A la noche siguiente, mejor dicho al filo de que el sábado se transforme en domingo, el auto de Evandro se estaciona en un condominio de cuatro pisos que más tiene facha de clínica aunque pintada de rojo ladrillo, no muy lejos del edificio donde suele aparcar.
“¿Y por qué
no buscas cuarto alrededor de la residencial?”, pregunta mientras se saca el
cinturón de seguridad.
“La verdad no
he visto, aunque dicen que los domingos salen buenas ofertas en los
clasificados”, contesta Osmar.
“Sí, en
especial una que dice: vaquero, policía, bombero, marino o beisbolista… secciónrelax”
Osmar sonríe
y se desabrocha el cinturón de seguridad:
“Por cierto,
deberías arreglar el de marino que tiene un hilito suelto que no me da
confianza”.
“Si te va
bien con ese contrato y haces lo que te aconsejé, quizás ya no debas
preocuparte por esos disfraces”.
Evandro abre
la puerta y sale del auto; Osmar hace lo mismo. El conductor se da la vuelta y
se acerca a su amigo hasta palmearle el hombro.
“¿qué harás
con esos disfraces si me va bien con… Lust?”,
pregunta Osmar sarcásticamente.
“Alexis ya no
es mi opción porque Zaira lo marca bien, así que entraré en modo Escalante: full casting”.
“¿Sabes, Evan?
Me encantaría alquilar algo como el depa donde vives, donde haya todo ese
espacio como para dar shows sin
sobresalto, con mucha privacidad, dormir más abrigado, recibir a los amigos
cuando me dé la gana, ofrecer un café, una limonada, un trago”.
Osmar siente
el brazo de su amigo y compañero alrededor del cuello:
“Te ayudaré a
buscar y mudarte; ahora, vamos donde…”
Evandro
vuelve a juntar su índice y su pulgar izquierdos y los hace latir. Osmar se
ríe.
Al llegar al
tablero de timbres, el primero mira al cuarto piso mientras el segundo busca la
dirección en su celular para asegurarse de presionar el botón correcto.
“Demasiado
silencio para ser una fiesta”, observa Evandro.
“Quizás sean
las reglas del condominio”, supone Osmar mientras presiona el cuatro cero tres.
Suena una campanilla electrónica.
“Ya sabes:
llegamos, cumplimos, departimos y nos regresamos al toque a la residencial”,
recuerda Evandro.
“No me digas
que este coño y sus amigos se fueron a una disco”.
“¿Te dejó
algún mensaje?”
“Nada”.
Osmar vuelve
a presionar el botón y de nuevo suena el ding-dong-dang electrónico.
“Vamos pa’ la
casa mejor”, se desanima Evandro.
“Bueno…
llegamos, cumplimos, nos vamos”.
No acaban de
dar media vuelta el par de galanes cuando se oye una voz como aletargada en el
intercomunicador. Ambos se miran. Osmar se acerca:
“¿Gi… brán?”
“¿quién es?”,
responden por el pequeño altavoz.
“Evandro y
Osmar”.
“Un toque”,
responden.
Evandro topa
la firme cintura de su amigo:
“Este huevón
ya está avanzadito; mejor nos vamos”.
La cerradura
electrónica de la puerta suena. Osmar vuelve a mirar a su amigo:
“Entremos a
averiguar”, propone. “Si no hay nada, nos vamos”.
En dos
minutos, o menos, los dos chicos ya están en el pasillo del cuarto piso y
frente al cuatro cero tres. Osmar toca la puerta. Ésta se abre. La cabeza de
Gibrán se asoma; su hombro está desnudo:
“Chicos,
vinieron”, sonríe el anfitrión.
Gibrán sirve un vaso de cola negra a Evandro (sin trago, tengo que conducir) y un cuba libre a Osmar. Viste un bóxer opaco de adelante, transparente en la otra mitad. Mientras está de espaldas preparando el trago, Evandro vuelve a hacer a Osmar la seña con sus índice y pulgar izquierdos.
