Dalila y Miguel reconstruyen sus vidas; pero la vida suele dar sorpresas.
Dos
semanas después, un sábado por la mañana, la enfermera que había llegado a la
tienda de Ingrid compra un par de blusas.
“Qué
lindos colores ha elegido”, dice Dalila mientras pasa la tarjeta de débito por
el POS. “Va a rejuvenecer de golpe, especialmente si usa el cabello suelto”.
“Ay,
gracias. Qué halagador”.
“Y si
viene la semana que entra, le tendré unas faldas plisadas que no se las puede
perder”, Dalila devuelve la tarjeta.
“Entonces,
caeré por acá… ¿Irá esta noche?”
“Claro
que sí”, sonríe la nueva vendedora. “De hecho que iré”.
Y esa
misma noche, Dalila llega a la Clínica María Milagrosa, sube al segundo piso, camina
hasta el cuarto número 25. Toca la puerta. Un enfermero joven, guapo, cuerpo
formado, la abre.
“¡Emi!
Buenas noches. ¿Despertó?”
“Sí,
señora Dalila. Adelante”.
La
visitante ingresa. Sobre la cama, Ingrid descansa mirando su celular, mientras
los aparatos que vigilan sus signos vitales titilan y pitean alrededor.
“¡Amiga!”,
se emociona la convalesciente.
“¿Cómo
estás, Ingricita?”
“Como si
hubiese dormido todo un año. ¿Tu mami y tu cuñado?”
”Aún en
casa terminando una… gestión; pero eso no importa: ¿ya estás lista?”
“Creo
que sí… aunque extrañaré a Emilio”.
El
enfermero sonríe y se sonroja.
“Ay,
sí”, se enternece Dalila. “Es un chico lindo, amable… y tiene hermoso trasero”.
Emilio
ríe:
“Ya va a
comenzar, señora Dalila”.
“Y
lindas piernas”, añade Ingrid. “¿Crees que no lo he notado?”
Las dos
mujeres ríen.
“¿Te fue
a ver la familia de Rafo?”, retoma la paciente.
“Sí,
pero para eso está mi cuñado. Aunque no sé si eso me ayudará en el negocio:
ahora quiere demandar a media ciudad”.
Ingrid
ríe.
“Gracias,
Dali. En mi vida pensé que iba a quedarme en mi propia habitación de clínica”.
“Aprovecho
lo bueno que dejó haciendo Eduardo”, suspira la otra mujer.
“¿Y
arreglaste con la familia de Lalo?”
Dalila
vuelve a dar otro suspiro.
“¿Me creerías
si te digo, Ingrid, que todo su plan magistral resultó siendo un fiasco?”
Dos
horas más tarde, en el cuarto que alquila Miguel, Ángel termina de hacer su
maleta. El instructor está junto a la puerta viendo toda la escena sin mover
más que los músculos de sus ojos.
“Eduardo
es un imbécil. Bueno, fue un imbécil. ¿Cómo se le ocurre ir a la notaría a cambiar
los papeles usando mi nombre artístico? A ver. Dime tú?”
“Yo toda
la vida he sido Miguel Vilca… Luis Miguel Vilca”.
“Pues
no, Migue. Yo solo soy Ángel cuando estoy en el bar, cuando entreno en el gym,
cuando poso calato o cuando hago una performance
en vivo. Pero en papeles no soy Ángel. Me hizo pasar el roche de mi vida.
¿Podrás creer que hasta llamaron al Ministerio Público? Simplemente, es un
imbécil. Bueno, fue”.
“Tampoco
te lamentes… Digo, no es que te vas con las manos vacías, ¿o sí?”
Ángel pone
su maleta en el suelo.
“Hubiese
hecho del Olympus otra cosa… ¡una gran empresa! Claro, tú como instructor”.
El
celular de Ángel suena. Lo contesta:
“Ahorita
bajo”.
Cuelga.
