Edú intenta comportarse ante Pedro como un macho que se respeta.
Pedro
está en el segundo piso de su casa trabajando en su laptop ya sobre las once de
la noche.
“¿Hola?”
El chico salta en su asiento.
“Soy yo”, lo tranquiliza Edú abrazándolo por
detrás y arrimándole su bulto a la espalda debajo de un short delgado y sin
polo; evidentemente no lleva ropa interior.
“No te juegues así, huevón”.
“Pensé que te estabas pajeando con una porno y
que por eso no ibas a dormir”.
“Nada… Estaba acabando un trabajo de la
universidad”.
“Entonces demorarás, ¿no?”
Pedro sonríe:
“Solo añado un número y me voy a dormir”.
Diez minutos después, el muchacho entra al
dormitorio que está justo a espaldas de la silla donde estaba trabajando, se
calatea por completo y se mete a la cama. No termina de acomodarse cuando
siente que Edú –no podría ser otro—jala la cobija y se mete también a su lado,
completamente desnudo.
“Como en los viejos tiempos, campeón”, le
susurra al oído para luego besarlo, mientras pega todo su cuerpo a su espalda,
y en especial su gran bulto a sus nalgas. Pedro gira, abraza a Edú y le da un
beso en la boca haciendo que se acueste encima suyo; abre las piernas.
“¿Haremos el amor y luego dormiremos juntos
toda la noche?”
“¿Tienes otro plan, campeón?”
Pedro sonríe en la oscuridad y besa en la boca
a Edú. Las pingas de ambos comienzan a ponerse duras. El que está encima
comienza a besar el cuello, las ttetillas, baja por el abdomen. Para sorpresa
de quien está debajo, le besa su verga erecta y le lame las bolas hasta que le
levanta las piernas y le comienza a sopear el ano sin censura. Pedro goza, se
deja humedecer el agujero mientras se pajea un poco sus 15 centímetros gruesos.
Eventualmente con esa misma mano, acaricia los cabellos de su compañero sexual.
Edú se incorpora un poco, y manteniendo la
misma postura, coloca sus 18 centímetros en todo el orto de Pedro y comienza a
meterlos despacio, con cuidado, con mucho cariño. ¡Qué placentera sensación
para quien penetra y para quien se deja penetrar!
“¿Te gusta cómo te cacho?”
“Tú sabes que cachas rico, edú”.
Y efectivamente, se trata de un coito gentil y
sin pausa, lleno de mucha ternura,tanta que hasta el activo se deja acariciar
sus nalgas firmes y lampiñas.
Edú gira y hace que Pedro permanezca sentado
encima de su pene metido en su culo, lo motiva a cabalgar con cuidado de no
hacer crujir la cama. Edú le acaricia su ahora atlético cuerpo y en especial
sus nalgas y piernas masivas y duras mientras Pedro le estimula las tetillas aprisionándolas
entre sus dedos de la mano.
“Hagamos perrito”, pide el activo.
Para no hacer bulla, Pedro se arrodilla sobre
el tapete que hay a los pies de su cama, se pone en cuatro patas y deja que Edú
le vuelva a meter su pija. De pronto siente que su cachero se apoya sobre su
espalda y que una de sus manos comienza a masajearle su miembro. Pedro le
vuelve a acariciar una de las nalgas.
“¿Me vengo
dentro de tu culo?”
“Sí. Dámela adentro”.
Edú preña a Pedro por segunda vez ese día
mientras lo sigue pajeando hasta que la leche del pasivo se dispara sobre el
falso piso de la habitación. Una de las nalgas de edú sigue aprisionada por la
mano de Pedro.
Minutos después, ambos vuelven a meterse bajo
la cobija de la misma cama; Edú lo abraza otra vez por la espalda.
“No sabes cuánto extrañaba tu culo”.
“¿Desde esta mañana?”
“Desde que me fui a Chile”.
“¿Por qué entonces no te quedaste y te fuiste
con Pierina?”