“Después de
la chamba, mis amigos me llevaron a comer cebiche a Chorrillos, y chela como mierda”,
explica Gibrán. “Solo recuerdo que llegué a casa de noche, me duché y me eché a
dormir”.
Se prepara un
segundo vaso de cuba, se sienta junto a sus dos invitados y brinda.
“Por tu
cumple”, anuncia Evandro. “Y yo que venía a bailar”.
“Puedes
bailar si quieres”, sonríe Gibrán, “aunque sin pareja o…”
“¿O como
qué?”
“¿Es cierto
que tienes un negocio de strippers?”
Osmar tose
atorándose con el sorbo que acaba de dar; Evandro se lo toma como si nada.
“Sí, es
cierto, pero el negocio ha decaído un poco estas semanas”, explica el aludido.
“Deben ser
muy caros”, continúa Gibrán”.
“Somos exclusivos más bien”, sonríe Evandro.
“¿De cuánto
hablamos?”
“Treinta y
cinco dólares por veinte minutos por mitra”.
Osmar solo
carraspea en silencio mientras degusta su trago.
“¿En qué
terminan: hilo, bóxer, o… calatos”.
“Hilo son
cuarenta; calatos, cincuenta más diez minutos extra”, sigue haciendo negocios Evandro.
“Eso sí: no fotos, no video; ahí el precio se dobla”.
“¿Alguna vez
se han dejado grabar o fotografiar?”
“Cuando lo
intentan y no pagan, paramos el show:
business are business”.
“¿Y qué pasa
si alguien quiere un strip-show
completo de los dos? ¿Setenta dólares?”
“No, pues. Te
dejamos a sesenta”.
“¿Y alguna
vez han hecho un show con final feliz?”
“Alguna vez
me lo pidieron: cobré diez dólares más y lo hice”.
“¿Tú también
has hecho algún show con final feliz, Osmar?”
El susodicho
va casi por la mitad de su trago:
“Aún no”,
sonríe desmotivadamente y mirando el líquido oscuro en su vaso sobre el que
flota un gajito de limón.
“Interesante,
chicos”, comenta Gibrán sorbiendo otro poco de su cuba.
Evandro apura
su cola negra y deja el vaso en la mesa de centro:
“Bueno,
perdona por levantarte de tu sueño, nos alegramos que hayas pasado un
cumpleaños divertido y… nos vemos en el gym,
¿no, Os?”
Osmar
entiende el mensaje, deja su vaso sin concluir sobre la mesa de centro,
carraspea:
“Si, nos
vemos el…”
“¿Cuánto me
cobran ambos por un show al rojo vivo… pero
bien al rojo vivo?
Osmar mira
algo alarmado a Evandro, quien no está sorprendido; está haciendo aritmética.
En menos de diez minutos, los tres varones están a luz de lámpara de mesa en el dormitorio de Gibrán bailando pegados al ritmo de un reggaetón lento, sensual más bien. Aunque el anfitrión tiene músculos marcados, no posee el volumen de sus dos visitantes: Evandro lo abraza desde atrás y con las manos sobre las filudas caderas; Osmar delante con las manos de su alumno rodeándole la estrecha cintura en tanto las suyas acarician los dorsales, o la evidencia de que allí podrían estar.
“Puedes comenzar
cuando quieras”, susurra Evandro al tiempo que muerde muy despacio el lóbulo de
la oreja derecha de Gibrán.
El chico toma
la camiseta alicrada de Osmar y comienza a sacársela entre lento y rápido. El
torso de dios griego no solo aparece ante sus ojos sino que lo puede acariciar
a voluntad. Prueba a masajear las dos tetillas del hombre y los pezones se
ponen duros. Afloja el cinturón, desabotona el jean, trata de bajarlo con
cierta dificultad. Se arrodilla para concretar la tarea, y Osmar gentilmente
flexiona las piernas para dejar que cada manga se despegue de sus poderosas
piernas (previamente, ya se había quedado descalzo). Así, arrodillado, Gibrán
le baja el bóxer: el pene flácido y los grandes cojones bajo el rasurado vello
púbico de su instructor están frente a su cara. Los acaricia. Son suaves al
tacto. No reaccionan. Entonces, toca ambas caderas y luego el enorme culo.