“Una
semana con Toño me hará bien”, se acerca Ángel a Miguel y lo besa en la boca.
“Gracias por todo”.
“Regresarás,
Angelito. Eso lo doy por sentado”.
La
puerta del dormitorio suena. Miguel la abre: entra Amado. Ángel mira a ambos y
se va.
“¿Convenciéndote
de su inocencia?”, sonríe el moreno, alto, atlético que acaba de entrar.
“Convenciéndose
de que realmente es un ángel”, ríe Miguel, quien se acerca a su amigo, lo
abraza y lo besa en la boca. “A mí ya no me convence de nada”. Lo vuelve a
besar”.
“Yo no
sé si estoy convencido”, responde Amado.
“Tranquilo…
Si no fuera por que tú tomaste la foto que delató a Rafo, ahora mismo yo
estaría de patitas en la calle”.
“¿Qué
significa eso?”
“Que tú
mandas”, sonríe Miguel.
Amado
vuelve a besarlo y acariciarlo.
“Pues
mando que vayamos saliendo para hacer ese show de una vez porque no creo que
aguante este hilo dental tanto tiempo”.
“¿Ya te
lo probaste?”
“No ssé
cómo puedes aguantar esa tira en medio del culo”.
Miguel
ríe.
“Cuando
tienes que comer, créeme que hasta puedes aguantarte una pinga dentro de tu
culo”.
“Pensé
que eras solo activo”.
“Solo cuando
no paso necesidad”.
Miguel
apaga la luz y va a abrir la puerta cuando Amado lo detiene.
“¿Qué
pasa ahora?”
A
tientas, Amado besa a Miguel en la boca. Lo abraza y es correspondido. Ambos se
aferran con firmeza, se van desnudando: las poleras, las camisetas, los jeans
con trampillas de velcro, a los que solo hay que jalar para despegarlos del
cuerpo. Miguel besa el cuello y luego cada tetilla, se arrodilla ante Amado.
Sus manos palpan la suavidad de la prenda que no puede contener una gran
erección, la baja un poquito. Palpa el pene liberado: es recto, largo, grueso.
Pasa la yema de su índice derecho por los testículos: son grandes y suaves. Se
mete el falo a su boca. Amado no es capaz de describir la sensación que
significa ser felado en ausencia de luz. No importa si Miguel apenas ha
alcanzado tragarse la mitad de su longitud. Agradece cuando las gruesas manos
del instructor le bajan la tanga. Se permite girar suavemente mientras su
compañero sexual busca sus nalgas. No protesta con apoyarse sobre la cama con
sus manos y abrir un poco las piernas al mismo tiempo que siente por segunda
vez una lengua recorriéndole ambos glúteos y yendo hacia el centro mismo.
Jadea, gime por ratos. Suena el teléfono; no le hace caso. Es ahora Amado quien
se arrodilla ante el pene cabezón de Miguel, y sí consigue tragárselo todo,
conquista el firme y redondo trasero del instructor; mete su lengua y prueba
ese ano mientras Miguel se acomoda sobre la cama en posición de feligrés
musulmán.
“Métemelo”,
le pide.
Amado
aprovecha la copiosa lubricación de su miembro y va empujando poco a poco.
Miguel se queja pero pide más. Amado comienza a moverse: se siente tan
estrecho, tan caliente, tan diferente y tan placentero. Miguel intenta contraer
con dificultad los músculos de su recto, pero logra apretar mucho más el
miembro que se desliza en sus entrañas. Amado goza con chasquear su ingle
contra los glúteos de su amigo, más fuerte, más fuerte y… justo cuando está
forjando el orgasmo, la puerta del dormitorio se abre de golpe. Los dos amantes
se quedan estupefactos. Un destello blanco ilumina la habitación. Esa misma
madrugada de domingo, la foto del sereno y el instructor de gimnasio desnudos y
en una situación sexual se vuelve tendencia en las redes sociales.
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