Aparentemente,
la noticia sobre Owen no ha afectado la concurrencia en el AMW. Si bien durante
el invierno, peor aún durante la mañana de un día de semana no van más que
cuatro o cinco alumnos, todavía no se ve un resentimiento que pueda afectar al
negocio. Flor lo verifica y aprovecha para enseñarle un video en su celular a
Owen.
“This
was yesterday,” le dice en voz baja.
“D’ya suspect he’s behind that post?”
“Isn’t it too much coincidence, Owen?”
“So ya trust in me, Flor, don’t ya?”
“I’m not sure yet. What I say is this is too
much coincidence.”
Entonces
el celular de la chica suena.
“There’s somebody else who thinks like ya”.,
sonríe Owen.
Flor
contesta.
“Dime,
Chechi”.
“¿Viste
lo que sacó Santa Cruz Directo?”
“Sí,
justo aquí estoy con Owen”. (El aludido hace hola con la mano.) “Te manda
saludos por cierto”.
“Tú qué
piensas, Flor”.
“No sé
qué pensar, Chechi. Más temprano lo hablamos y Owen dice que hay algo en la
historia que no está completo”.
“¿Sigue
contigo? ¿Puedes pasármelo, porfa?”
La chica
entrega el celular al instructor.
“Es
César”, le avisa.
Owen
agradece y contesta.
“Hey,
César, bro”.
“Hello Owen. ¿Cómo es eso que la historia
no está completa?”
“Haber
otro wwebsite pero no estar activo
ya”.
“Mmmm. A
ver, dame el nombre. Veré qué puedo hacer”.
Juan
llega a su oficina en el Ministerio Público disculpándose con medio mundo por
el retraso. Llega a su escritorio y se pone a organizar papeles cuando entra su
secretaria.
“Por
favor, dile a la gente que haré mi hora completa de atención al público y
retrasa mis diligencias treint… ¡No! Mejor cuarenta y cinco minutos. ¿Recados?”
“Hace
veinte minutos lo llamó un señor… Edú; como no estaba, solo dejó un mensaje,
que usted lo entendería”.
“¿Cuál?”
“La
Santita”.
El fiscal
García entrecierra sus ojos. Se levanta.
“Por
favor, contáctame con la doctora Dolores Salvavera y… pide a Sistemas que nos
envíe un escáner, y que me lo instalen aquí mismo”.
“De
inmediato, doctor García”.
Juan
toma su celular otra vez y busca en su directorio.
“Hola,
doctor. ¿Ya lo vio?”
“Sí, ya
tengo el dato, Joey”.
“Yo
también tengo otro: Cruz Dorada está detrás de todo”.
“¿Cómo
lo sabes?”
A media
mañana, elga sigue revisando papeles cuando oye el timbre del portón. No le da
importancia hasta que oye el ruido de un motor ingresando. Sale a la puerta.
“¿Y
éste?”, se pregunta.
Christian
estaciona la camioneta en el centro del patio principal y baja, camina al despacho.
“¿Qué
haces aquí?”, se extraña Elga.
“¿Qué
pasa? ¿No puedo visitarte?”
Christian
cierra la puerta y en la caseta de vigilancia, Adán y Carlos solo pueden
especular sobre lo que allí se está conversando, aunque parece transcurrir en
buenos términos, a juzgar por la imagen de la cámara.
“¿Tiene
derecho a visitarla, no?”, trata de suavizar las sospechas el capataz.
“A mí no
me parece una visita de cortesía”, afirma el cuerpo de luchador.
Dentro
del despacho, Christian muestra su celular a Elga, quien lo lee.
“¿Y esto
cómo nos toca?”
“Nos
beneficia porque perjudica a Tito. Ese negro es su gran aliado ahora, pero con
esta publicación, ya no más”.
“Insisto,
Chris: ¿y eso cómo nos beneficia? Nosotros estamos aquí arreglando papeles para
una venta”.
“Y esa
noticia nos cae como anillo al dedo porque Tito podría responder ante las
autoridades, y Tito es el mayor opositor a la venta”.
“A mí me
pareció que fue Carlos”.
“Nunca
subestimes a La Estirpe, Elga”.
“Claro,
lo dices con conocimiento de causa, y eso me lleva a preguntarte: ¿tú le diste
estos papeles a este medio?”
“Quién
sabe… Mas bien, con este dato, no tiene sentido que alarguemos lo de la venta.