Gibrán
sonríe, se pone de pie, da media vuelta y pega sus pequeñas pero firmes nalgas
a la entrepierna de Osmar, la que parece seguir sin reacción; toma la camisa de
Evandro y la desabotona de arriba abajo; la saca del todo y la tira al suelo.
Afloja el cinturón, desabotona el jean, corre la cremallera, lo comienza a
bajar y repite la operación de arrodillarse para que la prenda se libere de las
extremidades inferiores del artista. Finalmente, baja la tanga blanca de
angostas tiras y ante su cara, salta un pene que bajo la tela hacía un gran
bulto, pero que ahora se extiende de frente, aparentemente erecto. Una gotita
de líquido preseminal se queda en la mejilla de Gibrán conforme el glande la
golpea.
“¿Puedo?,
consulta a Evandro con timidez hipócrita.
“Claro”, le
sonríe el varón.
Gibrán abre
la boca y deja que el falo entre en ella y lo comienza a succionar con cierto
chasquido. Logra tragárselo hasta que su nariz perfecta toca el recortado vello
púbico
Y su mentón
puede palpar el gran escroto donde parecen guardarse dos poderosos testículos. Aunque
desde su perspectiva, Osmar no puede distinguir muy bien la acción, pues la
cabeza de Gibrán lo tapa, inexplicablemente también siente que su pene comienza
a ponerse erecto en menos de un minuto. Y bien erecto, aunque sin la
lubricación que ostenta su amigo.
“Así chúpame
la pinga”, seduce Evandro, quien mira a Osmar en la semipenumbra y le sonríe.
“Chúpasela a Os también”.
Gibrán gira,
y antes de meterse la pinga de su instructor a la boca, nota que es cabezona,
medio incircuncisa, y con la base más delgada, quizás no tan larga y recta como
la del otro muchacho; más bien, una del tipo hongo.
Osmar siente
la humedad caliente y cierra los ojos intentando hallar disfrute en el sexo
oral pero no lo consigue; de hecho, su erección va desvaneciéndose.
“¿No te gusta
cómo lo hago?”, susurra Gibrán separando sus labios de la pija por un momento.
“Chupas el
huevo como los dioses”, miente Osmar; pero la verdad es que su pene está
semierecto otra vez.
“Chúpamela de
nuevo”, sugiere Evandro (cuyo miembro se ha puesto semiflácido), y cuando
Gibrán gira sobre el suelo para practicar la fellatio, Osmar vuelve a sentir que su erección retorna. Prefiere no
razonarlo en ese momento.
Poco después,
Evandro mete su pinga en el ano del cumpleañero, previamente protegido por un
condón, él arrodillado sobre la cama, el chico boca arriba y con las manos del
activo presionando sus piernas contra su abdomen y pecho. Al mismo tiempo,
Gibrán mama el miembro de Osmar, arrodillado en la cabecera y con el rostro de
su alumno prácticamente bajo su perineo, quien ni siquiera mira lo que hacen
con su órgano sexual sino que no pierde detalle de lo que pasa justo frente a
sus narices: la penetración anal en todo su esplendor.
A la una de
la mañana, los tres comparten la ducha. Gibrán insiste en extraer el semen de
la verga de Evandro y lo consigue. Sabe neutra, simple. Prueba entonces con la
de Osmar, que a mantenido masturbada y dura, pero al metérsela a la boca, otra
vez pierde rigidez.
“Perdona,
estoy algo cansado”, se justifica el instructor.
Gibrán lo
entiende y prefiere masturbarse sobre el piso de mayólica. Las ráfagas de semen
caen a los pies de Osmar.
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