Tras
levantarse a correr por la finca, Tito toma un baño y regresa a la caseta de
vigilancia. Apenas han pasado cinco minutos después de la seis de la mañana.
Carlos está mirando su celular y su expresión no denota tranquilidad.
“¿Quién
falleció?”, bromea el gladiador.
“Owen”,
murmura el capataz casi sin advertir la pregunta.
Tito se
alarma y sale disparado a buscar su bicicleta. Carlos se da cuenta de su
torpeza y va corriendo tras él.
“¡No es
eso!”, le alarga el celular.
El
gladiador mira el contenido:
“¡Por la
reconcha de su madre, carajo!”, se enfurece.
Tito
llega como un rayo al gimnasio. Ya está abierto. Los alumnos del primer turno entrenan
con cara de circunstancia mientras Owen revisa el celular de uno de ellos. El
gladiador y el instructor se miran muy serios: las noticias son malísimas. Tito
encarga el AMW a Adán, quien tampoco luce cómodo, y hace ingresar a Owen a la
sala de su casa.
“Albergan
a terrorista en Santa Cruz”, lee Flor. “Uno de los miembros más recientes de
nuestra comunidad, el entrenador personal Owen Mgombo, estaría implicado en una
acusación por terrorismo planteada por la justicia de la República Sudafricana.
Según documentos a los que Santa Cruz
Directo tuvo acceso, Mgombo habría participado en actos de sabotaje contra
empleados de la empresa GC Ventures en la Provincia del Cabo, Sudáfrica, junto
a otros veinte subversivos, los que fueron condenados a treinta y cinco años de
prisión hace diez años. Hasta donde pudimos tener conocimiento, el mencionado
sujeto no habría recibido beneficios para salir libre, por lo que su presencia
en nuestro país y nuestra comunidad serían irregulares. Mgombo, como dijimos,
es el instructor de un gimnasio en nuestra localidad, y se ha ganado el aprecio
de sus alumnos por su carisma y aparente experiencia en el deporte de las pesas.
Se desconoce cuál será la respuesta de las autoridades”.
“¿Y esas
cosas en inglés?”, pregunta Tito, muy serio.
“Son
auténticas, papi. Dicen que Owen es un activista anticorp, que protagonizó varias protestas y actos de sabotaje, y
que en ese atentado en particular fallecieron veintiséis personas entre
gerentes y empleados. Dice que usó una bomba subterránea activada a distancia
cuando el ómnibus pasaba sobre ella. La foto es suya, el diario existe, la
noticia existe”.
Adán voltea
la cara hacia Owen:
“Te
pregunté quién eras y me dijiste que no tengo nada de qué preocuparme.
Entonces, ¿esto?”
Yo no
negarte yo fui y soy activista anticorp,
pero ese caso no terminó así: la justicia sudafricana lo revisó y una decisión
es esperada”.
“¿qué
quieres decir?”, trata de entender Tito.
“Do you mean that a veredict is waited,
that there’s no veredict yet?”, pregunta Flor.
“Yes, I do,” responde Owen.
“So you should be still jailed, don’t you?”
Tito
mira a su hija y al instructor algo fastidiado. Flor toma aire:
“Técnicamente,
papá, Owen debería estar en la cárcel aún”.
“¿qué
haces aquí, entonces?”, le cuestiona el gladiador.
“Los
activistas anticorp protestar a nivel
mundial contra abusos de corporaciones, y Golden Cross, Cruz Dorada, ser una de
ellas. Es cierto que nosotros bloqueado
entradas, conducido manifestaciones, dar declaraciones de prensa; pero nosotros
nunca atentar contra vida de trabajadores porque ellos tener vidas y familias”.
“Entonces,
si ustedes no activaron esa bomba, ¿quién lo hizo, Owen?”
“Ellos
mismos, Tito”.
“En las
impresiones que aparecen aquí no dice nada de eso”, interviene Flor.
“Porque Cape Town Torch es un medio comprado por
Golden Cross. Si tu conseguir The Light
Seeker, tú poder conocer la otra mitad de historia”.
