A las siete y media de la noche, Evandro llega a la residencial. Tras estacionar su auto, baja, toma el ascensor y sube hasta el último piso. Abre la puerta de la azotea, trepa las escaleras. Al lado del tanque de agua, en el cuarto de servicio que solía ser el dormitorio de Osmar, encuentra a su amigo soplándose y sobándose las manos.
“¿Cuáles son
las malas noticias, Os?”
Evandro abre
la puerta del cuarto de servicio y entra; Osmar lo sigue y la cierra bien.
“Escalante
quiere tomar control sobre la obra”.
Evandro se
sonríe y menea la cabeza:
“ah… era
eso”.
“¿Te parece
poco?”
“No,
ddefinitivamente no. Me extrañaba que se estuviera demorando tanto”.
“Evan, ¿por
qué no le dices…?”
Evandro se
acerca a Osmar y lo calla con su mano mientras le arrima todo su cuerpo:
“Los muertos
no hablan, Os… Pero antes, necesito que me expliques en qué andas con Alejandro
Albújar”.
En la
oscuridad, el interpelado se sorprende con la pregunta.
En lo que resta de la semana, Osmar –y por arrastre, Alexis y Evandro—salen en dos periódicos más aunque sin mostrar tanta carne. La sonrisa y la simpatía del actor roban el interés de las lentes, la curiosidad del público, la atención de otros productores. Giaccomo Viteri ha sido un actor adolescente que se ha especializado en dirección de cine. Al término de la función del sábado se presenta ante Zaira Banquells, quien no puede creerlo:
“¿Cuándo
regresaste de Francia, Gia?”
“No estuve
allá sino en Los Ángeles”.
Giaccomo es
algo alto, delgado formado, hermosos ojos verdes, cabello castaño un poco largo
y revuelto, acogedora voz.
Cuando los
actores de la obra aún se están vistiendo, Zaira entra con él. Evandro y Alexis
se quedan boquiabiertos.
“Estás en
casi todos los medios”, Giaccomo da la mano a Osmar.
“Gracias”,
dice el actor desconcertado, no por lo rutilante de la visita sino porque no
tiene la menor idea de quién se trata.
“Giaccomo Viteri solía participar en novelas hasta que descubrió que el sistema era una mierda, así que en lugar de invertir su sueldo en ropa o fiestas o cualquier huevada, se largó a estudiar en el extranjero, a especializarse,” explica Evandro mientras conduce el Yaris, que va siguiendo a un taxi. “Cuando viene al Perú, casi siempre trae nuevas ideas, nuevos proyectos y proyectos taquilleros, encima… Voto fue revisado y asesorado por él”.
Osmar, quien
va en el asiento de copiloto, se sorprende. Evandro lo mira y sonríe:
“Te juro que
no sé nada”.
“¿Tu crees
que fue la cobertura?”, curiosea Alexis.
“Espero que
sí”, augura Evandro.
Los dos
vehículos llegan hasta un edificio de departamentos en Barranco.
Dentro de la casa hay escocés para todos menos Zaira quien prefiere tomar pisco con limón, y tampoco para Evandro:
“Tengo que
conducir de regreso”.
“Así que
ahora eres el amigo elegido”, bromea
Keith Branson, alto, delgado formado, extremadamente guapo, voz de locutor.
“Cómo cambian los tiempos”.
“Ese Toyota
me costó… un ojo de la cara, y lo sigo pagando”.
“¿No fue otro
ojo?”, sigue bromeando Keith, quien
se sienta junto a Giaccomo dándole un beso en la boca.
“Ay, qué
pendejo”, sonríe evandro sarcásticamente.
Keith guiña
un ojo al actor.
“entonces fue
lo que salió en medios”, interviene Zaira.
Giaccomo da
un sorbo a su vaso:
“Escalante
hizo un buen trabajo de advocacy,
pero yo no confío en sus intenciones”.
“Creo que
nadie confía en sus intenciones aquí”, agrega Evandro.
“¿Tampoco tú,
Zaira?”, interpela el anfitrión.
La directora
de escena duda qué decir.
Casi todos se retiran a eso de la una de la mañana. Cuando Evandro arranca, mira al otro lado de la calle: hay un Corolla estacionado. Disimuladamente, topa el muslo a Osmar y le señala con los ojos:
“Te dije,
huevón”.
Osmar simula
no haber visto nada. Solo simula.
Tras almorzar juntos, decide pasarse toda la tarde con Alejandro, desnudos, acariciándose en la cama.
“Se te ha
puesto más duro el culo”, alaba el fotógrafo mientras acaricia las nalgas y
lame el ano del actor.
“Lo ejercito
especialmente para ti”.
Alejandro
recorre toda la espalda de su amante, llega a la nuca y la besa mientras encaja
su pene grueso y largo entre los dos glúteos y trata de meterlo en el esfínter.
“Te extrañé
hoy en la playa”, seduce Alejandro.
“¿Me hubieses
hecho el amor en la playa?”
“Te haría el
amor donde tú quieras”.
Osmar separa
un poco sus nalgas, Alejandro intenta la penetración pero le cuesta trabajo.
“¿Te echo
vaselina?”
“¿No sería
mejor un condón y lubricante?”
Alejandro se
levanta, abre el cajón de su mesa de noche, saca un forro y se lo extiende en
todo su pene, luego saca un pomito, se unta su miembro con un coloide
transparente y luego unta el ano del actor. Mete un poco su dedo índice y lo
estimula logrando dilatarlo ligeramente. Se acuesta encima otra vez, aunque su
pene pierde un poco de rigidez. Se mueve.
“Soy el
peruano más privilegiado”.
Osmar trata
de contraer su esfínter impidiendo la penetración.
“Bésame el
culo, Alejo”.
El fotógrafo
obedece y su lengua termina saboreando el lubricante. Osmar lanza pequeños
jadeos y gemidos.
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