Las calles de Lima al aproximarse la medianoche son más fluidas que en hora punta. Eso tiene una desventaja: conseguir transporte público, como el que Osmar suele emplear para ir al teatro a trabajar o a cualquier parte a más de kilómetro y medio de distancia, es una verdadera odisea. Pero la ventaja es que cuando te llevan en un vehículo particular, te evitas los embotellamientos.
“De todas
maneras tienes que considerar cacharte a Escalante si es que te da el papel”,
aconseja Evandro con las dos manos guiando el volante.
“No se me
para ni con el culo de Alexis, que encima es firme y musculoso, menos se me va
a parar con el culo de Escalante”, replica Osmar en el asiento del copiloto.
“¿Ya se lo
has tocado, ah, pendejo?”
“No, pero ese
pantalón que tenía hoy no le lucía las nalgas”.
“La razón por
la que conseguía papeles en las novelas, las series, los unitarios, es porque
me lo cachaba bien… pero, bueno, los ejecutivos son otro level”.
“Pero tienes
talento, Evan, ¿porqué tienes que coger con un director de casting?”
“No soy
blanco como tú, soy más trigueño. Incluso si fuese negro, me seleccionarían,
pero la tele de mierda en este país es tan racista que o eres blanco o eres
negro; trigueños, no”.
“en mi país
hay actores y actrices ttrigueñ…”
“Pero
Venezuela es Venezuela, pues, Osmar… acá en Perú no se han quitado esos
criterios medio mexicanos, medio argentinos. Huevón, hasta en Colombia o
Brasil, hasta en Miami podría encontrar chamba”.
“¿Por qué no
emigraste?”
“Con mujer,
dos hijos, cero contactos sólidos… y, bueno, esa mala fama que me hicieron,
¿quién me recomendaría?”
“Necesitas
rehacer tus relaciones públicas”.
El auto llega
a la base de un edificio en un tradicional barrio residencial de clase media
alta, en Jesús María, y se mete al estacionamiento. La máquina se apaga al fin.
“Hazme caso:
o te cachas a Escalante, o no pasarás de ese comercial”.
“Si es que me
llaman”.
Osmar y
evandro bajan del vehículo, toman el ascensor. Al llegar al piso ocho, Evandro
se despide.
“Te veo
tempranito en el gym”.
“Mañana toca
piernas”, guiña un ojo Osmar. “Saludos a Laura”.
“Gracias”,
sonríe su compañero.
Osmar sigue
hasta el piso doce, y tras abrirse la puerta corrediza, saca su llave, abre una
reja y sube a la azotea. La vista de Lima desde esa altura es fantasmal. La
niebla difumina u oculta muchas luces. Entra a una especie de cuarto de
servicio al lado del tanque de agua, y aprecia por última vez su cama
plegable,su maleta que funciona como armario, se quita toda la ropa y sin
olvidarse de dar gracias al cielo se mete debajo de la sábana fría y una doble
colcha Tigre. Mientras trata de conciliar el sueño, recuerda el trasero de
Escalante, se manipula el pene y los testículos, pero no consigue erección
alguna. Mejor se duerme.
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