A la mañana siguiente, viernes, cuando Evandro acaba su sesión de entrenamiento, el chico que lo había felicitado la mañana anterior mientras se duchaba se le acerca.
“Qué hay,
campeón”, saluda el actor.
“No pude ir
al teatro; quería ver la obra de nuevo”
Osmar se
acerca a ambos.
“No te
preocupes”, sigue sonriendo Evandro. “La temporada fácil que sigue hasta fin de
mes, así que puedes ir cuando quieras”.
“¿Listo,
Gibrán?”, al fin saluda el instructor. “Hoy toca piernas”.
“Chicos”,
carraspea el muchacho, “ya que están aquí,quería invitarlos a una reu en mi casa mañana por la noche… ¿no
tienen que hacer nada el domingo temprano o sí?”
Evandro y
Osmar se miran.
“Dormir hasta
tarde”, responde el primero.
“Bueno…
quería invitarlos a ver si pueden ir”.
“¿es algún
tipo de celebración en especial?”
“Mi
cumpleaños”, se sonroja Gibrán.
Evandro y
Osmar se miran otra vez.
“Bueno… me
dejas la dirección con el grandote éste y nos damos una vuelta mañana”.
“¿en serio
podrían?”, se alegra Gibrán.
“Sí”,
confirma Osmar. “Pero primero vamos a trabajar tus muslos, pantorrillas y
trasero, ¿te parece?”
“¡Genial!”,
se alegra el oferente, quien se retira al vestidor.
Disimuladamente,
Evandro junta sus índice y pulgar izquierdos y los hace palpitar mirando a
Osmar, quien mueve la cabeza y sonríe mientras avanza su camino.
“Vete a
duchar”, avisa antes a su alumno.
El turno de trabajo de Osmar en el Steel Fit Gym comienza oficialmente a las seis de la mañana, aunque en realidad llega media hora antes (la mayor parte con Evandro tras trotar desde el edificio donde viven) para limpiar un poco y estar listo para recibir a los primeros alumnos. Justo antes de las seis aprovecha para probar la primera parte de su desayuno; luego se da maña para probar la siguiente porción alrededor de las nueve o diez cuando la carga de alumnos ha decaído un poco. Si le quedan dos o tres alumnos, aprovecha para entrenar hasta antes de mediodía cuando se ducha y almuerza otra porción en la minicocina del gimnasio. Si no, tendrá que esperar a que acabe su turno a las dos, aprovechando que llega el otro instructor, para hacer su rutina, ducharse y recién probar bocado a las cuatro.
Ese viernes
es uno de esos días cuando luego de las nueve tiene seis alumnos nuevos, así que
no puede descuidarse y tiene que monitorearlos sí o sí. Por lo mismo, no tiene
más remedio que entrenar a las dos de la tarde.
Mientras se
ducha en el gimnasio, piensa en dos cosas: primero, que desde su llegada al
Perú, placeres que en su país inicialmente podía disfrutar en su casa como el
baño, ahora tenía que hacerlo en un espacio público; y, segundo, que tras comer
su cuarta porción del día, tenía que regresar al edificio a ordenar un poco su
cuarto para comer su quinta porción a las seis y media, y luego la última ya en
el teatro a donde llegaba a las nueve, tres cuartos de hora antes de que el
telón se abriera.
A las cuatro
de la tarde recién comienza a llegar gente al establecimiento, así que es
imposible no chocarse con dos o tres alumnos en el vestidor con quien Osmar se
saluda cordialmente y se quita la toalla. No le importa si lo ven como Dios generosamente
lo trajo al mundo. De hecho, había aprendido que el pudor es un concepto muy
focalizado, que solo se debe respetar y promover en los espacios públicos; pero
en lo privado, o en el teatro o frente a una cámara, la desnudez es lo más
natural. Incluso cuando está encerrado en su cuarto, prefiere andar en pelotas.
El hecho es
que, tras salir de la ducha y vestirse, prende su celular y un montón de
notificaciones comienzan a llegar: un mismo número trata de comunicarse con él.
Devuelve la llamada.
“¡Osmar! Te
estoy tratando de localizar”, le dicen en el auricular.
