Muy al norte, por insistencia de Abelardo Sosa, se sirve un almuerzo a los visitantes. Osmar se hidrata sentado más allá viendo el paisaje rural iluminado por la luz solar que cae de manera perpendicular, mientras que mucho más allá César muestra a Escalante las fotos de prueba que tomó a Fernando el día anterior.
“Estos
venezolanos siempre se destacan por su culo”, comenta el director de reparto y
escena.
“No sabes qué
ganas tenía de meterle pinga”, agrega César.
“¿Y Abe no se
dio cuenta?”
“Hicimos un
trío anoche”.
Escalante se
sorprende:
“¡No me
jodas! ¿Y su esposa, sus hijos?”
“Los fines de
semana van a Piura, así que la casa quedó solita para los tres”.
“¿Y qué tal
pinga tiene ese venezolano?”
“Larga y
gruesa: como te gustan, Arnold”.
El anfitrión
y Fernando salen con unas fuentes de ceviche de caballa. Todos se arremolinan,
excepto Osmar.
“Sí puedes
comer esto”, le indica Escalante.
El modelo se
acerca, toma su tenedor y se sirve. Realmente está delicioso.
“¿A qué hora
sale su vuelo?”, consulta Sosa.
“Seis;
tenemos que estar cinco en el aeropuerto”, responde Osmar.
“Qué lástima
porque ya había separado una habitación para ustedes”.
“Solo haremos
una toma extra, recogemos todo y partimos para Piura”, agrega Escalante. “Pero,
cuando lancemos la campaña, o ustedes viajan o venimos a darnos una vuelta”.
“A mí me
gustaría regresar”. Reflexiona Osmar. “Esto es casi como Venezuela”.
“Cuando
quieras”, invita Sosa.
“Cuando
llueve fuerte se parece a Venezuela”, sonríe Fernando.
“Quisiera
regresar”, repite Osmar.
La toma
faltante es un nuevo desnudo de espaldas parecido al que se hizo por la mañana.
La intención de los productores es ver qué luz vende mejor todo. De paso que
harán imágenes en video y foto de la línea Lust sobre el tronco caído de un
faique. El sol de Piura tiene una mágica peculiaridad que para los amantes de
la fotografía abre muchas posibilidades creativas, y casi sin usar filtros.
“Ni se te
ocurra comentar de las fotos a su patrón”, advierte César.
Escalante
mira a Fernando, quien está recogiendo la ropa de Osmar, nuevamente en su marca
y totalmente desnudo para repetir la escena de la jarra y el agua sobre su
cuerpo.
“Son amantes,
¿no?”
“Lo comparte
bajo supervisión, pero no sabe nada de los desnudos que hicimos ayer por la
tarde”
“”Lo
despediría”.
“Del país”,
asevera César.
Las dos
escenas que faltaban grabar y fotografiar se concretan sin mayor problema.
Ahora sí Osmar puede disfrutar su seco de cabrito con su jarrita de clarito
helado.
“Exquisito”,
califica.
“¿Y qué pasa
si comías antes de la foto?”, sigue curioseando Sosa.
“Se me
notaría un poco de panza… es la maldición de los modelos, especialmente si
posamos desnudos”, sonríe el muchacho.
“Me disculpas
lo que voy a decirte pero… tienes un hermoso culo”, se atreve el dueño de casa.
Osmar lo mira
y sonríe sonrojándose:
“Gracias”.
Aprovechando la
distracción de Sosa, y con el pretexto de ayudar con el orden de las cosas
mientras llega la camioneta que va a regresarlos a la ciudad, Escalante tiene
una breve reunión con Fernando.
“sí, César me
explicó tu situación migratoria, pero esas fotos están muy buenas así que yo sí
quisiera ofrecerte dinero no solo por publicar esas sino hacerte una sesión más
producida”.
“¿Y cómo
arreglamos lo de mis papeles?”
