La verga de Alejo trabaja doble el lunes.
Esa noche, el
‘paciente’ de Alejo es un hombre de unos 35 años, contextura normal, sobre el
que se acuesta ya desnudo en una cama de plaza y media con una manta de mala
muerte bajo unos cursis tubos plásticos emitiendo una luz roja. Espejos en el
techo, en la cabecera y a los costados. Alejo besa en la boca al otro hombre
con mucha pasión. Mientras lo hace, gira hasta ponerlo encima suyo: “Chúpame la
verga”, le pide.
El otro hombre
recorre a besos el musculoso torso de Alejo, sus definidos abdominales y llega
al pubis donde la pinga de 18 centímetros ya está parada y babeando. Sin
esperar más –el tiempo es, literalmente, oro—comienza a mamarla.
“Así, mi amor;
trágatela toda”.
Aunque, claro,
para el mamón es complicado metérsela en su boca de labios carnosos. Tras unos
diez minutos en ese plan,alejo consulta:
“¿Te la clavo?”
“¿No puedo
mamarla otro ratito más?”
“Claro; es toda
tuya”.
El otro hombre
ahora saborea el lampiño escroto y usa su boca para adivinar el tamaño de los
dos testículos allí dentro. Su lengua traviesa baja al perineo y busca llegar
al ano.
“Solo mamada”, le
aclara Alejo.
“¿No puedo
hacerte beso negro?”
El joven lo
piensa; recuerda los encuentros de las últimas 36 horas. Bah, es solo un beso
negro. Levanta las piernas y ofrece su orificio al otro hombre: “Solo beso
negro”, le aclara de nuevo.
Comparando con la
lengua de Miguel, a este tipo le falta algo de destreza pero tampoco lo hace
mal. Alejo se da licencia para disfrutarlo aunque eso implique que su gran pene
pierda rigidez. Por si acaso, lo pajea.
“¿Aún tengo
tiempo?”, consulta sonriendo el otro hombre.
Alejo baja sus
piernas, dobla la cintura estrecha sobre la cama y se asoma al suelo del cuarto
donde están las ropas de ambos. Mira su celular y aprovecha para sacar el
paquete de condones y el sachet de lubricante: “Tenemos una hora todavía”.
El otro hombre
sonríe, vuelve a chupar la pinga del atleta y la pone bien dura otra vez. Alejo
se coloca uno de los tres condones, embadurna todo con lubricante: “Siéntate…
para que no te duela”, le indica.
El otro hombre se
deja ensartar el pene en su ano poco a poco y cuando ya no siente tanto dolor,
cabalga. Alejo le acaricia las nalgas; se siente tentado a pajearle su pene más
pequeño que el suyo pero no es parte del trato. Más bien, tras cierto tiempo
cambia a un piernas al hombro (y entiende la lógica de los espejos), y luego en
perrito. Su narcisismo lo lleva a contemplarse cachando con esa luz débil de
mierda. Y verse reflejado lo excita sobremanera acelerando su orgasmo.
“Voy a darlas:
¿dónde te la vacío?”
“En mi pecho”.
Alejo hace que el
hombre gire, casi se arrodilla sobre su abdomen, se masajea duro el pene y bota
su semen sobre los aplastados pectorales.
Tras bañarse
juntos tiernamente, ambos amantes salen de la habitación, bajan las escaleras y
abordan un SUV que hay en un estacionamiento.
“Quería cachar
contigo en la casa, Santiago, pero la huevada es que siempre hay gente”.
“Tranquilo. Ya
habrá oportunidad”, calma el joven, sonriendo.
Casi a
medianoche, el trayecto desde el hospedaje en Catacaos al centro de Piura se
hace relativamente rápido. La SUV para a una cuadra de la plaza de armas.
“Te paso la voz
la otra semana… ¿podrás?”
“Claro. Ya sabes
cómo es”.
Cliente y escort
se despiden. Alejo camina hasta una cochera a media cuadra y retira una
motocicleta. En cuarenta minutos llega a San Sebastián y en cinco minutos se estaciona en la casa
parroquial. Mira a ambos lados, abre discretamente una de las hojas del portón y mete el
vehículo. En su celular ya se marca casi la una de la madrugada. Empuja la
puerta de uno de los dormitorios y la cierra tras sí, se desnuda por completo y
se mete en una cama ya ocupada. Y el ocupante se despierta asustado. También
duerme desnudo.
“Pensé que
pasarías la noche en Piura”.
“No. Hoy es
lunes…”
El Padre Alberto
mira los números en su despertador electrónico de la mesa de noche:
“Ya es martes”.
Alejo se encarama
encima del cura y comienza a besarlo en la boca y el cuello.
“Antes que nada, Alejo,
explícame cómo es eso que de AS ahora serás ASS”.
“No quiero dejar
de ser un AS. Todavía no le he firmado papeles”.
“¿Acaso no
confías en ese chico?”
“No es eso. Solo
sigo tu consejo: que no me note urgido”.
Alberto sonríe y
se besa en la boca con alejo. Ambos se besan las tetillas. Camino hacia su
culo, alejo no desaprovecha la ocasión para besar el pene y las bolas del
sacerdote. Le levanta las piernas y le aplica el beso negro que su cliente de
aquella noche, o la noche previa, no supo hacer, y el cura goza con las
cosquillas que le produce la lengua del joven en su culo rodeado de vellos.
“Déjame
chupártela”, le pide.
“es toda tuya”.
El Padre mama la
pinga de su protegido y es imposible ignorar el aroma a barrita de jabón de
hospedaje. Con la verga ya dura, Alejo comienza a penetrar ese ano que sigue
dilatado y a moverse rítmicamente en una pose que mezcla el piernas al hombro y
una acrobática variante de un misionero. Eso es conveniente pues ambos adoran
besarse en la boca.
Luego, Alejo gira
para que el Padre le cabalgue la verga, y a él sí le acaricia el pene erecto y
las bolas que le azotan el abdomen de tabla de lavar.
“Las boy a dar”,
avisa el cachero.
“Aguanta para
acabar juntos”.
Alejo masturba el
pene de Alberto más rápido hasta que siente que las ráfagas cálidas de semen se
disparan encima de su vientre.
“Ricco, Alejito.
¿Acabaste?”.
“Claro”, miente
el activo.
Tras ducharse,
ambos regresan a la cama y se arropan desnudoss y abrazados.
“¿Cuándo le firmarás
el contrato, Alejo?”
“¿Cuándo me
recomiendas?”
El cura suspira:
Que no pase del
fin de semana”.
Alejo besa en la
boca a Alberto:
“Y no te paltees:
jamás dejaré de ser un AS… no después de lo bien que te has portado conmigo”.
El Padre Alberto sonríe.
Le devuelve el beso:
“Durmamos… es muy
tarde”.
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