En La
Luna ya se inició el trabajo. Carlos ayuda a Tito a extender las mantas de tela
sobre el suelo y a asegurarlas con piedras.
“¿Te has
dado cuenta que al tamarindo le están saliendo nuevas flores?”, observa el
gladiador.
“Parece
que sí”, responde Carlos tras hacer una inspección a perspectiva de zorro,
aunque jamás le dirá que podría estar ligado a la ceremonia de fertilidad que
había realizado con Adán unos días antes. “Y eso que el frío ha sido fuerte”.
Unos
cincuenta metros finca adentro, el propio Adán junto a Frank abren compuertas
para humedecer el terreno que estaban arando la semana pasada.
“¿Y te dijo
Owen a dónde había salido?”
“No; me
parece que se tomó una señora siesta toda la tarde”.
“Mierda”,
reacciona Frank.
“¿Por
qué? ¿Has estado aprovechándote de mi sobrina?”, ríe el cuerpo de luchador.
“No,
pues, no seas así”.
Adán
sigue riendo.
“Normal,
Frank. Solo recuerda lo que tu suegro te recomendó: usa forro o Owen te la mete
en pose de perrito y sin vaselina”.
“Ni en
sueños”, sonríe el muchacho, recordando cómo sentía el paquete del instructor
entre sus nalgas mientras lo transportaba hacia la finca, la víspera.
El
timbre suena, Carlos verifica en el circuito cerrado y acude a abrir. La
camioneta entra, se estaciona y sus dos pasajeros descienden. Tito se acerca a
saludar.
“Después
de meses”, le sonríe Elga.
“el diésel para el tractor está en la parte
de atrás; descárguenlo”, interrumpe Christian “Ah, y bajen la maleta del
asiento trasero”.
Carlos y
Tito se miran.
“¿Maleta?”,
murmura el primero.
“Súbela
al cuarto principal”, ordena el abogado.
Se
convoca a una reunión urgente en el despacho. Elga ocupa el escritorio que
alguna vez perteneció a Manolo. Christian apoya sus redondas nalgas en uno de
los filos laterales del mueble. Luce camisa blanca ancha, que magnifica su
torso, jean desteñido y ceñido, que magnifica sus musculosas piernas, y
mocasines negros deportivos que magnifican el polvo de la finca.
“Como
saben, luego de lo ocurrido la semana pasada, la señora Elga Chávez viuda de
Rodríguez ha asumido la propiedad de La Luna, así que también es su patrona…”
“Jefa mas
bien”, interrumpe Elga.
“Bueno,
jefa; y espero que le brinden la misma lealtad y esfuerzo que al señor Manuel
cuando estuvo vivo”.
Carlos
da un paso adelante y carraspea:
“A
nombre de los trabajadores de La Luna, te damos la bienvenid…”
“Le damos, Carlos”.
“Por
favor, Christian”, interrumpe Elga otra vez. “Carlos, Tito, Adán y yo somos
como familia. Bueno, espero que también… ehh…”
“Frank”,
recuerda el más joven.
“Que
también tú te consideres parte de nuestra familia. Todos, y recalco: todos, sabemos que si estamos aquí es
gracias a que Manolo nos dio su mano en algún momento de nuestras vidas. Así
que gracias, Carlos, por la bienvenida. Aunque… la razón por la que los
reunimos aquí no es para un acto protocolar solamente, sino para informarles
ciertos cambios que tendremos en la finca y que van a afectarnos a todos”.
Adán,
Tito y Carlos se miran de reojo.
“Como
saben”, prosigue Elga, “la muerte de Manolo nos tomó a todos por sorpresa y eso
nos ha llevado a pensar el destino de sus propiedades. Ésta es la única que
conservamos él y yo luego de casarnos. Y, por cierto, creo que Manolo siempre
te va a estar agradecido, Tito, porque confiaste en su palabra, y él confió en
la tuya”.
