En el baño, César resiste un poco más la sensación de usar el retrete para orinar. Delante suyo hay un trípode pequeño sobre la que está engarzada una cámara pequeña de televisión.
“Ya estoy
listo”, dice por el intercomunicador sujeto a su cabeza.
“Dame un
segundo”, le responde Escalante en su oreja. “Estoy tomando datos”.
César sabe
que llenar la ficha tomará unos minutos más, así que aprovecha, avanza con
cuidado de no tumbar el trípode, se baja la cremallera, saca su trigueña picha,
apunta y dispara. ¡Qué alivio! Entonces, la puerta se abre y César se asusta.
Un joven
alto, atlético sin ser tan musculado, guapo, cabello negro lacio con un raro
ensortijado como copete, ojos marrón claro, pectorales, axilas y abdomen sin un
solo pelo, todo en un tono blanco pálido lo mira a los ojos primero y luego
mira su miembro en plena micción.
“Disculpa,
pensé…”, le dice con un acento caribeño.
César no
puede articular palabra.
“el modelo ya
está contigo”, le avisan por el auricular.
César termina
de orinar, carraspea.
El chico se
saca la toalla, la cuelga y se mete a la ducha que en lugar de cortina tiene
una mampara transparente.
A su vista
queda un culo redondo, como si debajo de la piel se hubieran inflado un par de
globos que están a punto de reventar, unas piernas mejor formadas que las de
futbolista, lampiñas, y al girar un poco, el pene dormido sobre un par de
grandes testículos.
César,
avergonzado, sacude su picha y la mete de inmediato, casi choca con el lavabo.
“¿Ya estás
listo?”, le insisten por el intercomunicador.
“Sí, dame un
toque”, responde el camarógrafo mientras se lava y seca las manos y las lleva a
la cámara. “¿Cuál es tu nombre?”, le pregunta al fin al chico desnudo bajo la
ducha aún sin abrir.
“Osmar… Osmar
Rivero”.
“Soy… César…
¿ya te dijo Escalante en qué consiste la escena?”
“Sí”, sonríe
Osmar.
“Espera mi
señal”.
César enfoca
la cámara, hace un acercamiento a los abdominales de tabla de lavar en medio de
una delgadísima cintura y luego mueve el anillo de zoom hasta tener un plano
general del modelo.
“Listo”, dice
por el intercomunicador.
“Dale
acción”, le confirma Escalante.
César levanta
la mano y hace cuenta regresiva con sus dedos. Al formar puño la baja y pone el
ojo al visor de la cámara.
Osmar abre la
ducha y deja que el agua moje todo su cuerpo, menos la cara y el cabello; toma
la pastilla de jabón que ya estaba allí, recién abierta, y comienza a pasárselo
suavemente, mirando sensualmente a la cámara, por sus pectorales, sus
abdominales, sus axilas levantando los brazos y a lo largo de éstos, una de sus
nalgas y a lo largo de su enorme muslo. Y su rostro con esa expresión de quien
disfruta como ningún otro momento del día ese tiempo que uno le dedica a la
higiene personal.
Luego, Osmar
se pone de espaldas a César y se unta los dos grandes glúteos, en medio de
ellos, voltea al otro costado y repite la operación del inicio. A continuación,
se pone en frontal y asea sus genitales brevemente, siempre sonriendo a la
cámara. Abre la llave de la ducha de nuevo, se enjuaga por completo con la
misma sensualidad como se enjabonó todo el cuerpo, se seca y sale.
“¿qué tal lo
hice?”, pregunta.
“ehhh… bien…
creo”.
El
camarógrafo sonríe mientras dentro de su cremallera, su picha está como roca y
su calzoncillo mojadito de líquido preseminal.
Cuando Osmar
regresa a la habitación contigua, que en realidad es un dormitorio matrimonial
y busca su ropa para vestirse, Escalante está revisando unos apuntes en su
tableta. Voltea a ver al modelo.
“¿Cómo te
sentiste?”
“Bien. Ya te
dije que el desnudo es natural para mí”.
Escalante
sonríe.
“De todos
modos, espera mi llamada, solo mi llamada, y si eres seleccionado, negociamos…
¿me dijiste que tienes tu permiso temporal en regla, no?”
“expira en
dos meses, pero sí”.
“Listo”,
vuelve a sonreír Escalante, un hombre de rostro agradable ya en sus cuarenta.
Osmar se
termina de poner la ropa, se arregla la bufanda, agradece y se despide.
Escalante lo acompaña hasta la puerta y la cierra, luego camina al baño.
En la ducha,
ahora es César quien se refresca: cuerpo más o menos trabajado, lampiño, rico
culo, verga semierecta bajo un vello púbico algo crecido.
“A ti no te
haré casting”, sonríe Escalante.
“Ese
venezolano que entró último me puso a mil, huevón”, confiesa el camarógrafo.
“¿Y a mí qué
crees?”
Escalante se
desnuda por completo, tira su ropa a la alfombra del dormitorio y se mete a la
ducha con su compañero.
“Yo me
inclino por el venezolano”, dice César cogiendo la cintura del otro hombre,
delgado formado, blanco, lampiño, vello púbico recortado, a quien se aproxima y
da un beso en la boca.
“Yo también”,
dice Escalante. “Pero veamos qué dice el cliente”.
“Tengo ganas
de ccacharte”.
“Vamos a la
cama”.
Escalante se
arrodilla, toma la picha de César y la mama con fruición hasta ponerla completamente
dura mientras sus manos se afirman en las dos redondas nalgas de su compañero,
luego se unta jabón en todo el ojo del culo, coge el cipote del camarógrafo y
se lo mete como si nada. César jadea.
“qué rico tu
ano calentito”.
“Dame pinga”,
ruega el director de talento.
César logra meter
sus diecisiete centímetros y bombea como condenado. Al mismo tiempo, Escalante
masajea sus dieciocho centímetros que ya se pusieron duros. César no resiste
más y dispara toda su leche dentro del recto de su jefe mientras éste dispara
la suya en la blanca mayólica de la
ducha. César siente cómo el esfínter anal estrangula su aún dura picha.
“Rico”,
suspira. “Mejor que mi mujer”.
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