En una
avenida de Collique, el tráfico de las cuatro de la tarde comienza a hacerse
pesado. Frank trata de abrirse paso llevando a Elga como su pasajera en la
motocicleta.
“Debiste
entrar dos calles atrás, como te dije”, le observa ella.
“Tranquila
que damos vuelta dos cuadras más adelante y nos vamos por una ruta más corta”.
De
pronto, Frank nota que varios metros adelante hay una matrícula de auto que
conoce.
“No te
asomes para nada”.
“¿Por
qué?”, se intriga Elga.
“¡Solo
no te asomes!”
El semáforo
que estaba deteniendo el flujo se pone en verde y Frank, en lugar de avanzar,
apaga la moto y la mantiene inmóvil a la derecha de la vía.
“¿Estás
loco o qué?”, reclama Elga.
Frank no
responde.
“¡Avanza,
por favor! No nos conviene estar parados aquí”.
“Te
equivocas: en este momento, lo que más nos conviene es estar parados aquí”.
El
semáforo vuelve a ponerse en rojo y el aparente peligro que estaba delante
desaparece. Frank arranca la motocicleta otra vez y espera que regrese la luz
verde.
“¿Me
quieres decir qué está pasando?”, insiste Elga.
“Christian
estaba delante nuestro”.
La mujer
comienza a sudar frío y sentir que le falta la respiración. Se apoya fuerte en
la espalda del conductor.
“¿Te
sientes bien?”
“No”,
musita ella.
Adán
llega a la casa de Tito en su bicicleta. Al abrir la puerta, lo que más le
llama la atención es que alguien esté durmiendo en el sofá, quien al despertar,
de inmediato toma un arma dentro de una mochila y le apunta. Los dos varones se
miran muy asustados. Cuando el intruso reconoce al cuerpo de luchador, baja la
pistola.
“Perdona”,
le susurra.
“¿Vas a
explicarme quién mierda eres tú y qué mierda haces aquí?”, se indigna Adán.
Pablo
toma el arma por el cañón y se la entrega al habitante de la casa:
“Descárgala;
te voy a contar una historia”.
Adán se
sorprende y reconoce el modelo de pistola.
“¿Eres
policía?”
A las
cinco menos cuarto de esa tarde, Tito llega a la oficina de Juan García en el
Ministerio Público de Collique. Saluda a César, saluda al fiscal.
“Mucho
te has demorado”, le observa Juan.
“Mi hija
y yo estábamos verificando esto”.
Tito
enseña el video que Flor había tomado la tarde anterior en la universidad.
“Es el
comisario de Santa Cruz”, reconoce Juan.
“Había
ido al Centro de Idiomas de su universidad para pedir una traducción confiable
de los papeles que publicó el flaco de Santa
Cruz Directo hoy; las había dejado por la mañana”.
“¿Entonces
la fuente fue el comisario?”, pregunta César.
“Mi
pregunta mas bien sería cómo el capitán Castro sabía de la existencia de esta información”, centra
el fiscal.
“Yo
sospecho de Cruz Dorada”, se aventura a acusar Tito.
“La
teoría es buena”, replica el fiscal. “Pero deberías saber lo que encontramos
nosotros: Owen Mgombo tiene hasta seis pasaportes diferentes, y en todos tiene
la misma edad, cuarenta y siete años, aunque los lugares de nacimiento se
adaptan a cada país. Pero el dato realmente curioso es éste: la mayoría de
frecuencias ha sido desde estos países a Inglaterra. Por ahí que se ha movido a
otros lugares como México, India, Etiopía, Brasil o acá mismo; pero en todos
los registros, figura que la mayor frecuencia es con Inglaterra, así que allí
vive en realidad”.
“Que yo
recuerde, él nos dijo que vive en Londres por trabajo y estudios”, acota Tito.
“eso no
es lo raro, Joey; lo raro es que
necesite hasta seis pasaportes distintos para viajar, como si se tratase de
seis personas distintas cuando realmente es una sola”.
“¿Entonces,
es terrorista como dice la publicación?”
“No
hallé evidencia de eso, pero de que a nivel migratorio está en un lío, está en
un lío; y si las autoridades de acá deciden intervenir tu negocio, hasta
podrían multarte por contratar a un extranjero sin tener los papeles saneados”.
“¿Y la
relación con Cruz Dorada?”
“Todos
los países que visitó Mgombo tienen una filial de Cruz Dorada, con ese nombre o
con otros acrónimos, así que básicamente la está cazando a nivel mundial, y
donde parece haber tenido rencillas aparte de Sudáfrica, y ahora acá, es en
Malawi y en Uganda”.
“eso sin
contar que ya falleció en Sudáfrica y en Kenia”, completa César.
El
gladiador mueve su cabeza como queriendo despertar.
“¿De qué
chucha hablan?”
“Que en
tu casa tienes al fantasma de carne y hueso más musculoso que la parapsicología
haya conocido jamás”.
“¿Y todo
eso cómo se conecta con la muerte de Manolo?”
“legalmente,
no se conecta aún. Aunque los documentos de ayer hablan de la práctica
latifundista de Cruz Dorada, que no es delito ni falta en nuestras leyes, solo
me permiten conjeturar que si lo mataron fue porque Manolo sabía que algo
irregular hay en esas compras, y eso sí sería delito”.
“¡Listo,
Juan! ¡Ya tienes tu caso!”
“No, Joey, Tito o como te llames: solo tengo
una sospecha, y tú vas a contarme por qué creo que manejas más información de
la que aparentas”.
Tito
abre los ojos y traga saliva.
“¿Por
qué crees eso, Juan?”
“Dímelo
tú, Tito”.
El
gladiador se toma un respiro…
“Owen
nos contó hoy que nunca estuvo en Sudáfrica… al menos no este Owen”…”
“No
hablo de Owen; hablo de Manolo Rodríguez”, aclara Juan.
Los
labios de Tito se vuelven blancos de los nervios.
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