Nava me ha preguntado si es fijo que cerremos trato esta semana y le dije que
sí, el viernes; pero si podemos sorprenderlo antes…”
“Christian,
fui clara cuando te dije que no me presiones, que quiero tomarme mi tiempo”.
El
abogado se acerca hasta la silla donde la mujer está sentada y se agacha a
darle un beso en la boca.
“¿Sabes
que estuve viendo opciones en Internet? ¿Qué piensas de Europa? El pata que me
hizo las fotos hace años me invita a recorrer el Mediterráneo”.
“El pata
que te hizo las fotos hace años estaba enamorado de ti”.
“¿Y no
crees que eso nos conviene? Cerramos la venta, recibimos nuestra plata, vamos
para allá y paseamos”.
“Yo
quiero ahorrar mi plata, Christian”.
“Bueno,
viajo solo”.
Súbitamente,
el abogado se baja la cremallera de su apretado jean y se saca el miembro aún
flácido.
“Hazle
cariñito”.
“Ahora
no, Chris”, ruega elga.
“No seas
mala: te ha echado de menos”.
En la
caseta de vigilancia, corren apuestas. Finalmente, Christian se baja el
pantalón y deja ver sus perfectas nalgas.
“Me
debes veinte”, dice Adán. “¿Llamo a los chicos?”
“No,
igual lo verán mas tarde”.
Christian
se quita la camisa y la deja sobre la silla de Elga, a quien pone de pie, quita
el vestido de tiritas, quita la braga, la sienta en el escritorio y le mete el
pene, mientras ella cierra los ojos no tanto por la excitación. Está pensando
en alguien más, y el abogado parece advertirlo.
“¿qué
pasa?”
“Nada,
no tengo ganas, Chris”.
“¿No
estarás cachando con estos hijos de puta, no?”
“¡No! No
es eso; solo que no tengo ganas”.
Christian
suspira incómodo, le saca el pene, se sube el bóxer y el pantalón y busca su
camisa para ponérsela.
“Me
voy”, le anuncia.
Elga
vuelve a vestirse también. Cuando Christian reabre la puerta del despacho, gira.
“Espero
que sea pena o cansancio, porque si es traición, te juro que no te la voy a
perdonar en absoluto”, le dice algo ofuscado.
“No me
presiones, Chris. Tú sabes muy bien por qué no debes hacerlo”, ella le guiña un
ojo.
El
abogado camina a abrir la puerta de la camioneta cuando Adán sale de la caseta
de vigilancia como quien no está enterado de nada.
“¡ey,
tú!”
Adán no
le responde.
“¡Adán!”,
insiste Christian.
El
cuerpo de luchador se detiene y gira; camina con demasiada autosuficiencia hacia
el abogado.
“¿Me
llamabas?”
“No te
preguntaré si ya regaste lo del sábado porque de hecho que ya lo hiciste; solo
te diré que si eso me trae consecuencias, tú me las vas a pagar”.
Adán lo
mira desafiante:
“¿Acaso
me vas a matar como le pasó a Manolo?”
Christian
se enfurece:
“¡So
reconchatumadre!”
Alza el
puño para golpear al cuerpo de luchador, pero éste reacciona con suma rapidez,
toma el brazo y le aplica una llave que pone el trasero del agresor pegado a la
ingle del peón.
“¿Así te
gusta, ¿no?”, le susurra Adán. “Mi huevo bien pegado a tu culo, ¿cierto?”
“¡So
reconchatumadre, ssuéltame!”.
Carlos
corre desde la caseta y Tito y Frank vienen desde el fondo a toda velocidad;
los separan: el capataz y el más nuevo contienen al cuerpo de luchador, y el
gladiador al abogado.
“Vete,
Christian”, le sugiere Tito. “No la cagues más”.
“¡Tú no la cagues más, Tito! ¡Tú no la
cagues más!”, espeta enfurecido el abogado.
El
aludido le tira un rodillazo en medio de las dos nalgas.
“¡Auuuu!”,
grita de dolor Christian.
“Hazme
caso: ya no la cagues”, le repite Tito.
Elga
sale desde la casa grande y corre hasta ponerse en medio de todos los hombres.
“¿Qué
pasa aquí?”, grita enérgica.
“El
insolente de su empleado, señora de Rodríg…”, se queja el abogado.
“¡Ya,
Christian! ¡Basta! Vete de una vez y regresa cuando acordamos”.
Christian
mira molesto a Elga, mira a todos muy furioso. Se suelta de Tito y regresa a la
camioneta.
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