Soy Lucas,
vivo en Piura, y tengo 38 años. Mi
obsesión son los chibolos de 22 años, delgados pero formaditos. ¿Por qué?
Hace un tiempo yo chambeaba en Chiclayo. Un miércoles me encontré en un grupo de contactos gay a un chibolo de 20 años. Le mandé solicitud, me aceptó, chateamos buen rato, me cayó simpático, quedamos para vernos el sábado. Esa noche y las siguientes hasta el viernes, aluciné follando sin control con él en mi cama, inundando su ano con mi semen.
No había momento
en que me quedara calato en la cama, pusiera dura mi verga de 15 centímetros
y la frotara contra la almohada hasta que se me saliera la leche imaginando que
perforaba su sabroso culito. Ni las duchas frías que tomaba me bajaban la
calentura. ¡a la mierda! Cuánto esperma me hizo
botar ese conchesumare.
Llegó el sábado.
Como le dije que tenía sitio, organicé mi cuarto para que la cita fuese lo más
placentera posible. Me fui bien animado a chambear.
A eso del
mediodía, el huevón me pasó un mensaje: “No creo que la haga, causa… tengo un
culo de trabajos de la universidad por entregar” ¡Carajo!, me dije. ¡Y qué iba
hacerme esa noche? Porque si él tenía un culo de trabajos, yo no había dejado
de alucinar cómo sería probar su culo mientras le hacía el amor. Ni modo. Me
resigné. Algo haría. Quizás… pajearme como
loco.
Salí de la chamba
a eso de las seis y media de la tarde cuando otro mensaje me entró. Era el
mismo chibolo. Yo estaba desganado, así que no le di bola. Pero el chico
insistió. “Al diablo mis trabajos… ¿dónde nos vemos?” Puta madre. De solo
pensarlo, se me fue el cansancio y hasta mi verga
se puso dura bajo mi ropa. Y ya sentía el bóxer húmedo porque cuando se me
para, lubrico como mierda.
Quedamos de
vernos en el Paseo de las Musas. A pesar que yo había deseado ese momento,
estaba medio nervioso. Me compré un roncito y me puse a tomar un poco como para
darme valor. La huevada es que el chibolo no aparecía por ningún lado. Decidí
acabarme la chata e irme a joder a otra parte.
Ya estaba tomando
el último vaso cuando él apareció.
“Disculpa,
brother”, me dijo todo humilde. “traté de zafarme, pero una vaina y otra…”
¿De qué vainas
habla este huevón? Mejor estaba mi vaina, otra vez al
palo, lubricando,
especialmente con esa ropa entallada que le marcaba su físico, y ese pitillo
que le destacaba su culito
bien redondito y sus piernas gruesitas y firmes.
“Practico
fútbol”, me contó cuando se sentó a conversar.
Compré otro ron y
comenzamos a hablar. Le invité pero no quiso. Nos caímos en gracia. Cuando se
acabó la segunda chata, llegó la duda:
“¿Dónde la
seguimos?”, le dije, con la esperanza de que ya quisiera que cachemos.
“Vamos a la
disco”, me propuso. No era precisamente lo que tenía en mente, primero porque
ya le tenía hambre a ese culito y segundo porque no soy bueno bailando. Obvio,
no le dije eso.
“OK… vamos”, le
dije.
La pasamos bien
en la disco. Como ya la había comenzado con ron, la seguí con ron. Quizás eso
me dio valor para bailar. No sé ni cómo lo hice, o si hice el ridículo, pero el
caso fue que también el chibolo aceptó tomar unos vasitos. Aprovechando la
penumbra, me le acerqué y mi mano traviesa le acarició una nalga: estaba
durita. Imagínense cuando nos tocó perrear, ahora era mi pinga la que se había
puesto no durita al rozar su trasero… ¿estaba duraza!
“¿La seguimos en
otro lado?”, le consulté.
“¿Dónde?”
En veinte minutos
ya estábamos en mi cuarto. Apenas cerramos la puerta, nos besamos en
la boca como locos. Qué rico sentir su lengua. Me imagino que le excitó mi
aliento a ron. Comenzamos a quitarnos la
ropa.
Ya calatos, nos
abrazamos fuerte y dejamos que nuestras pingas duras se frotaran y rozaran. La
suya también lubricaba un montón. Mientras nos besábamos, subimos a la cama.