“Si, señor Escalante,
es que… estaba entrenando, estaba en la ducha y…”
“No importa,
hermano. Vente a mi oficina apenas puedas porque necesito conversar contigo”.
¿Será que
Evandro acertó con su pronóstico?, piensa.
“Bueno, Osmar, mi primer comentario es que para los treinta y tres años que tienes, pareces de veinticinco o menos, y ese factor genético nos convenció”, prologa Escalante. “queremos que seas el rostro y el cuerpo para la campaña de Lust, una línea de productos de belleza masculina. Las piezas son un comercial en video para la tele y las redes, y una fotografía para banners, revistas, e incluso se pensó en un calendario. Solo hay dos detalles que quiero consultar contigo. Aparecerás desnudo en las piezas y el pago es mil dólares por el video y quinientos dólares por la foto. Sé que no son los precios de mercado, pero la marca rec…”
Para Osmar,
la matemática no es tan complicada de hacer: ese trabajo le permitiría recibir
cinco sueldos básicos que le pagan en el gimnasio o tres salarios que gana en
el teatro.
“Acepto”,
interrumpe.
“Osmar, a
ver, quiero que no te enfoques en el dinero: vas a aparecer desnudo”.
“Señor
Escalante, usted sabe que a los actores y modelos nos preparan para esto, y yo
le dije que solía hacer desnudos en mi país; vio mis fotos y…”
“Claro,
Osmar, pero una cosa son veinte segundos en una novela, o posar en una revista de circulación local. Aquí la campaña es
nacional, te van a ver diez veces al día, no sé”.
“¿Qué voy a
mostrar en el desnudo?”
“Todo menos
tus genitales”.
“Como le digo,
acepto”
“Que conste”,
sonríe Escalante acomodándose en su sofá ya que su oficina es, en realidad, la
sala de su departamento.
“¿Mil quinientos por mostrar tu culo?”, sonríe Evandro, las manos sobre el volante, conduciendo en plena hora punta en algún lugar en la avenida José Pardo de Miraflores. “¿Y tienes que viajar de éste al otro domingo para grabar?”
“”¿Cuánto
crees que debí cobrar?”
“Solo el
video no te baja de los dos mil; si esos huevones de culturistas a los que
nadie conocía se calatearon y se pajearon por dos mil quinientos por video,
Osmar. ¡Por video! O sea, que cada uno se armó, fácil, con sus siete mil o diez
mil de un solo keko”.
“Pero tu
sabes que un fisicoculturista solo en comida y suplementación no baja de
trescientos cincuenta dólares al mes y tú mismo me contaste que no les daban
patrocinio; al menos yo tengo entradas: el gimnasio, el teatro, esos shows que me consigues”.
“No cuentes
los shows como ingreso fijo”.
“Bueno, ya
firmé, vale. Ya le dije a Escalante que debemos ir y regresar el mismo día, y…”
“Mil
quinientos por mostrar tu culazo”, insiste Evandro.
“en
Venezuela, el mínimo es cuarenta dólares. ¿Puedes ponerlo en perspectiva? ¿Te
conté que en mi casa son mis papás y tres hermanos? ¿Sabes cuánto gastan al
mes? La mitad de lo que gano se va para Venezuela. ¡Es más de lo que ganan mis
dos viejos trabajando! Y Lima no es barato: ¿tú solito sobrevives acá con
cuatrocientos cincuenta dólares al mes?”
“Osmar, yo no
voy por el costo de vida, yo voy porque rregateaste mucho, hermano”.
“Si no
aceptaba, perdía ese contrato”.
Evandro
cierra la boca al escuchar tal argumento.
“Escalante es
un reconchasumadre”.
“No es eso, Evan.
Me contó que su cliente recién está lanzando los productos y no tenía mayor
dinero para publicidad. O sea, también ponte en el lugar del señor Escalante,
¿no?”
“¿Y vamos a
pelearnos por ese cabro?”, sonríe Evandro viendo a Osmar.
“Yo no quiero
pelearme contigo… has sido mi primer amigo de verdad en Perú y….”
“¿Y qué?”
“Ahorro un
dineral en pasajes cuando me llevas en tu auto”.
Osmar se
carcajea amistosamente y Evandro le saca la lengua mientras llegan al teatro.
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