaje de Edú, ¿cierto?”
“Viste
las fotos, ¿no?”
“¿Cómo
llegó a sus manos ese documento?”
Tito se
destapa y levanta de la cama. Se tira al suelo y comienza a hacer unas
lagartijas. Carlos se sienta sobre el lecho y enciende una pequeña lámpara.
Mientras su compañero hace sus ejercicios, nota que sus vellos han desaparecido
o han disminuido su grosor a lo largo de su cuerpo.
“Tengo que
obtener esa carpeta, eso está más que claro”, dice Tito al terminar la serie.
“¿Y
luego qué?”
“Tenemos
aliados ahora, Carlos. Ésa es una gran ventaja que debemos usarla a favor”.
“¿Saúl?”
“No.
Alguien de mayor peso, incluso que Christian”.
Adán
también despierta aún estando oscuro. Nota que Owen ya no ocupa la otra mitad
de la cama. Se pone su bóxer y se asoma al pasillo: no hay nadie, así que puede
pasear su erección sin ofender. En el salón del gimnasio, Owen está barriendo.
“Buenos
días”, le dice.
“Buenos días”,
le sonríe el otro muchacho.
Adán
busca un trapo y un desinfectante en una de las gavetas en el escritorio de la
entrada y se pone a limpiar las máquinas.
“Siento
que hoy será un día tenso”.
“¿Debido
al asunto del asesinato?”
“Sí”.
“La
tensión ser necesario para la calma
aparecer”.
“¿A
dónde te fuiste ayer que los chicos estaban preocupados?”
Owen
sonríe y no responde. Adán prefiere no insistir.
“Cuando
las cosas poner difíciles, confiar en tu intuición”.
Adán
mira a Owen mediante el espejo: sigue barriendo. El cuerpo de luchador trata de
entender el consejo. Es cierto: debería confiar más en su intuición.
Esa
media mañana, por la carretera junto al canal, la camioneta que alguna vez
perteneció a Manolo salva la decena de kilómetros entre Collique y Santa Cruz,
aunque su destino, en principio, no será el pueblo. Como hace casi una semana,
Christian la conduce con la vista atenta al camino, aunque de vez en cuando
dirige la mirada a la bella mujer que lo acompaña, abundante cabello negro
resguardado bajo un artístico sombrero de paja, algo de maquillaje que en
realidad no hace falta para destacar su belleza natural, una fina chaqueta de
cuero, blusa, jeans celestes pegados a sus piernas muy bien ejercitadas, botas
Marrones de taco ancho y bajo. Una canción romántica con aires de bolero suena
en el equipo estereofónico, y nada más.
Christian
intenta cambiar de canción.
“Déjala
ahí”, reclama ella. “Hace años que no la escucho”.
El
abogado la reinicia.
“¿estamos
claros en lo que tienes que hacer, elga, o lo repasamos todo desde el comienzo?”
“Sí lo
tengo claro, Chris. No hace falta”.
“¿Estás
molesta?”
“No.
Solo miro el camino”.
“Ésta no
es la época”
Elga
voltea a mirar a Christian:
“¿Época
de qué?”
El chico
sonríe pendencieramente.
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