Acaricié su culo
de futbolista. Obviamente que así sin ropa era más redondito y firme que con
ella. Aparte que esas nalgas lampiñas hacían que las caricias fuesen como pasar
seda sobre porcelana.
Mis labios
dejaron los suyos y comencé a besar suavemente su cuello con aroma de rico
perfume varonil. ¿Bien!, dije yo. Él comenzó a gemir y jadear con tono de
macho. ¿Bien, carajo!, dije yo. Los patas que se comportan como mujeres en la
intimidad no me ponen nada.
Bajé a chuparle
las tetillas. El chibolo se alocó más y acariciaba mi cabello. En realidad, me
despeinaba. Seguí bajando. No tuve problema en chuparle su pene. No era largo o
grueso, pero estaba ahí, levantado y duro como un gancho del que debía colgar
toda mi boca caliente.
“Así, pata… la
mamas bien rico”.
Succioné bien su pichula
para ordeñarle un poco de precum y luego lo guardé en mi boca para buscar la
suya e intercambiarlo junto a nuestras salivas mientras nos besábamos otra vez.
Volví a bajar a seguirle chupando
su rico pene.
Solito se fue
acostando sobre mi cama. Abrió sus piernas para que le lama los testículos.
¿Requetebién!, dije yo. Solito levantó las piernas. Obviamente, ambos sabíamos
qué queríamos.
Separé sus
nalgas, saqué mi lengua, y, sin perder tiempo, fui a conquistar su anito
cerradito. En mi excitación,
quería penetrarlo solo con mi lengua. Él me agarró fuerte del cabello y quería
que no deje de hacerle el beso negro. Miré un toque: ya estaba dilatándose.
Decidí sopearlo
más.
Me incorporé.
Aprovechando mi saliva y mi líquido preseminal, le fui metiendo mi
pene. El chibolo era tan estrecho que incluso para meterle la cabecita fue
un poquito trabajoso. Así que me estiré, saqué el condón que había separado
para esa noche especial, me lo puse, y luego saqué el lubricante y lo
embadurné bien. Puse algo del gel en el ano de ese hermoso chico.
Empecé a
empujarle mi pinga. Logró entrar todita poco a poco, pero, como era tan
estrecho, me apretaba como mierda, y sentía que en cualquier momento ese ano
iba a succionar mi falo
arrancándolo de mi cuerpo. Comencé a mecerme. ¿Puta madre, por Dios! ¡qué
hermosa sensación bombear ese
agujero!
¡así,papito”,
susurraba el chibolo. “Cáchame rico así”.
Ese pedido con
voz de macho me calentó más, por lo tanto le di con todo y me moví como loco.
El chibolo se quejaba medio rugiendo, como macho. Eso para mí era combustible.
Le di más fuerte aún. Ambos estábamos fuera de nuestros seres entregándonos al sexo más
rico que nunca antes nadie haya sentido.
Como me lo agarré
piernas al hombro, mi pubis y mis bolas azotaban sus nalgas como
un castigo placentero, que nunca desearía que acabe.
En un momento que
tomé aliento para volverlo a cachar fuerte, él puso sus manos en mi pecho y me
hizo entender que quería que me acostara. Lo hice. Ese hermoso nene se sentó
sobre mi verga, se abrió bien sus nalgas y se dejó clavar por mi herramienta
sexual. Comenzó a cabalgar como loco. Ahora era su hermoso culo de futbolista
el que azotaba mi piel. Siguió gimiendo y jadeando. Por ratos se inclinaba y me
besaba en la boca sin dejar de mover ese fabuloso trasero.
Estuvimos buen
rato así hasta que…
“Ya las voy a
dar”, le dije.
Él me sonrió.
“Quiero quitarme
el condón y llenarte el culo con mi leche”, le dije.
Volvió a sonreír
y me señaló su boca lo más pendejamente que puedas imaginar.
Cuando sentí que
ya no iba a aguantar más, le dí unas nalgaditas y él se desconectó de mi pene,
se arrodilló sobre mi cama y yo me puse de pie sobre ella. Me hice una
paja que era capaz de arrancarme mi pinga y le di toda mi leche en su boca.
Él no solo la saboreó; se la ttragó como quien traga el licor más rico del
mundo.
Me incliné a
besarlo en la boca nuevamente.
“La pasé de la
puta madre”, le dije.
“Yo igual”, me
respondió.
Para entonces, el
efecto del ron se nos había pasado. Nos quedamos conversando un rato y cuando
nos dimos cuenta, ya casi estaba amaneciendo.
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