La ducha que toman al mismo tiempo el Padre Alberto, Pedro y Juan se convierte en otro trío.
La puerta del baño se abre y se prende la luz.
Juan,el Padre Alberto y pedro entran.
“No es muy
grande, pero podemos bañarnos los tres”.
El sacerdote se quita
la toalla que lo cubre y queda totalmente calato. Juan y Pedro por fin pueden
contemplar su espalda ancha, su cintura estrecha, su culo bien pronunciado y
sus poderosas piernas. Los dos también se desnudan e ingresan mientras el Padre
saca un poco de agua con un baldecito y se lo echa al cuerpo.
“espero que no
esté tan fría”, indica Juan.
“Para quitarme
bien el trago está bien”, sonríe Alberto quien toma un jaboncillo y comienza a
untárselo. Pedro es el siguiente en echarse el agua.
El Padre Alberto
se percata mejor del físico desnudo de Juan: parece más un futbolista, es
decir, marcado y delgado de la cintura para arriba, pero algo masivo de la
cintura para abajo. Detiene su mirada en la pinga del chico debajo de un vello
púbico algo crecido.
“Así que ésa te
has aguantado, Pedrito”, comenta.
El aludido
también toma el jaboncillo y se lo pasa por la raja del culo donde unos 15
minutos antes, dos penes erectos habían penetrado y dejado una gran cantidad de
semen.
”Y eso que está
dormidita”, bromea Juan.
“¿Se la podrá
despertar otra vez?”, sonríe el Padre.
“Si me la chupan
bien, ¿por qué no?”
El Padre sonríe de
nuevo y, sin pedir permiso, se agacha hasta aferrarse de las caderas de Juan y
usar sus labios como aspiradora para succionar la picha del muchacho. La suelta
un ratito.
“Chúpame el culo,
Pedrito”, pide.
El acólito
obedece y, separando las nalgas del sacerdote, descubre el ano rodeado de
vellitos. Comienza a lamerlo y succionarlo. El aroma del jabón también está
presente ahí.
“Clávame,
Pedrito”
El monaguillo,
quien ya tiene sus 15 centímetros gruesos al palo, pone la cabecita de su pene
en todo el ano del cura y comienza la penetración. Su miembro es rápidamente
engullido. De inmediato, Pedro se mueve y hace chocar su cuerpo sobre las
nalgas de Alberto, quien no deja de mamar la verga a Juan.
Pedro acelera un
poco más su baile pélvico hasta que no puede contener su eyaculación.
“Las voy a dar,
las voy a dar”, anuncia. Y sucede. Su esperma se dispara más adentro del ano de
Alberto. Ya tenía tanta arrechura contenida que se aceleró tras el trío en el
cuarto donde va a pasar la noche con Juan.
“Clávame tú”,
dice el Padre separando sus labios del pene del anfitrión.
Juan gira y mete
su pinga casi de golpe; total, ese agujero está ya abierto. Comienza a moverse.
“Qué rico”, se
excita el cura mientras comienza a pajearse ahí, agachado, casi sosteniéndose
con las uñas de sus manos del tanque de metal en el que se acumula el agua que
viene poca y a ratos cuando la sueltan por el canal.
Pedro se queda
ahí viendo todo como si asistiera a una película porno en 3D. Juan le sonríe.
“¿Qué tal
cacho?”, le pregunta.
“Cachas rico”,
atina a responder Pedro sin quitar su mirada del pene entrando y saliendo del
ano del cura.
Pedro tampoco
luce mal así, calato: cuerpo atlético y lampiño, buenos pectorales, buenos
brazos, vientre plano y cintura estrecha, culo redondito, piernas formadas,
grandes huevos.
Juan acelera y
hace sonar sin roche su pelvis sobre las nalgas de Alberto.
“Así, rico. Dame
verga, cabrón. Dame tu rrica verga”. El Padre Alberto sí que es goloso cuando
se trata de ser pasivo.
Juan demora un
poco más el segundo orgasmo de esa noche, lo que Alberto agradece, sin duda;
pero todo tiene su final:
“Las doy de
nuevo”, avisa.
Pero esta vez,
hace algo diferente al primer trío: saca su pene aún erecto (el glande colorado
de tanta fricción), y comienza a pajearse. Su leche espesa termina disparándose
entre las nalgas del cura, quien aprovecha y dispara el suyo sobre el falso
piso de la ducha. Pedro queda allí viendo todo, casi desconcertado y con uno de
sus pies llenos de un semen que no es el suyo.
A la mañana
siguiente, de regreso a San Sebastián en la camioneta de la parroquia, solo van
el sacerdote y su acólito.
“¿Cómo sabías lo
de Juan?”
“No lo sabía; fue
casualidad… aunque ya lo sospechaba”, sonríe Alberto.
“¿Cómo lo
sospechabas?”
“Es promoción de
Alejo: ¿no te ha contado las orgías que había en ese cuartel?”
“Nunca”.
“¿Cuál será el
próximo cumpleaños? Podríamos pedirle que nos cuente alguna de sus historias
del ejército… Por cierto que Juan tiene rica pinga”.
“¿Lo convertirás
en otro ángel?”
El Padre Alberto
vuelve a sonreír mientras llegan a las primeras calles de San Sebastián, la pequeña
ciudad rodeada de campos de cultivo y algarrobales.
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