Cuando Frank regresa a la caseta de vigilancia, Carlos y Tito lo esperan.
“Pasó de
nuevo, no?”, pregunta el gladiador.
El más
joven no sabe cómo reaccionar.
“¿ella
te gusta, Frank?”, reitera Tito.
“Tengo
que hablar con Flor”, responde el chico con la voz algo temblorosa.
“Ahora
eso no es lo importante”, sorpresivamente replica el gladiador.
Frank lo
mira absolutamente confundido.
“Hay
información seria que debes manejar, sobrino”, le añade Carlos. “Y esto va a
cambiar muchas cosas”.
“¿Sabes
la diferencia entre persona y personaje?”, inquiere Tito.
Frank no
se siente en capacidad de hacer filosofía a esa hora.
Elga,
por su parte, se prepara el desayuno con el celular en la oreja.
“Sí,
estaba en la ducha, Christian. ¿Cuál es el problema?”
“¿Y te
demoraste hora y media?”
“Salí a
correr”.
“¿Cómo
está la cosa por allá?”
“Pues,
Manolo y estos chicos lo tienen todo tan bien organizado que no se me hace
problema encontrar la información, pero me falta revisar más”.
“¿Quieres
mi ayuda?”
“No, por
ahora no; todo está bajo control”.
“Bueno,
tienes que enterarte de algo que acaba de pasar en Santa Cruz y que afecta
directamente a uno de tus empleados”.
Elga se
pone en modo alerta. Su cabeza velozmente comienza a atar cabos.
En
Collique, Juan está tarde para ir a su trabajo. Ha llegado cerca de la una de
la mañana (con el consabido reclamo de su esposa), y recién está saliendo de la
ducha. Al entrar a su cuarto para cambiarse, escucha que su celular tiene
activa una alarma de mensaje. En realidad, cinco mensajes seguidos de Alvin,
alarmantes. El último tiene un enlace que abre. El fiscal lo lee y recuerda
algo:
“Puta
madre”, masculla.
Hace una
llamada de urgencia.
“Acabo
de leerlo: no son buenas noticias, ¿sabes?”
Ya
vestido, sale disparado hacia su despacho personal.
“¿Vas a
desayunar?”, le consulta su esposa al pasar por el comedor.
“Ahorita”,
le dice a la volada.
Abre uno
de los cajones, saca la carpeta lila y trata de leer cada folio en un segundo.
“Mierda”,
susurra.
Toma su
teléfono otra vez y hace otra llamada.
“Hola.
Necesito tu ayuda y te prometo algo realmente bueno”.
Flor
barre la vereda de su casa cuando su vecina sale.
“Ya era
hora m’ijita porque tenían esa vedera
todita cochina”.
Flor
sonríe.
“Se nos
pasó, señito”.
“¿Y qué
fue del chico que se desmayó la semana pasada?”
Flor
remece su cabeza.
“¿Chico?
¿Cuál chico?”
“el
chico que tenía ese trapo como máscara en la cabeza, m’ijita”.
Flor
muestra muchísimo interés.
“A ver,
cuénteme”.
En la
comisaría de Santa Cruz, el suboficial Chira comienza su turno como guardia de
puerta. Todo lo que tendrá que hacer durante ese tiempo será verificar quién
entra y quién sale del local. Se sienta a leer el cuaderno de ocurrencias en el
escritorio a la entrada, y cuando acaba se para en la puerta a ver la plaza. Desde
la ventana del hotel del pueblo, alguien con el cuerpo de catchascanista aún en
pelotas lo observa y le toma una foto.
“No me
digas que se te acabó la plata, cadete”, comenta.
Envía la
foto y en cuestión de un minuto alguien lo llama.
“inge”.
“¿De
cuándo es esa foto, Carnes?”
“De
ahoritita mismo, inge”.
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