“Y donde
quiera que esté, Manolo sigue confiando en mí”, agrega el gladiador.
“Y de
eso se trata lo que vengo a decirles hoy: de confianza. Todos y yo sabemos que
La Luna es uno de esos ejemplos extraordinarios de emprendimiento porque con
sus diez hectáreas hace negocios que ni siquiera los agricultores asociados han
conseguido. Las alianzas que hizo Manolo logran que llenemos contenedores, nos
aprecien la calidad, nos paguen buen precio; en fin, somos una de las fincas
más rentables de todo el valle de Collique. Y ustedes son los artífices de ese
logro, chicos. Todos, sin excepción”.
Y los
peones, como era de suponerse, comienzan a inflarse cual pavos reales.
“El
asunto, chicos, es que yo tengo que reconocer algo: ésa ha sido la era de
Manolo Rodríguez, un hombre que, como sabemos, lo mejor que pudo hacer fue
dejar el ejército y lanzarse como empresario. No voy a repasar los negocios
porque ustedes los conocen mejor que nadie”, elga les guiña un ojo y les sonríe
coquetamente. “Pero si me preguntan a mí cómo continuar, mi respuesta es no
sé”.
Ahora
todos vuelven a verse preocupados, ya sin disimulo. Todos, menos Christian.
“Entonces,
por más buena voluntad que yo tenga en sacar adelante este negocio, y por más
capacidad que ustedes han demostrado todos estos años, yo siento que no llegaremos
siquiera a tocar la valla que nos dejó Manolo”.
“Podríamos
si trabajamos en equipo, Elga”, añade Carlos.
“Un podríamos no basta; un vamos dicho con mucha seguridad sí lo
sería todo”.
“Vamos a
hacerlo, entonces”, participa Tito.
“Hasta
donde podamos, chicos”.
“¿Qué…
quieres decir?”, Carlos ssuda frío.
“Que La
Luna se pondrá en venta”, suelta Christian.
Como si
una cascada de agua congelada se hubiese precipitado, así se quedan los peones.
Elga mira al abogado como llamándole la atención.
“No era
la voluntad de Manolo”, sentencia Carlos.
“Manolo
ya murió; las cosas han cambiado”, acota el abogado.
“Tenemos
contratos hasta fin de año”, recuerda Tito.
Elga y
Christian se miran.
“Mira”,
intenta hilvanar la nueva patrona. “Intentaremos negociar rreenganche laboral”.
“¿Y si
no aceptan?”, dispara Tito.
“Les
pagaremos beneficios como manda la ley”, indica Christian.
Hay un
silencio en el despacho por varios segundos.
“Trabajaremos
hasta el final, como a Manolo le hubiese gustado que lo hagamos”, participa
Carlos y se va. Los otros tres caminan tras él y dejan el despacho.
Elga y
Christian se quedan mirando.
“´Presentarán
su renuncia”, carraspea el abogado. “Ya verás”.
“Cómo se
nota que no los conoces, doctor Esteves”.
Christian
camina y cierra la puerta del despacho con seguro, regresa donde elga, la toma
en sus brazos y la besa en la boca.
“Ellos
renunciarán. ¿Apostamos?”
Vuelve a
besarla en la boca.
“Christian,
la cámara”.
“Esa
cámara solo se ve en tu laptop y en el celular de Manolo. Tú manejas la laptop,
y el celular de Manolo… ahora es plástico quemado”.
Ambos continúan besándose. Christian comienza a pasear sus labios en el cuello de Elga y ésta lo abraza más y más fuerte. El ambiente comienza a hacerse más cálido. Elga regresa sus manos hacia el pecho de Christian y le desabotona la camisa hasta sacársela. Ella también le besa el cuello y poco a poco acaricia las tetillas del chico con la lengua. Él, por su parte, le saca la chaqueta de cuero e intenta hacer lo mismo con la blusa.
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