En su
casa, Tito reflexiona con preocupación sobre lo que Flor y Owen le han contado.
“No
termino de entender qué quiere contigo ese infeliz”.
“Hacer
conexión, yo suponer”, estima el instructor.
“Y
pienso que a tus espaldas, papá, porque cuando yo entré, el doctor
prácticamente fugó”.
“Termina
de arreglarte que de aquí salimos para Collique”.
“¿Y por
qué no vino Frank?”, se levanta la chica.
“Ya te
conté sobre la nueva ideota de Elga
Chávez, así que estamos aplicando un plan para seguir trabajando allá”.
“¿Qué
plan?”, se intriga la chica.
“Un plan
de retención”, sonríe su padre.
Flor se
mete a su dormitorio.
“Él
querer mi polla”, confiesa Owen en voz baja.
“Lo sé”,
refrenda Tito. “Lo que quiero saber es si eso nos permite confirmar la sospecha
y evitar la estupidez que decidieron con la viuda de Manolo”.
“¿Tú
querer yo seducir Christian?”
El
gladiador carraspea: le han leído la mente.
“Es…
solo una idea, Owen”.
“él
tendría venir atrás aquí”.
“Y si
viene… ¿tú cacharías con él?”
En la
puerta de los baños para el personal de La Luna, Adán espera. Adentro, se
escucha que alguien utiliza una de las regaderas. Entonces, Frank, todavía
desnudo de la cintura para arriba, llega con una toalla seca, limpia y doblada.
“Entra y
dásela”, pide el cuerpo de luchador en voz baja.
“¿Por
qué yo?”, quiere reclamar el más joven.
“¿No
viste que casi se saca la mierda por los paltos?”
“Pero ya
les dije que yo…”
“Puta
madre”, Adán quita la toalla a Frank. “Gracias”, le dice incómodo.
Frank lo
topa de la cintura.
“Ya, yo
lo hago; pero…”
“¿Pero
qué?”
“Pero si
ella…”
“Mira,
tú avanza lo que puedas”.
Adentro,
Elga está bajo la ducha terminando de disfrutar el agua fría. ¿Será cierto que
puede adormecer el deseo de la carne? Hace la prueba.
“¡Ya
terminé!”
Se
escuchan unos pasos, el juego de sombras anticipa una silueta; alguien se para
frente a ella.
“La
toalla que pidió, señora”.
Ella se
queda de una pieza y a Frank le tiemblan
las manos. Elga no sabe si molestarse o considerarse dichosa.
“Y…
Adán?, se cubre los pezones con la mano izquierda y el vello púbico recortado
con la derecha.
“Tuvo
que ver algo del tractor”, responde el chico con voz algo temblorosa.
Cuando
el minibús pasa por el portón de la finca, Flor se lo queda mirando.
“¿Frank
está bien, ¿no, papá?”
“Claro
que sí. Es solo… trabajo extra que apareció por la idiotez de la viuda”.
Elga
recibe la toalla y la despliega.
“Me da
un permiso, señora”.
“¡Espera!”
Frank ni
siquiera ha girado para salir.
“Dígame,
señora”.
“¿Adán
demorará en revisar el tractor?”
“Fácil
que sí. ¿Quiere que le dé un recado de su parte?”
“No. No
sé si es mucho pedir que… adelantes… la hora de tu baño”.
Frank
traga saliva… y considera que lo mejor es entrar en personaje.
“No,
para nada”.
El
muchacho desabrocha el botón de su jean, baja su cremallera, se quita las botas
y los calcetines, se deshace del pantalón y se queda en un ceñido bikini, donde
es imposible disimular su excitación.
“Voy por
mi toalla”.
Elga
cuelga la suya y abre de nuevo la llave: ¿está soñando otra vez?
Oculto
en los limoneros, Adán intenta adivinar qué está pasando en los baños.
“¿Novedades?”,
pregunta Carlos por el radio.
“Si
logran quedarse diez minutos como mínimo, nos anotamos un gol”.
Frank
regresa a la zona de duchas con la toalla envolviéndole la cintura. Elga sigue
bajo el chorro de agua. En silencio, el muchacho le descubre algo que su
fantasía nunca previó: su pene cabezón la apunta sin pudor alguno. Frank, sin
pedir permiso, ocupa la misma ducha, toma un jabón de tocador y se lo da a la
mujer.
“¿Quiere
tener la amabilidad, señora?”
Elga
comienza a respirar entrecortado. Soba la pastilla sobre el recio y velludo
cuerpo enfrente suyo y genera espuma. Procura que ésta alcance cada lugar de la
anatomía masculina, especialmente ése que le sigue apuntando. En retribución,
Frank hace lo mismo con las formas de la mujer. Tras removerse el jabón y
cerrar la llave, ambos van al vestidor. El chico se acuesta sobre la banca de
madera y deja que ella se solace sentada sobre su desnudez. Él también se
solaza, y esas caricias activan millones de terminales erógenas en ese cuerpo
de diosa, tan perfecto, tan suave, tan vivo. Lentamente, el pene de Frank comienza
a apuntar hacia las cálidas y lubricadas entrañas de Elga hasta insertarse en
ellas sin ninguna dificultad. La mujer rebota gimiendo cada vez más y más
intenso, hasta que los gemidos reverberan en ese espacio cerrado, e incluso
trascienden.
“Funcionó”,
informa Adán por el radio, a la vez que baja su cremallera y libera su miembro
para masajearlo con lentitud y delicadeza.
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