“Ya te conté qué pasaba y, bueno, fui un
reverendo huevón, ¿me entiendes? Y tienes toda la razón: debí quedarme y ser
más valiente”.
“Bueno, ya pasó. Lo importante es que estás
aquí”.
“¿Quieres decir que podemos ser nuevamente…”
“No necesariamente; lo que digo es que ya lo
que hiciste en el pasado, ya pasó; que ahora importa el presente”.
“¿Cachaste con alguien más todo este tiempo?”
“Lógico, edú. No me iba a estar aguantando
seis años”.
“¿Con cuántos?”
“Tampoco soy puto, edú. Si abré probado cuatro
o cinco pingas aparte de la tuya, exagero”.
“¿Te has protegido?”
“Sí”, contesta Pedro con mucha seguridad.
“Conmigo no te estás cuidando y yo también he
cachd…”
“¿Te has cuidado, Edú?”
“Lógico… Con esto del bicho, tú sabes”.
“Pero
como dices, no hemos usado condón”.
“¿Tú recoges la basura de la casa?”
“A veces. Mi vieja es la que mayormente
recoge…”
“¿Te imaginas si ella o tu viejo hallan el
condón en la basura?”
“¿Y por eso lo hicimos sin condón estas dos
veces?”
“Ya, tranquilízate: estoy limpio. Más bien,
cuando ahorre algo, me dejo de huevadas, me alquilo algo y puedes ir cuando
quieras”.
“¿Solo por un condón?”, Pedro ríe despacio.
“Ya, campeón. Te dije que estoy limpio. Oye,
cambiando de tema, ¿quién era ese chico de la parroquia con quien jugamos hoy?
Está… fuerte”.
“Debe ser Miguel si te refieres al que te
presenté. El otro puede ser el Padre Alberto”.
“¿Ese Miguel le entra?”
“Sí… y cacha riquísimo… cacha y deja que lo
cachen”.
“¿en serio le has metido pinga?”
“Sí”, contesta Pedro muy suelto de huesos.
“¿Cachan mejor o peor que yo?”
“Ay, edú, por favor… Eso no viene al caso.
Cachamos y ya”.
“Bueno, al menos se comieron el culo más rico
de San Sebastián”.
“Y yo también me comí su culo… Y… me gustaría
comerme el tuyo”.
“Estás huevón, Pedro. Tú sabes perfectamente
que yo solo soy activo”.
“Pero me acabas de besar la pinga y los
huevos”.
“Es… como si besara el clítoris y la chucha de
una hembra. Es arrechura”.
“¿Me ves como una hembra, edú?”
“No… Digo que es como si…”
“¿No te estarás acordando de esa Pierina
cuando cachas conmihgo?”
“No. Estás huevón. Ya deja a Pierina en paz;
tú dijiste que lo pasado, pisado”.
“Increíble qcómo te descubrió”.
“Sí, pues. La hue’ona me encontró porno gay en
el celular y se armó el despelote”.
Pedro recuerda en fracciones de segundo la
conversación de más temprano con Miguel.
“¿No fue que te encontró en la cama con un
cabro?”
Edú se pone en alerta:
“¿”¿De dónde sacaste eso, campeón?”
“Me lo contaste hoy temprano”.
Edú se queda largo rato en silencio hasta que
por fin despega sus labios:
“O sea… me encontró unos videos en el celular
donde yocachaba con un cabro”.
“Ah”, responde Pedro en tono incrédulo. “¿Los
tienes aún?”
“De ese celular no queda nada ahora. Lo tiró a
un río que pasaba por nuestro barrio y… ya no pude rescatarlo”.
“Lástima… Me hubiese gustado verte cachando
con ese… cabro”.
“Mejor durmamos, campeón. Ya es tarde y mañana
tu viejo me va a necesitar desde las cuatro”.
Edú se acurruca en la espalda de Pedro, quien
se queda pensativo hasta que lo gana el sueño, pero con una última idea por esa
noche: hasta qué punto todas las explicaciones de su cachero son verdaderas?
¿Será que las sospechas de Miguel son ciertas?
La medianoche cae sobre San Sebastián.
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