“Puedo
enviarte plata. ¿Cuánto necesitas para reingresar a ecuador, ir a Guayaquil y
hacer el trayecto pero por vía formal?”
“No sé… unos
ciento cincuenta quizás… la vaina es cómo recibo el dinero si estoy como
irregular en este país”.
César se
aproxima:
“Osmar ya
terminó de comer, chitón”.
Se escucha
que Sosa llama a Fernando:
“¡Ya voy!”,
responde el peón. “Permiso”, dice a Escalante.
“¿Arreglaron?”,
casi susurra el camarógrafo.
“No”,
responde Escalante.
“La cagada,
no podremos hacer nada por lo de sus papeles”.
“Osmar ha
congeniado con él”.
“¿Qué tratas
de decir?”, sonríe César.
La camioneta
llega puntual. Luego de poner y asegurar las cosas y el equipaje, Escalante,
Osmar y César se despiden de Sosa y Fernando; enrumban de regreso a Piura.
Patrón y peón regresan a recoger los platos y vasos del almuerzo.
“Arnold ha
estado muy interesado en ti”, comenta Abelardo.
“Te parece”.
“¿Qué te
ofreció?”
“Nada. Me
estaba consultando unas cosas”.
“Mira,
Fercho: conozco a Arnold desde el preuniversitario, y con tal de cachar con el
primer muchacho que le guste, es capaz de poner su casa en hipoteca; entonces,
entre gitanos no nos leemos la mano”.
El peón
sonríe:
“Quiere que
pose desnudo para él, pero le dije que no tengo papeles”.
“O sea que…
tú quieres posarle calato, y seguro con la pingota que te manejas toda parada”.
“Yo soy
pecuario, no modelo”.
“Tú eres mi
toro cuando la vaca no está”.
Sosa pone su
mano sin pudor sobre la bragueta de Fernando y comienza a sobarla:
“Vamos”.
En una
cabañita algo cerca de la casa principal, los dos hombres se abrazan y besan
apasionadamente mientras poco a poco se van quitando toda la ropa.
Sobre la cama
del peón, quien está arrodillado, el patrón en cuatro patas deja que le metan
una larga, gruesa y venuda verga en la boca, en tanto le mueven la cadera como
queriendo horadar hasta la garganta mientras le acarician la cabeza.
Sosa tiene un
par de nalgas como globos, producto de su pasado como futbolista, deporte que
aún practica con la gente del pueblo todas las tardes que puede. Al medio de
ellas, su ano es una especie de amplio hueco por donde una sola pinga no
bastaría, pero Fernando se da maña para pasearle la lengua, chupárselo, comerle
el orto por el que luego mete su falo y comienza a bombear .
“así, mi
toro. Dale, mi chamo”.
Luego,
Fernando se cacha a Abelardo en piernas al hombro mientras lo besa en la boca.
El patrón aprovecha para acariciar los grandes glúteos de su amante.
“Hermoso
culo, quiero comérmelo”.
Fernando deja
de meter pinga,baja las piernas de Abelardo y comienza a chuparle el pene y las
bolas. La erección no demora mucho. El patrón también tiene un largo cipote, no
tan grueso como el del otro muchacho, pero cabezón y algo curvo hacia abajo.
Fernando se sienta encima de ese pene erecto y se lo mete a su ano. Comienza a
rebotar. Sosa toma la pinga de Fernando y la masturba con rapidez.
“Oh”, ruge.
Toda su leche
se dispara al interior del venezolano.
“Qué rica
preñada”, gime el peón. “Voy a acabar”.
Fernando
gruñe largo y su semen se dispara sobre el aún vientre plano y los dos formados
aunque no tan masivos pectorales de su jefe. Vuelven a besarse.
“Bañémonos al
toque antes que llegue mi espesa”,
pide Abelardo. “Estuvo rico como anoche, como siempre”.
“Me vuelves
loco”, seduce el peón. “Quiero coger otra vez”.
“Bañémonos.
Quizá más tarde”.
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