Poco
después, Elga apoya sus pies en el suelo y sus antebrazos en la banca. Frank la
penetra y hace sonar su piel al embestir la de ella.
“Sí,
Frank, así dame”.
“¿Así te
gusta?”
“Sí… sí…
“
Ajena a
todo, aunque preocupada, Flor ingresa al campus y toma la vereda rumbo a su facultad.
Al pasar una rotonda, se da cuenta de que alguien conocido sale de uno de los
edificios. Felinamente, ella se esconde y lo sigue con la mirada, e intenta
algo con el celular: grabar un video.
“El
comisario de Santa Cruz, hoy, en mi universidad tras salir de la Escuela de
Idiomas”, narra.
En las
duchas de La Luna, Frank sigue acometiendo la vagina de Elga.
“Por la
colita, mi amor. Por la colita, rey”.
“¿Segura?”
“Sí”.
Frank
saca su pene de la vulva y comienza a sobarlo en el ano de la mujer tratando de
aprovechar la lubricación. Introduce lentamente. Elga trata de controlar el
dolor. Frank suda a chorros.
Tito
espera en un parque cercano a la universidad. Ciertos recuerdos de hace
veintisiete años regresan cuando usaba sus días de descanso en el cuartel para
ganarse una propina extra satisfaciendo los deseos de potentados y discretos
varones, quienes solían llevarlo a sus casas, departamentos, algunos hoteles de
mala muerte, y excepcionalmente sus moradas de playa, especialmente cuando no
era temporada. En esa época, solía usar ciertos colores y posturas para revelar
sin palabras a la discreta y potencial clientela quién era realmente y cómo
podría comportarse en la cama; ahora solo basta poner un ojo al celular y otro
a la realidad. El vehículo que espera se acerca, y le da alcance para abordarlo
velozmente, al estilo comando. Al conseguirlo, se coloca el cinturón de
seguridad.
“¿Tienes
la dirección exacta?”, le pregunta el fiscal García.
“Sí”,
responde el gladiador.
“Zona
Industrial de Collique, allá vamos”, anuncia el conductor.
En la
finca, Frank sigue bombeando el recto de elga, quien se masturba el clítoris
con una de sus manos sin acallar sus gemidos.
“Préñame,
Frank. Préñame”.
El chico
se mueve más rápido, jadea más rápido, todo transcurre más rápido, ruge y
expulsa su semen dentro de la jefa.
Quince
minutos después, Elga sale del baño de trabajadores y nota que varios metros
adelante, Adán parece limpiar una compuerta, aunque en realidad él finge
hacerlo. Camina hasta él.
“Lo
tenías todo preparado, ¿cierto?”, ella lo encara.
Él no
sabe qué decir.
Ella
retoma el camino a la casa grande.
“Te acompaño”,
intenta Adán.
“Tranquilo:
conozco el camino de regreso. Gracias”.
Adán no
sabe cómo interpretar la situación; en todo caso, vuelve al baño.
Frank
sale de la ducha.
“¿Cómo
salió todo?”, averigua el cuerpo de luchador.
“De la
puta madre”, responde muy serio el más joven.
“¿Y esa
cara, entonces?”
“Que me
siento una completa mierda”, Frank comienza a llorar.
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