“Lo
busco y ya”, resuelve Flor.
“el website no existir ya porque Golden
Cross acusarlo por noticias falsas”.
“¿Y
ganaron el caso?”, pregunta Tito.
“Nosotros
sospechar Golden Cross compró fiscal y juez”.
“¿Y es
fácil escapar de una cárcel en Sudáfrica?”
“No
saberlo”.
“¿Cómo
te escapaste tú, Owen?”, Tito comienza a perder la paciencia.
“Yo
nunca escapar de ninguna cárcel en Sudáfrica, Tito. Yo nunca fui en Sudáfrica.
Yo venir de Inglaterra, pero yo haber nacido en otra parte”.
“Jamaica”,
interviene Flor poniendo pausa a una búsqueda infructuosa en su celular.
“El
pasaporte”, recuerda Tito.
“¿Haber
ustedes visto mi pasaporte?”
Al ser
descubiertos, Flor y Tito se miran avergonzados.
Elga
también termina de trotar alrededor de la finca, y al regresar a la casa grande
encuentra a Frank barriendo el porche.
“Buenos
días”, lo saluda con una sonrisa seductora.
“Buenos
días”, le responde el muchacho con una amplia sonrisa también.
“¿Habrá
agua arriba en mi baño?”
“Ahorita
subo a ver”.
Elga entra
a la casa y Frank pide permiso a Carlos, quien contempla todo desde la caseta
de vigilancia y suspira. En realidad, reza. La mujer llega al dormitorio y
comienza a desvestirse. En veinte segundos, Frank toca la puerta. Ella lo
recibe en ropa interior.
“Vengo a
ver lo del agua”.
“Claro,
pasa”.
Elga se
quita el brassiere y la braga; sin que se lo pidan, Frank se saca la chaqueta y
la camiseta y pide permiso. La mujer hace un gesto de victoria al ver el torso
musculoso y velludo del muchacho. Busca una toalla y escucha que adentro abre
la ducha. A los pocos segundos, Frank sale con el jean mojado.
“Parece
que no hay problema”, informa.
“¿Me lo
juras?”
“Claro;
si quiere, la probamos”.
“Sí,
buena idea”, se emociona elga.
Frank
sonríe, se descalza por completo y se quita ahí mismo el pantalón y el bóxer
evidentemente húmedos. Dentro de la ducha, la escena de la víspera se repite.
Él la baña a ella, ella a él. Se enjuagan el jabón, se abrazan y besan con
pasión. Ya secos, él se acuesta sobre la cama mientras ella le recorre el
cuerpo a besos hasta tomar su pene cabezón con los labios y chupárselo
diligentemente, las bolas también. La lengua traviesa de elga quiere ir más
abajo y Frank cree que es hora de experimentar cómo se siente el estímulo allí
donde su hombría entre comillas le
dijo por diecinueve años que un hombre no puede sentir placer. ¡Y vaya que se
siente rico! ¿Cuándo Frank iba a pensar que terminaría en una cama con las
piernas levantadas al aire y dejando que alguien, quien sea, use su lengua para
generarle placer en el ano? En retribución, él deja que Elga se siente en su
cara y dar rienda suelta al sexo oral en su vulva mientras ella no sabe qué
hacer con sus senos, más aún cuando él le aferra cariñosamente la cadera y la
cintura o pasea sus gruesas manos por sus suaves y firmes piernas. Lo siguiente
que hará esa mujer será cabalgarlo extasiada mientras él no cesa de recorrerla
con las palmas y las yemas de sus dedos. De vez en cuando hace el intento de
incorporarse (gracias a sus buenos abdominales) y le mama los senos.
Finalmente, la propia Elga se mete el pene de Frank a su ano y termina de
cabalgarlo hasta que la cara del muchacho le revela que el orgasmo se ha
producido. Ella se inclina a besarlo.
“¿Crees
que puedas revisarme la ducha más tarde?”
“Siempre
que lo necesites”, le responde Frank seductoramente.
Ella
sonríe.
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